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Fernando García. WORD
«La experiencia de la enfermedad toca lo más profundo»

«La experiencia de la enfermedad toca lo más profundo»

Testimonio. Uno de los párrocos del hospital, Fernando García, explica cómo ha vivido la pandemia y cómo cambia la vida de los pacientes

d. b. p. / word

Miércoles, 17 de febrero 2021, 11:25

Hace un año nadie sabía dónde estaba Wuhan y las únicas máscaras que se veían por la calle eran las de carnaval, pero la pandemia nos ha cambiado la vida y ha obligado a cambiar las rutinas sociales, higiénicas y laborales.

Fernando García es responsable de Pastoral de la Salud y uno de los párrocos que presta su servicio en el hospital. Lleva casi un año en la trinchera, viendo la lucha cotidiana de los sanatorios y los pacientes contra el virus y adaptándose a las exigencias médicas para ejercer su labor. La enfermedad ha cambiado su rutina «completamente». Los religiosos mantiene las puertas de la capilla abiertas, imparten la eucaristía varias veces, charlan con quien se acerca por allí... «pero la atención a los pacientes ha cambiado mucho. Hasta que llegó la desgracias teníamos visitas sistemáticas, salvo que los pacientes no quisieran. Pasábamos por las plantas que teníamos distribuidas, saludábamos, hablábamos con ellos... ahora no. Se cortó todo. Ahora las visitas son a demanda de los pacientes o los familiares. Ha cambiado mucho».

Seis son los religiosos que atienden a los ingresados de Salamanca, ya estén en el Clínico, el Virgen de la Vega o los Montalvos. «Somos 10, pero algunos no pueden atender por ser personal de riesgo», explica. «Y durante el día no paramos», añade.

La experiencia de estos casi once meses en primera línea está llena de palabras como «susto», «incredulidad», «desconcierto» y «perplejidad». Fue lo que experimentaron los pacientes, los sanitarios y los religiosos del Clínico cuando el coronavirus aterrizó en Salamanca. «Y luego el miedo nos afectó a todos. Ese miedo al contagio y esa indefensión que se veía, porque virus no es reconocible hasta que esta presente, esto aterroriza un poco. Ahora mismo creo que las personas con síntomas graves, pero no extremos, con evolución positiva, no están agobiadas. Ven que le enfermedad puede dejar secuelas, pero no se sabe cómo va evolucionar si irá a bien o mal, si irá a la UVI o no... Aún hay mucho desconcierto y también más confianza en que se puede superar. Es muy complejo y muy diferente el grado de afectación, si hay una persona o dos... si es una persona muy mayor, si tiene patologías o no. Son muchas circunstancias», comenta.

El párroco cree que, en momentos tan extremos como las del último año, las personas pueden experimentar un «cambio interior». «Creo que la gente que es creyente y no practica se siente llamada a la práctica interior. Es una experiencia que se vive y que queda. Desde mi lectura como persona creyente creo que dios habla y llega a cada uno. Está habiendo un proceso o un camino hacia el interior de cada uno, y dónde llegue cada persona no lo sé, pero creo que es algo auténtico».

En su opinión «los que han vivido una experiencia grave en la UVI se nota más. Salen transformados interiormente, quizá más de lo que son conscientes. La experiencia de la enfermedad hace tocar lo más profundo del ser humano, que es frágil, fuerte y digno. Y genera alrededor una corriente de cuidados y atenciones por parte de los sanitarios que es extraordinaria. Quienes están en la UCI, los intensivistas, están día y noche buscando la posibilidad de ayudar a superar la enfermedad... es algo extraordinario. El enfermo se da cuenta de que hay gente a su alrededor que ha estado a su servicio para salvarle la vida». García cree, como persona religiosa que es, que «está habiendo en conjunto, no sólo entre los pacientes, sino en sus familiares y sanitarios, una llamada a la profundidad, hacia la interioridad, y ahí esta lo religioso».

El capellán insiste una vez más en el «testimonio extraordinario» de los trabajadores del centro, más allá de las creencias de cada uno de ellos. «Lo veo en los hospitales, por parte de todo el mundo: sanitarios, personal de limpiezas, cocinas... que son gente normal y sencilla, pero ¡qué calidad de respuesta! Es gente normal y en presencia de una situación crítica en la que otras personas están entre la vida y muerte, arriesgan su propia salud. Dan un testimonio extraordinario. No están agobiados ni tristes. Vencen sus miedos, temores y cansancio. A mí me da seguridad y la convicción de que saldemos mejorados, porque el resto de población en su conjunto también puede reaccionar así, como ellos. Es un signo de esperanza», concluye.

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