«No las molestes que a ti no te van a picar»
Blas Valriberas acude habitualmente a las llamadas para recoger en Segovia abejas errantes cuando se posan en los lugares menos oportunos
El corazón de la primavera y la llegada del verano son las horas punta en una colmena, el riesgo de que la comunidad se fracture y los enjambres se escapen aumenta. Y es un año especialmente propicio porque el invierno ha pasado de puntillas. La consecuencia es que las abejas se han adelantado, como el campo. Las abejas están produciendo miel y en sus revolucionadas comunidades surgen conatos de rebelión, miles de ejemplares desterrados que buscan un nuevo hogar y que, por el camino, descansan donde pueden, como en la baca de una furgoneta que estas semanas estaba aparcada en la plaza de los Espejos de Segovia. Una de tantas intervenciones entre marzo y octubre.
Al rescate acudió Blas Valriberas, que atendió su gusanillo de apicultor cuando se jubiló como guardia civil hace 22 años. Ahora tiene 78 y más de 150 colmenas en su protección en Santiuste de Pedraza y Labajos. «El mundo sin abejas no tienen sentido, la naturaleza se paralizaría. Gracias a ellas podemos vivir mejor. Polinizan todas las plantas». Estos meses son especialmente activas en una especie en el que las jerarquías son sagradas. Por eso cuando una reina saliente emigra se lleva consigo a la mitad de la colmena. «Se tiene que ir a buscar otro alojamiento».
Un apicultor hace un seguimiento a su colmena, su temperatura, y modifica su estado en función de su actividad. «Las épocas muy buenas de floración es cuando las abejas más enjambran. Si no quieres que se te escapen esos enjambres para que luego anden por ahí errantes, hay que buscar las celdas reales —donde nacen reinas— de la colmena y quitárselas». Extraerlas devuelve la estabilidad, baja la temperatura. Y con ellas crea una colmena nueva de un tamaño más manejable, con una reina virgen a la que luego fecundan los zánganos.
No es una operación sencilla. «Ahora tengo algunas en las que levanto la tapa y están los doce cuadros llenos de abejas. Si veo que me va a enjambrar, la parto por la mitad y me la llevo lejos, por ejemplo, a tres kilómetros». Dividir colmenas para que no exploten. Y para impulsar su población, diezmada por ácaros como la varroa. «Y el campo está muy mal cuidado. Echan muchos insecticidas y herbicidas que las perjudica».
Retirada de enjambres
El Ayuntamiento de Segovia no tiene un listado de las intervenciones de Policía Local o Bomberos para retirar estos enjambres, pero el protocolo es que los agentes acuden al lugar y llaman al apicultor. Y si el escenario es de un riesgo alto, moviliza a sus bomberos. Cuando la policía llamó a Blas para que acudiera a la plaza de los Espejos, estaba retirando un enjambre rebelde de sus colmenas. Tardó algo más de media hora; mientras, el trabajo de los agentes es perimetrar ese punto y evitar que nadie se ponga en riesgo.
Blas lleva una caja «más bien pequeña» para poder manejarla —ponerla en alto en una escalera si es necesario— y cuadros con cera ya estirada dentro de ella. No hay un motivo especial para que aquel enjambre se posara en una furgoneta. «Muchas se paran en los árboles, pero no encontraron otro sitio más apropiado que ese. Llegan cansadas porque ellas llevan alimento para tres o cuatro días, van cargadas de néctar. Su vuelo no es muy rápido». Ninguna migración es ligera; tampoco la de las abejas.
Salvo excepciones muy contadas, Blas no se pone careta cuando interactúa con un enjambre. «No me gusta. Transmito a las abejas una confianza y ellas lo perciben y notan que no les voy a hacer nada». Y su experiencia le da la razón, más allá de accidentes puntuales. «A lo mejor aprietas un poco a una sin querer y te pica». Y así, con el dedo, sacaba a las abejas de la baca hacia su caja. Y cuando una desfila, las demás siguen. «Una vez que la reina —se la identifica por ser más larga, su color más oscuro y las alas más cortas— se posa en la caja, hurgas un poco y ya van todas». Porque el resto del enjambre sigue sus feromonas. Sin ser de grandes dimensiones, volvió a casa con hasta 3.000 abejas.
Una de sus aproximadamente 30 urgencias al año, como otras recientes junto al cuartel de la Guardia Civil o un enjambre que cayó al suelo en la plaza de Toros. O una operación más compleja, un enjambre que se coló en el cajón de una persiana del Colegio Maristas, una maniobra que exigió romper escayola, pues entraron por un agujero en la fachada. «Ahí sí que hay que ponerse la careta porque ellas ya tienen un alojamiento, está defendiendo su casa». Su consejo para la población es sencillo: «Si ves un enjambre, no le molestes, a ti no te van a picar. Y da parte enseguida para recogerlas».
Otro momento álgido es la llegada de los veraneantes de segunda residencia. «Se meten en las casas y no se dan cuenta hasta que vienen». «Se capturan muchos enjambres, muchos. Raro es el pueblo que no salen tres o cuatro». Otros apicultores se sirven de las abejas para el aprovechamiento de la miel, pero Blas juega más un papel de equilibrador de la naturaleza. «Prefiero que estén fuertes y que tengan alimento; que estén bien». La Asociación Provincial de Apicultores Segovianos tiene un acceso a un veterinario especializado y cuenta con unos 70 miembros.
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