Segovia
¿Cómo atraer a nuevos públicos a los museos? «El objetivo no es vender nada, es conectar con la gente»El Palacio Quintanar, el Rodera Robles o el Esteban Vicente apuestan por exposiciones temporales, talleres o conciertos
Los tiempos mandan y los museos, una experiencia analógica casi a más no poder, la pura introspección ante una visión estática, apuestan en mayor o menor medida por fórmulas más dinámicas para seguir incentivando a una sociedad secuestrada por el movimiento sedante de los teléfonos. El Esteban Vicente, el Rodera Robles y el Palacio de Quintanar exploran actividades paralelas, desde la música a la educación o la nostalgia para seguir dando a los segovianos motivos para adentrarse en sus mundos.
El Esteban Vicente permanecerá cerrado desde el 1 de julio hasta mediados de octubre para cambiar su climatización, una renovación más para un museo que se ha abierto en los últimos tiempos a nuevas líneas expositivas. Cuando se inauguró, en 1998, había tres pilares: el estudio del artista que le da nombre –se mantiene–, los movimientos más relevantes del siglo XX y la realidad artística más innovadora. «En los últimos años hemos incorporado la actividad artística local o regional y una línea expositiva centrada en las mujeres de la España contemporánea», subraya su directora, Ana Doldán. La primera duró cuatro años y dio a conocer a artistas bajo radar; la segundan nació con la muestra de Fuencisla Francés y continuará en octubre con Laura Torrado.
Otra apuesta del museo es no limitar la labor educativa a los centros escolares y probar suerte con talleres 'mindfulnes', dedicados al bienestar, tanto para menores como para adultos. «No se trata de que esto se convierta en una guardería para tener entretenidos a los niños dos horas, sino de generar un poco de conciencia en el entorno familiar de los beneficios de venir a un museo». Unas pequeñas pinceladas sobre artistas que rompieron moldes como Andy Warhol que luego tienen una vertiente práctica en el ámbito doméstico, pues los padres piden cursos de pintura en invierno. «Hemos hecho muchísimas técnicas con ellos y tenido la oportunidad de exponer sus trabajos en las salas porque estaban vacías». Una especie de doble grado: artistas y comisarios de exposición. Una forma de fidelizar a las próximas generaciones, pues una experiencia así queda más fijada que una visita ocasional. «Un museo tiene que ser un lugar más vivo, más dinámico». Un contexto propicio ampliar el espectro en un año con danza, jazz o música experimental. «Estamos intentando abrirnos a otras disciplinas, no solo el arte plástico. Cuanto más multidisciplinares seamos, más público vamos a atraer de distinto perfil». El año que viene aspiran a sumar, por ejemplo, teatro.
El museo Rodera Robles abrió en 2002, en un principio solo con la obra de Eduardo Rodera, a través de su fundación. Se sumó una sala de exposiciones temporales, dedicada al grabado, un atractivo que el tiempo convirtió en insuficiente. Como la muestra principal tampoco tenía el empaque para garantizar llenos cada día, hubo hueco para muestras de fotografía y objetos de la Segovia del siglo XX. «El álbum de familia de los segovianos», resume su director, Rafael Cantalejo. Vida cotidiana, personajes y acontecimientos que vertebran exposiciones temporales cada seis meses. «Los segovianos vienen a ver a sus antepasados, cómo vivían sus abuelos, la transformación de la ciudad. Cómo fue desapareciendo el mundo rural, los carros con el burro, y llegaron los automóviles». Este perfil, mayoritario –supone más del 70% de las visitas–, lo complementa el turista, atraído por el edificio, una casa de la nobleza local de los siglos XV y XVI con su patio de columnas. «Si no tuviéramos estas exposiciones temporales, pocos harían una segunda visita al museo».
Arte para evocar recuerdos en pacientes con Alzheimer
Las exposiciones fotográficas y de objetos de la Segovia del siglo XX no solo han servido para asentar al Museo Rodera Robles en el mapa cultural de la ciudad, sino que son una terapia para personas con de Alzheimer, una herramienta a la que recurren cada vez más miembros de AFA, la asociación segoviana de familiares afectados por esta enfermedad. «Casi todos son segovianos que han vivido en aquella época, gente mayor que reconoce todas esas imágenes. Es algo que nos llena de satisfacción», resume su director, Rafael Cantalejo.
Porque la finalidad es de servicio público. «Un museo no es un negocio. Cada vez que abrimos la puerta, la fundación pierde dinero», resume Cantalejo. El rédito son unas cifras estables que oscilan entre los 3.000 y los 4.000 visitantes anuales, quizás el techo de un lugar constreñido. «El edificio es muy vistoso, pero muy pequeño. Todo el espacio está dedicado al museo, no tenemos ni siquiera un almacén. En esas condiciones es muy difícil tener actividades, ya nos gustaría llevar colegios y hacer talleres». No puede haber más de 22 personas simultáneamente. Aunque han aumentado su presencia en redes sociales, asumen un papel secundario. «Es un modesto museo hecho con la ilusión de alguien que se sentía muy segoviano. Algo que se cumple estupendamente porque hay gente que colecciona absolutamente de todo». Dedicaron una al comercio de la Calle Real: además de las fotos, había papeles de envolver, latas de producto o madejas de lana. El museo de la nostalgia. «Pero sana. Hay gente que la tiene incluso sin haber vivido ese mundo. Es el recuerdo, el pasado, la historia reciente… no han pasado tantos años».
El Palacio de Quintanar no se define como un museo, sino como un centro de creación. Su director, Gianni Ferraro, subraya la «prioridad» a la cultura visual, pero esgrime música, poesía, cine, arquitectura o diseño. «Hay que poner raíces en el territorio, dar a cualquier tendencia un lugar en el que encontrar lo suyo». Una agenda multidisciplinar muy densa, con más de 20 muestras al año que convive en verano con el Jardín de los Sentidos, un foro con jazz, flamenco, folk o música electrónica. Una fórmula no solo identitaria, sino necesaria. «El objetivo de un museo no es el mismo que el de un Mercadona, no estamos vendiendo nada, pero nos interesa que el público pueda encontrarse con sus intereses». Cada vez ve en exposiciones a más personas que conocieron el lugar en uno de esos conciertos, uno de los factores que explican su crecimiento hasta los 37.000 visitantes anuales. Por eso se enorgullece del camino recorrido en sus 15 años de historia.
Una oferta diversa que continuará en las próximas semanas con una exposición de un fotógrafo polaco y otra de arquitectura contemporánea rumana, complementadas por los Vaquero: tres generaciones de paisajes segovianos. El Palacio de Quintanar es uno de esos lugares que las revistas especializadas obligan visitar este verano, así que el flujo de turistas no para de crecer y ya son mayoría en los fines de semana. El resto de días manda Segovia y la provincia. «El público mayor es más fácil; el joven, depende de la actividad». Pone el ejemplo de fotografía vinculada al festival de blues. «Si tuviera la fórmula para traer a los jóvenes, ya la hubiera aplicado. Probablemente sean más exigentes, quieren ver lo suyo, como si no tuviera tiempo. El adulto está más abierto a ver cosas nuevas».
El Esteban Vicente apuesta por la multidisciplinariedad y llevará teatro al museo en 2026
Quizás el papel de vanguardia recaiga más en el Esteban Vicente. «El objetivo es mantener todavía el arte tradicional, pero también abrir a otras propuestas como el arte digital, performance...» En la muestra de Fuencisla Francés, el espectador debía moverse entre las obras. «Están demandando al público que complete el sentido de la obra. Todo esto es necesario, no solo es una demanda social, hay nuevas propuestas y si somos un museo de arte contemporáneo tenemos que mostrarlas». Doldán explica cómo el turista ha ganado peso en su perfil de visitante desde la pandemia, igualando ya casi al segoviano, para unas visitas que el año pasado crecieron un 20%, hasta las 18.000. «El museo se ha abierto a la ciudad, lo veían como un sitio en el que se hacen cosas para entendidos. La gente va perdiendo ese miedo al arte contemporáneo: no lo voy a entender, no voy». Con todo, lejos de los tiempos dorados de principios de siglo, aquel 2001 con 40.000 gracias a las exposiciones de Dalí y Picasso. Ayuda el «efecto llamada» con otros espacios cercanos como el Palacio de Quintanar o el Torreón de Lozoya. «Hacer cosas juntos de vez en cuando está ayudando».
Si en algo coinciden es en poner la fidelización por delante de las cifras. Los que han repetido hasta cinco veces en el Esteban Vicente: «Estás consiguiendo lo que buscas, que la obra llegue al espectador, no que venga como un borrego». Por eso el Palacio de Quintanar hace talleres y conferencias de cada exposición «para entenderla mejor». O los que dosifican en varios días la visita al Rodera Robles, como quien quiere extender el postre unos minutos más. «Va como in crescendo, a la gente siempre le parece que la última exposición ha sido la mejor», subraya Cantalejo, con razones para tener al público más mayor. Los jóvenes ya son otra batalla. «A lo mejor hay que recurrir al marketing, convertirlo en un hecho social. Ahora con las exposiciones monográficas, la gente se pelea por ir al Prado a ver cosas que han estado colgadas allí toda la vida. Está bien. Que vean que un museo no es peligroso y, además, se aprende».
El reto de dar a conocer a Esteban Vicente en Europa
El Museo Esteban Vicente está trabajando para exportar la figura del artista por el viejo continente. «En Estados Unidos es muy conocido porque, al final, pasó prácticamente toda su vida allí [sede de su fundación y de una buena parte de su obra], pero en Europa no se le conoce prácticamente», subraya su directora, Ana Doldán. Será a través de itinerancias con obras de su colección, apoyadas por el Instituto Cervantes, que pasarán, al menos, por Roma, ya confirmado, a la espera de cerrar Varsovia y París, su inspiración: de hecho, fue su primer destino en busca de la modernidad de los años 20. «Ojalá se pueda llevar también a Nueva York para hacer su trayectoria vital».
Nacido en Turégano en 1903, Esteban Vicente se marchó en 1936 a Estados Unidos, pero no lo hizo por motivos políticos, sino porque estaba casado con una estadounidense y vio la oportunidad porque el epicentro mundial del arte basculaba hacia Nueva York. Era un conocido republicano –pintaba chistes anticlericales como angelitos haciendo pis sobre monjas en los camiones en las primeras batallas en la Sierra de Guadarrama– y defendió su causa desde el consulado de Filadelfia facilitando la salida a los exiliados. Así entró en el expresionismo abstracto americano, como muchos otros artistas europeos que encontraron refugio al otro lado del Atlántico, una idea que entronca con casi cualquier capital del viejo continente. Con nombres como Mark Rothko, soviético nacido en Letonia. «Esteban Vicente es un gran maestro del collage, de la luz y del color. Llega al espectador, es una gran experiencia. No buscaban tanto representar la realidad, sino aquello que la realidad les hacía sentir».
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