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El hombre que ganó a Merckx al esprint
Tomás Nistal, olímpico en Múnich'72 y uno de los mejores corredores que ha dado Valladolid, recibe un emotivo homenaje del mundo del ciclismo
La bicicleta vivió hace cincuenta años su época dorada en Valladolid. De la aparición de distintos patrocinios surgieron un puñado de equipos, y de la cantidad afloró por generación espontánea la calidad. El ambiente ciclista en los años 70 bullía a borbotones y no había fin de semana en la ciudad que no se hablara de las gestas de Germán Martín, José Luis Alba, Ángel Escudero, José Luis Grañeda, Félix Suárez, José Luis López Cerrón, Emilio Martín, Javier Mínguez.... o Tomás Nistal.
Nistal, con 75 años cumplidos este verano, era un fijo en los esprints y casi un fijo en los podios de las etapas que terminaban al esprint. Tal es así que aún hoy se le recuerda por la etapa que le ganó en velocidad al mismísimo Eddy Mercks. Se corría la Vuelta a España de 1973 y al llegar a Barcelona, en línea de meta, todo el mundo preguntaba quien era aquel osado que había cabreado al 'Caníbal'. «Aquello fue la bomba», recuerda su cuñado, «yo trabajaba en Fasa y todavía recuerdo que tuve que pagar diez cafés a los compañeros que me costaron 150 pesetas».
El cuñado de Nistal, acompañado por toda la familia, un buen número de los corredores mencionados en el primer párrafo, y personajes ligados todavía al mundo del ciclismo como Perico Delgado participaron en la tarde de este viernes de un emotivo homenaje en el edificio de la Granja -conducido por Javier Ares y Eduardo Blanco- que recordó algunas de las hazañas del que fuera mejor corredor vallisoletano en la década de los 70.
«No solo era un esprinter sino que se defendía aceptablemente en montaña, era muy listo para colocarse y de ahí que su llegada al Kas fuera, no para hacer el esprint, sino para preparárselo al especialista que tenía el equipo. Tomás –asegura José Miguel Ortega–, no solo tenía la victoria metida en la frente, sino que era muy listo para sacar el máximo de sus posibilidades».
«Era un hombre temperamental y ese temperamento lo sacaba en las llegadas, le daba igual llegar con 12 que con 40. Era la velocidad en esencia dentro de un cuerpo pequeño», señala Ángel María de Pablos en uno de los vídeos que se proyectaron en el tributo recibido por Nistal. «Por faltarle algo, le faltó solo nacer en Bélgica», apuntilla Javier Ares.
Profesional entre los años 1969 y 1977, Tomás Nistal vistió el maillot de tres equipos de postín en la época como La Casera (1969-1974), Kas (1975-1976), y Teka (1977), y con todos ellos sumó victorias de etapa. «Era dinamita pura, incansable, con una actividad tremenda desde por la mañana hasta la noche», subraya Mínguez, que aún recuerda cuando se sacaron juntos la primera licencia federativa, año 64, como juveniles. Su fe para ganar al esprint era única. Podía ir muerto pero veía la pancarta y resucitaba».
Ese carácter ganador le llevó a competir en los Juegos Olímpicos de Múnich'72, donde colaboró de forma decisiva en la medalla obtenida por el equipo español. «Tomás era clarísimamente un candidato porque era un ganador. Si eres un hombre rápido, y él lo era, tienes muchas posibilidades. Pero en Múnich hubo un corte y las órdenes del seleccionador fueron que se contuvieran porque con Jaime Huélamo había posibilidades de medalla, como así fue –la de bronce, que se le retiró posteroirmente al detectarse una sustancia dopante–», explica José Miguel Ortega.
Al llegar a Valladolid, tanto a él como al pistard Félix Suárez se les rindió homenaje por su prsencia en los Juegos.
Tuvo que ser una caída grave, en la Vuelta a Cataluña del 77, la que le bajara de la bicicleta para años después dirigir a un equipo gallego en el que militaba Álvaro Pino antes de ponerse al frente del mítico Moliner Vereco, integrados por corredores como Ángel Camarillo, Ángel Ocaña, Machín, Magro, Eduardo Chozas, Perico Delgado,... «Teníamos un equipazo y ganábamos el 90% de las carreras que hacíamos», recuerda a día de hoy Chozas.
Como el Cid, Nistal siguió ganando carreras después de Aparcar la bici. Aunque nada como aquel día que enfadó a Mercks. «La bala que mató al caimán», señala Alejandro Romero sobre una gesta que lo reunió todo, «calidad, clase, la raza, combatividad,...». Ese era Tomás Nistal cuando se enfundaba el maillot.