Derecha, Europa y Estado de bienestar
Si la derecha no es sensata, corre el riesgo de convertir a Sánchez en símbolo del modelo social europeo
Frente a lo que se piensa, el Estado de bienestar no es un invento de la izquierda, sino de la derecha. Fueron democristianos –De Gasperi, Adenauer, Schuman, entre otros– quienes tuvieron la inteligencia de leer su momento con altura de miras y comprender que tras el horror de la Segunda Guerra Mundial hacía falta un nuevo pacto que reconciliara economía de mercado con justicia social, libertad con protección y democracia con dignidad. No lo hicieron por cálculo electoral ni por oportunismo ideológico, sino por convicción moral. Inspirados por la doctrina social de la Iglesia –esa que la izquierda ha despreciado y la derecha ha olvidado– y por las encíclicas 'Rerum Novarum' y luego 'Quadragesimo Anno' fueron capaces de imaginar una Europa donde el crecimiento económico fuera compatible con las pensiones, la sanidad o el trabajo digno. La 'economía social de mercado' no es, por lo tanto, una coartada: es un proyecto civilizatorio.
Pero además resultó terriblemente inteligente. Porque si la gente tiene hambre, no puede escolarizar a sus hijos y no tiene un médico cuando lo necesita, tiende a ponerse nerviosa. Y con razón. Y cuando esos nervios son globales, se convierten en revolución. Y revolución es sinónimo de muerte. La derecha fue capaz de acabar con la idea comunista de revolución que tanto daño hizo a Europa, convirtiéndola en inútil. Si el Estado garantiza la educación, la sanidad y las pensiones, la izquierda ha muerto. Y muerta la izquierda, muta en otra cosa, llamada socialdemocracia. En España al PSOE le costó mucho aceptar la idea de democracia como medio para llegar a sus fines –no lo hizo hasta 1974–, pero en Suecia o en Inglaterra llegaron mucho antes. En cualquier caso, el tan celebrado modelo escandinavo vino después y el socialismo europeo no tuvo más remedio que sumarse a una estructura que la derecha ya había puesto en marcha. En realidad, el Estado de bienestar no fue una concesión ideológica, sino una solución ética. Una forma de evitar que el comunismo creciera, pero también de reconocer que el individuo necesita más que libertad para ser plenamente humano: necesita comunidad, cuidados, horizonte. Y, sobre todo, para ello conviene estar vivo.
Todo esto la izquierda no lo sabe, porque nadie se lo ha contado. Pero lo más triste es que la derecha tampoco. Les han quitado de las manos su propia obra y se han dejado. Es más, los han convencido de que apoyar el Estado de bienestar es lo mismo que ser socialdemócratas. Sus críticos –cafres– lo repiten con desprecio: «El PP es un partido socialdemócrata». Ante eso no cabe más que recordar que el Estado de bienestar no es socialdemócrata sino democristiano y que, en todo caso, es algo garantizado por la Constitución que decimos defender. Y que la alternativa no es otra que el conflicto y la muerte. Y como resulta complicado ganar dinero cuando le gente quiere cortarte la cabeza, si no se defiende por principios cristianos, defiéndase por inteligencia capitalista y lógica empresarial. Por otro lado, no parece que haya ningún partido que quiera acabar con sanidad, educación o pensiones. Por lo tanto, más allá del ruido, podemos dar por hecho que el Estado de bienestar es algo aceptado por la inmensa mayoría de la población, por el ordenamiento jurídico y que, por ambos motivos, debe ser defendido con todas las herramientas posibles. Aunque lo anterior no puede tampoco ocultar el hecho de que el Estado ha de ser más pequeño, que hay que recortar mucho gasto superfluo, que hay que ser más austeros y que, por supuesto, no debemos confundir Estado de bienestar con asistencialismo y mucho menos con clientelismo socialista. Estado de bienestar, sí; pero viable y racional.
Solo alguien que conozca la historia puede considerar que el bienestar que disfrutamos es algo normal. No lo es. El modelo en el que vivimos en Europa es un éxito, una anécdota histórica y un logro común. Tiene grietas y no es perfecto, pero no hay reemplazo. Al igual que la libertad, el bienestar hay que defenderlo cada día de sus enemigos, que son muchos. Uno de ellos es Donald Trump, que exige que transfiramos un 5% del PIB –un 11,1% del gasto total del Estado–, a su industria. Aunque podamos discutir sus formas y su manera espuria de avivar el conflicto, Sánchez acierta al plantar cara. Pero sin ingenuidad: el presidente juega con buenas cartas y sabe que tanto el gobierno de Dinamarca como el de Canadá han salido ganando al hacerlo y que Trump no puede cumplir la amenaza de guerra comercial a España sin hacerla extensible a toda la UE.
En cualquier caso, Trump es un regalo para nuestro pequeño aprendiz de sátrapa. Y aparece en el momento exacto. Pero aun así es importante entender que, en este asunto, Sánchez no solo tiene razón sino además el apoyo de la mayoría social. Y lo que es peor: el conflicto va a adquirir dimensión europea y un realineamiento de los equilibrios por rechazo a las medidas. Los gobiernos que han firmado el 5% son frágiles electoralmente y no es prudente pensar que ese volumen de gasto en defensa no va a alterar los equilibrios. Una cosa es la fatiga del 'wokismo' y otra convertir Europa en un polvorín.
Si la derecha no es sensata, corre el riesgo de convertir a Sánchez en símbolo del modelo social europeo. Porque la magnitud del gasto comprometido es tan disparatada que no tiene recorrido. Parece que el PP va por el camino correcto al asegurar que «no consiente las amenazas a España del presidente de Estados Unidos, Donald Trump. Y menos si pretende utilizar a los productores de nuestro país para vengarse de la insolidaridad del presidente del Gobierno». Es un buen comienzo, pero no es suficiente. Porque el PP sigue sin posicionarse en lo esencial del disparate: ni sabemos su postura ni sabemos qué hará si llega al gobierno.
Aceptar ese 5% de PIB es bombardear presupuestariamente escuelas, hospitales y pensiones sin disparar un tiro. Y eso no es prepararse para ganar, sino para perder. Armarse a costa del Estado de bienestar no sirve para derrotar la amenaza de Putin, sino para darla por segura. Es decir, Trump afianza a Putin por un lado y por el otro le utiliza para generar un modelo de negocio basado en ese miedo. Si ese miedo arraiga, en dos o tres años no quedará en pie ni uno solo de los gobiernos firmantes, y estaremos todos en manos de la extrema derecha, porque la demolición del bienestar les hará crecer. Y después, de nuevo la extrema izquierda como respuesta a la extrema derecha. Si el Estado de bienestar ayudó a Europa a salir de la Guerra, su demolición nos llevará a otra. Estamos a tiempo.
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