MARÍA DOLORES ALONSO
Viernes, 30 de octubre 2009, 02:07
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Pocas veces he agradecido tanto como ayer que un grupo de trabajadores con chalecos reflectantes y herramientas de limpieza interrumpieran mi paso por el carril bici. Y es que estaban quitando el lodo acumulado, a raíz del aguacero del lunes, en el tramo de la Avenida de Salamanca entre Arturo Eyríes y el Puente de Hispanoamérica.
Así han desaparecido los meandros marcados por las llantas de unos cuantos desprevenidos que este martes experimentamos el vértigo de perder el control de la bici, que patinaba bailando a su antojo en esa delgada capa de pringue.
Mientras quitaba los pegotes de barro de los zapatos, ropa, mochila y chaleco -y hasta del casco-, me dio por pensar que ahí estaba el peligro, en su apariencia leve y superficial, inofensiva. Porque en el carril de subida (junto a la ladera de Parquesol) una auténtica montaña de cieno lo distinguía desde lejos como intransitable, pero el de bajada -del lado del río- parecía seguro hasta que era demasiado tarde.
Estos días, leyendo la incesante crónica de las presuntas corrupciones que salpican la geografía política, me he preguntado si los políticos que se pringan lo hacen por el lado de la montaña de lodo -conscientemente y a lo grande- o por el de la capa finita, inapreciable hasta que pierden el control de sus resbalones.
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