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Los hermanos Melero, Francisco Javier y Juan Carlos, decidieron convertir los rincones de este pueblo palentino en una sala de exposiciones permanente que llama la atención a cualquier hora del día y del año
El vecino Ramiro asegura que con el arte se ha dado vida a un pueblo que se estaba muriendo
Boadilla de Rioseco, con poco más de un centenar de habitantes, quiere escaparse del olvido y luchar contra la despoblación a base de arte. Con el proyecto ‘Arte contra el olvido’, un grupo de artistas ha convertido los rincones de este pueblo palentino en la galería de arte al aire libre más original del mundo, para ver, para tocar y para sentir que los municipios pequeños también existen.
Justo a la entrada recibe al visitante un enorme montaje fotográfico colocado sobre la pared de las antiguas escuelas, ahora cerradas. Un horizonte infinito, palomares caídos, cazadores y galgos, abren la puerta de este pueblo de Tierra de Campos, uno de tantos donde la despoblación se ha ido comiendo a trozos la vida que bullía antes. «Ahora que tenemos buenos jardines y las calles arregladas, cuando mejor está el pueblo y más bonito, ahora, no hay gente», se apena Bernardo, que a sus 82 años se pasea por las calles vacías y pone voz al lamento de este pueblo que no quiere caer en el olvido.
Para rescatarlo de esta lacra que persigue a la España rural, los hermanos Melero, Francisco Javier y Juan Carlos, diseñador gráfico el uno, fotógrafo el otro, y ‘agitadores’ culturales ambos, decidieron convertir Boadilla de Rioseco en una galería de arte al aire libre, en una sala de exposiciones permanente que llama la atención a cualquier hora del día y cualquier día del año. «Puedes venir a la hora que quieras y pasar sin llamar. Puedes mirar y tocar», sostiene Javier Melero, que no se resignaba a ver morir lentamente el pueblo que un día fue su infancia y su adolescencia y por eso hoy se empeña, junto a su hermano, en sacar a Boadilla de Rioseco del mapa de la España vaciada.
Empezaron los dos, hace ya una década, colocando las primeras obras en las calles y paredes del pueblo, pero poco a poco consiguieron enganchar a muchos otros artistas -van por la veintena-, al proyecto Boadilla de Rioseco Arte (BdR_A), que hoy suma 30 intervenciones de lo más dispar y sigue creciendo.
Cualquier espacio sirve para acoger talento, la tapia del cementerio, los silos del cereal, el muro de una nave agrícola, las fachadas de las casas de adobe y cemento, la entrada de la iglesia, palomares y pajares o la vieja estación del tren que se ha convertido en el ‘epicentro’ del arte en Boadilla.
Los artistas han querido despertar esta estación que llevaba 60 años dormida, con cinco obras gigantescas a cada cual más impactante. Un enorme mural de tres por dos metros en el que Roberto González retrata a un hombre que se tapa la cara con las manos para estar ‘Doblemente vigilados’, o la reina goyesca que Patricia Mateo y Jose Luis López del Moral han reinterpretado y rescatado del Museo Prado para que disfrute del aire libre y del horizonte interminable. O la ‘Boadilla imaginaria’ que Javier Felipe González reconstruye desde Colombia con los ladrillos de las casas caídas; o la poesía de Juan Carlos Melero escrita en 1977 que, en grandes planchas de acero, se dispone como un telegrama sobre la fachada semiderruida de la vieja estación.
Otros, como Andrés Martínez Trapiello, han querido reconstruir los palomares y el paisaje que había justo a la salida del pueblo cruzando el puente que sigue milagrosamente en pie de camino a Cisneros.
Originales composiciones adornan las paredes de varias naves, realizadas con el sobrante de una instalación que Luis Gordillo hizo para una estación de metro de Madrid con enormes planchas de aluminio. De ellas, la titulada ‘Colada al sol’ es la preferida de Javier Melero, porque está en la era donde su abuela tendía la ropa.
Los hermanos Melero se han colocado en las tapias del cementerio, con permiso del cura del pueblo, discos de radiales dispuestos como engranajes de un reloj para simbolizar ‘Las vueltas que da la vida’, porque «hoy estamos a un lado de la tapia pero mañana podemos estar al otro». Discos que también tuvieron otra vida, cortando el material con el que grandes arquitectos como Norman Foster, Javier Calatrava y Oscar Niemeyer Meyer alimentaron sus creaciones.
Y entre artista y artista, se cuelan por las calles de Boadilla ‘disparos en blanco y negro’, una serie de fotografías antiguas de la gente del pueblo, que han sacado de los cajones y reinterpretado para desempolvar el pasado del convento o la historia de don Eloy y doña Consuelo.
Los vecinos del pueblo encantados de donar paredes para tan hermoso fin, y de ayudar en las tareas de montaje siempre que hace falta, y de dar explicaciones a la gente que para y pregunta sobre el lugar donde se encuentra cada obra.
El vecino Ramiro asegura que con el arte se ha dado vida a un pueblo que se estaba muriendo «porque se mueren los mayores y no nacen niños». Y encantados de pasear entre tanto contraste están también Feliciano, y Pruden, y Simón, los pocos parroquianos que se encuentran por la calle un día cualquiera en Boadilla de Rioseco.
«¡Que no les borren del mapa!», ese es su grito de guerra. Un grito que en este pueblo se mezcla con el paisaje de Tierra de Campos, con el silencio y el arte para invitar al mundo a pasearse por sus calles.