El duelo por el padre jardinero, la lectura salvaje y la leonera de un director de cine
Las tres recomendaciones literarias de la semana incluyen, entre otras, el volumen de cuentos de Fernando León de Aranoa y un ensayo sobre el papel activo del lector
'Leonera', Fernando León de Aranoa
«La esperanza no es sino una variante más de la ficción, acaso la más bella» (10-11)

-
'Leonera' Fernando León de Aranoa.
-
Seix Barral 192 páginas. 19 euros.
Escribe Fernando León de Aranoa (el director de 'Barrio', de 'Los lunes al sol') que los cineastas son fabuladores de largo aliento. Que escribir, rodar, idear una película es una aventura de varios meses, años incluso, lo que invita a dosificarse para no caer desfallecido. «Escribir cuentos supone, por el contrario, inventar el sprint» (10). Por eso, en León de Aranoa convive el maratoniano que hace películas y el velocista que se entrega al relato corto. 'Leonera' es una compilación de estas carreras fugaces de la escritura. Una colección de cuentos en los que escribir se demuestra como una forma de conocerse más, comprenderse mejor. Un modo de ordenar ideas y convertirlas en algo más bello. Los relatos de Léon de Aranoa son, casi siempre, cortos. En algunos casos, apenas una frase. Hay imágenes recurrentes (los bancos en el parque, los combates de boxeo, los calendarios, los mapas, los álbumes de fotos) y temas que se repiten como si con la escritura hubiera que domesticar la obsesión. Sobre el tiempo perdido, por ejemplo, la búsqueda de la palabra exacta para definir la realidad, el final de una relación, el futuro esperanzador del joven y el pasado melancólico del anciano. A medida que avanza el libro, esos relatos crepusculares ganan terreno. Los hay en los que una pareja que rompe, después de repartirse los libros, empieza a repartirse los recuerdos compartidos. Hay otro en el que nos recuerda que la mirada de una persona ajena puede ayudarnos a descubrir el tesoro de lo que consideramos rutina. Y especialmente hay, en muchos relatos, un amor por la vida y una pasión evidente por la escritura. «Uno escribe sobre lo que tiene que ser o sobre lo que desea ser, nunca sobre lo que ya es. Anhelos y temores son la materia de la que están hechos nuestros escritos. Para lo que uno es, ya está la vida» (85).
'El jardinero y la muerte', Gueorgui Gospodínov
«La muerte es un cerezo que madura sin ti» (216)

-
'El jardinero y la muerte' Georgui Gospodínov.
-
Impedimenta. 224 páginas. 22,95 euros.
«Mi padre es jardinero. Ahora es jardín», dice el escritor y poeta búlgaro en el inicio de este cuaderno de recuerdos sobre la figura del padre que murió. Aquel hombre que durante gran parte de su vida dedicó inmensas horas al cuidado del jardín, es parte hoy de esa tierra que tanto se preocupó en cultivar. Y una vez enterrado, su cuerpo será semilla para el recuerdo. Escrito en capítulos cortos, Gospodínov se ha entregado a unos textos donde rememora la figura de su padre y, sobre todo, reivindica la importancia de los cuidados y de una muerte digna. Más allá de las anécdotas familiares (que se hacen con el libro en su tramo final), lo más emocionante de su lectura son esos capítulos en los que habla de los últimos días de su padre. De la intimidad que en ese momento final forjó con su hijo. De los deseos íntimos de una persona cuando se acerca al adiós. De esa consciencia, al final de la vida, de que no solo es el pasado lo que se pierde al morir, sino sobre todo el futuro (lo que vendrá y ya no podré ver). Hay una metáfora que, al principio del libro, aventura lo que el lector se va a encontrar. Gospodínov cuenta uno de sus sueños recurrentes. Su familia ha caído en un pozo y él se encuentra fuera, en la superficie, solo. El protagonista siente no solo dolor por su familia ahí encerrada, sino también por él mismo, desamparado y sin saber muy bien que hacer. Así ocurre también con la muerte de los seres queridos. Más allá de la vida que no vuelve, hay una pérdida irreparable entre los que se quedan. Pero, además, el escritor cuenta que después, para evitar que ese sueño del pozo se le olvide, lo apunta en un cuaderno. Y así la escritura se convierte no solo en conjuro contra el olvido, sino también en cuchillo que puede, al recordarla, al insistir en ella, ahondar la herida. Escribir a veces es hurgar en el dolor. Y eso también tiene reflejo en este libro hermoso sobre la muerte de los seres queridos, el duelo y sobre cómo la escritura puede ser también parte de ese proceso de sanación.
'La lectura salvaje', Álvaro Ceballos
«Para que la lectura pueda transformarnos, antes debe transformarse algo en nosotros. Tal vez haga falta un acto de fe previo a la lectura. Tal vez tengamos que autorizarnos a cambiar y a ser cambiados por lo que leemos» (185)

-
La lectura salvaje Álvaro Ceballos
-
Alianza 248 paginas. 17,95 euros.
Álvaro Ceballos recurre a la antropóloga francesa Michèle Petit para acercarse a una frase hecha que ha saltado de los libros a la vida cotidiana. «Leer entre líneas». La mirada sobre esta expresión se ha fijado siempre en lo que sucede en el texto, lo que el emisor quiso decir pero no dejó claro del todo y por el contexto hay que intuir. Pero Ceballos gira el foco. Apunta el haz de luz hacia el receptor. Y se pregunta qué hace con ese texto el lector. «Los lectores deslizamos entre líneas nuestros deseos, nuestras angustias, nuestras preguntas. Me gusta esta subversión de la expresión 'leer entre líneas' como algo que va del lector al texto y no al revés» (96). Ese cambio en la mirada está en el centro de 'La lectura salvaje', un ensayo que aborda cómo el lector se acerca a los textos literarios y cómo estos son interpretados o decodificados en función de los ojos que por ellos se pasean. ¿Por qué un mismo libro no dice lo mismo a diferentes personas? ¿Por qué nos identificamos con personajes que nada tienen que ver con nosotros? ¿Por qué para algunos una ficción puede ser totalmente verosímil y para otros algo totalmente increíble? La lectura salvaje a la que alude al título es una lectura «ordinaria, espontánea, real, cotidiana» (24). El modo en el que, sin las lupas del academicismo, la mayor parte de personas se acercan a un texto. ¿Cómo leemos una novela y qué pasa dentro de nosotros cuando eso sucede? Estas son preguntas a las que responde este libro, de capítulos cortos y extensa biblografía, en el que los lectores encontrarán respuestas a preguntas que a veces les salen al paso o los atormentan. ¿Por qué olvido tan pronto lo que leo? ¿Por qué si me meto mucho en la trama de un libro puedo pasar por alto sus incongruencias? Para abrir boca, ahí van un par de párrafos (tan sabrosos como nutritivos).
«De algunos libros apenas conservamos sino un aroma, una sensación inaprehensible, asociada en ocasiones a las circunstancias de lo que leímos. Aunque -desmemoriado como soy- me exaspere la rápida descomposición de lo que leo y se me vaya la vida poniendo parches a mis recuerdo con anotaciones y fichas de lectura que casi nunca releo, he de admitir que hay algo hermoso y melancólico en esa muerte sinestésica de la literatura» (74).
«Se dice mucho que leer amplía nuestra visión del mundo, pero se dice demasiado poco que nuestra visión del mundo restringe la lectura, la amolda hasta hacerla encajar en nuestro repertorio de ideas preconcebidas» (150)
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.