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JOSÉ MARÍA DÍAZ
Domingo, 17 de febrero 2013, 13:33
Cuando Mashda cruzó la frontera de Marruecos con Melilla tenía solo 8 años. Sola en las calles, sin familia, sin hogar, sin dinero, Mashda buscó el amparo de la Cruz Roja y fue pasando de centro de menores a otro hasta recalar, ya con 14 años, en el colegio de los Padres Barnabitas de Palencia, en donde permaneció hasta los 18 años. Alcanzada la mayoría de edad, se vio de nuevo en la calle, sin recursos, en una ciudad extraña, muy lejos de su Marruecos natal.
Así que Mashda decidió recurrir de nuevo a Cruz Roja, que fue quien le puso en contacto con las Religiosas de María Inmaculada. Y ahí comenzó su nueva vida. «Mashda fue la pionera. Llegó a nosotras cuando ni siquiera nos habíamos planteado tener este servicio de acogida para jóvenes sin recursos. Cruz Roja nos pidió que nos hiciéramos cargo de ella, que no tenía hogar, ni familia en España, ni dinero, ni nada», explica la madre Pilar, superiora de las Religiosas de María Inmaculada en Palencia, congregación mucho más conocida por los palentinos como el Servicio Doméstico.
La llegada de Mashda fue toda una revelación para las hermanas, que pronto comenzaron a recibir información de otros casos similares. Chicas de 18 años, tiradas en la calle, sin hogar, ni familia, ni recursos de ningún tipo. «No podíamos dejarlas desamparadas, al alcance de cualquier red, que vete a saber qué podría hacer con ellas. Además, nuestra orden siempre ha trabajado con la juventud. Decía la santa Santa Vicenta María López y Vicuña, fundadora de la orden que había que poner a las jóvenes en el camino del bien, y eso es lo que estamos haciendo, darles un hogar, proporcionarles unos estudios, ayudarles a promocionarse», explica la religiosa.
Tras Mashda, llegaron otras jóvenes al centro de acogida, algunas procedentes de desahucios, otras derivadas por Cruz Roja o por el Ceas de San Juanillo, cuyo responsable es conocedor de la labor social de esta congregación religiosa. Algunas de las mujeres atendidas han dejado ya el centro, al haber encontrado un trabajo y disponer de esta forma de recursos propios. Generalmente se trata de una colocación como empleadas de hogar, puesto que las religiosas gestionan una bolsa de trabajo en este ámbito y ponen en contacto a familias demandantes con las mujeres que buscan empleo. «Nos preocupamos de que encuentren un trabajo o de que estudien, para que puedan promocionarse en la vida. A veces, incluso cuando encuentran trabajo, si están de internas en una casa y llega el fin de semana, pueden regresar al centro, en donde tienen su habitación», explica la superiora.
En estos momentos, son seis las chicas acogidas, cuatro marroquíes, una española y una peruana. Generalmente, no tienen familia o está totalmente desestructurada, aunque también se ha dado algún caso de que el problema económico es tan profundo que la familia se ve imposibilitada de cubrir las necesidades de la joven. «Para nosotras fue algo natural, porque ya teníamos la infraestructura, una plataforma adecuada para hacerlo. Disponemos de una residencia de estudiantes y de un centro académico, en donde podemos ofrecerles una formación profesional», explica la madre Pilar, quien se muestra especialmente entusiasmada con el modelo de integración que se ha alcanzado entre las internas en la residencia de estudiantes y las jóvenes acogidas.
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