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El crío tiene unos 11 años, quizá menos, y una camiseta recién comprada que se pone inmediatamente, con el logo del disco y las fechas de la gira. Le acompañan dos adultos y uno de ellos luce una camiseta de Extremoduro, del disco 'Iros todos a tomar por culo', ya grisácea. Al primer acorde, el chaval, 'filaseisasientoveinte', se desincrusta de entre sus acompañantes y se pone en pie. Canta, levanta los brazos y lleva el ritmo con entusiasmo desaforado. Mucho. Tanto que tú, viejuno, piensas que igual es demasiado, que total, acaba de empezar, hasta que te sorprendes porque te cuesta cantar -no digo ya entonar, ese lujo-, porque un nudo de emoción amenaza desbordamiento. Y no se va. Ni en la primera canción, ni en la segunda, ni cuando ya van tres. «Si te vas, me quedo en esta calle sin salida». Y la frase te recuerda que eso es Extremoduro y la cabeza te lleva a tantos planes que arrambló la pandemia y a toda la vida que se llevó por delante sin piedad.
Y entiendes.
Comprendes entonces que la catarsis era esto. Que «filaseisasientoveinte» lo ha entendido con la simplicidad del niño que es, y no duda. «No queda ni una sombra. No queda ni un recuerdo amargo». Y lo celebra. «Todo lo que te hace sonreír me vale la pena».
Robe, retratista de instantes de ánimo, traía una dosis de catarsis en concierto.
Y resultó que estaba compuesta de nostalgia pasada y futura. La pasada buceaba en el recuerdo de su última visita y en la frustración de tantas entradas de Extremoduro que hace un año se quedaron en el cajón. Se aliñaba con las letras de 'Destrozares' y de 'Lo que aletea en nuestras cabezas'. Se regodeaba con las frases de 'La ley innata' o de 'Material defectuoso' o con ese 'So payaso' que libera las endorfinas adormecidas. Que retrotraen a un tiempo que fue y probablemente nunca volverá a ser, el de la añoranza del grupo con el que éramos jóvenes.
La nostalgia futura era atisbar qué asomaba tras el final interrumpido de la Coda feliz; adivinar cuál será el próximo giro artístico de Robe, la próxima frase con la que identificaremos un pedazo de nuestra biografía; comprobar que la energía brutal de 'Mierda de filosofía' recorría eléctrica el escenario acompañada por luces intermitentes con la misma vehemencia con la que el público insistía en no asomarse -otra vez- al fondo del abismo, en pensar solo en bailar como putos locos. Como 'filaseisasientoveinte', cabeza hacia atrás, brazos abiertos, puños cerrados, éxtasis continuo durante casi tres horas.
«Ahora que tú has pasado por aquí, [Robe], estoy en pleno apogeo».
Mayéutica se convierte en un himno continuo de cincuenta minutos, con picos de locura colectiva ante una banda impresionante. «El suelo se mueve y me desequilibra», amaina el penúltimo tema, y 'filaseisasientoveinte' se apoya derrengado en su adulto de la izquierda, busca un abrazo. Le da tiempo a un esfuerzo postrero antes del paso a los bises y es entonces cuando una mujer baja media grada para saludarle. Para darle las gracias. Casi no sabe ni qué decirle, no deja de ser un crío, pero el impulso de la catarsis la ha llevado allí, a decirle a ese semiconductor de empatía, ante sus dos adultos atónitos y orgullosos, que lo hemos entendido. 'Filaseisasientoveinte' se reactiva con los bises, puro Extremoduro. «Y muere a todas horas gente dentro de mi televisor. Quiero oír alguna canción», canta el pabellón. «Y rozar contigo. Y como, como si se me encendiera alguna luz», sigue. Y 'Ama y ensancha el alma' deja en el aire otro instante de ánimo. «Quisiera que mi voz fuera tan fuerte que a veces retumbaran las montañas, y escuchárais las mentes social-adormecidas las palabras de amor de mi garganta». Hágase la catarsis, Robe.
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Álvaro Soto | Madrid
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