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MIKEL AYESTARAN
Domingo, 25 de octubre 2009, 02:14
Abdolvahed Mohammadizadehhad. Este auténtico desconocido iraní de apenas veinticuatro años es la persona que se inmoló el pasado lunes en la ciudad de Sarbaz, al sudeste del país, y acabó con la vida de 41 personas e hirió a otras cincuenta. Según la inteligencia persa, el joven viajó hace cuatro meses a Pakistán para recibir instrucción en los campos de entrenamiento del líder de Jondolá (Ejército de Dios), Abdulmalek Rigi. Nacido en la provincia de Sistán-Baluchistán, Abdolvahed pasó dos temporadas en la cárcel en los años 2001 y 2002 bajo las acusaciones de fraude y asalto. Siete años después es un mártir del Movimiento de Resistencia de Irán, el otro nombre del grupo extremista suní.
A diferencia de sus países vecinos, los atentados no son habituales en Irán. Las fronteras de la República Islámica están blindadas por la Guardia Revolucionaria, el cuerpo paramilitar que estaba en el punto de mira de Abdolvahed. Al menos seis altos oficiales perdieron la vida, un golpe contra los máximos representantes del régimen islámico en esta pobre y remota provincia del sudeste del país.
«La venganza no tardará», aseguraron los mandos del grupo paramilitar mientras enterraban a sus mártires, una venganza que en anteriores atentados ha llegado en forma de ejecuciones públicas. Fundada por el imán Jomeini en 1979 con el objetivo de ser su auténtica guardia pretoriana, su papel fue decisivo durante los primeros años de la revolución, en los que combinó la labor de seguridad con la de inteligencia a la hora de combatir contra Sadam Hussein, por un lado, y contra la disidencia interna no partidaria del régimen islámico, por otro. Terminada la guerra con Irak, Jomeini estuvo a punto de ordenar su integración en las fuerzas regulares, pero no lo hizo. Se guardó esta carta, reforzó el aspecto ideológico del cuerpo y le dotó de una dimensión internacional que supuso el inicio de la hegemonía iraní en la región como contrapunto a Estados Unidos.
Con el paso de los años, fundaciones como la de los Mártires ha crecido hasta convertirse en un ministerio más. El pasdarán (guardianes en persa) cuenta con sus propias instituciones, sistema de pensiones, becas para hijos de sus miembros, supermercados, bancos y cualquier tipo de facilidad necesaria para poder vivir dentro de su red. Además de la fortaleza ideológica, millones de iraníes profesan la fe del pasdarán porque se ha convertido en una forma de ganarse la vida.
El baile de cifras sobre sus integrantes es permanente, se habla de hasta 150.000 hombres, ya que debido a su fuerte trabajo en cuestiones de inteligencia y su penetración social, «lo más importante de ellos es la parte que no se ve, pero que todos sabemos que existe. Su mayor poder es el mercado negro y la economía sumergida, que controlan sin pedir permiso a las instituciones», comenta un periodista iraní que prefiere mantener el anonimato.
Larga trayectoria
«Fíjate en las reuniones de ministros o en las delegaciones que viajan al extranjero. ¿Qué te llama la atención? Apenas se ve un turbante. Los religiosos han ido desapareciendo de la cúpula del régimen para dejar su espacio a paramilitares», dice un diplomático europeo con larga trayectoria en Irán, que asegura que «incluso están ya por encima del propio líder supremo, al que según sus principios deben ser fieles». Esta transferencia de poder fue calificada de «golpe de Estado» por la oposición tras las pasadas elecciones en las que Ahmadineyad resultó reelegido tras un poco transparente recuento de votos.
El presidente fue miembro del cuerpo y desde su llegada al poder en el año 2005 no ha parado de incorporar a ex compañeros a los puestos de privilegio, lo que ha supuesto el salto definitivo de la organización del campo puramente militar al político y económico. En un intento de frenar su expansión, el presidente George W. Bush decidió en el 2007 emitir una orden por la que se incluía a este cuerpo de élite en la lista negra debido a su «apoyo a grupos terroristas en Oriente Medio». Bush se refería al apoyo de Irán a Hezbolá, en el Líbano, y a Yihad Islámica y Hamás, en Gaza y Cisjordania, respaldo canalizado a través de las brigadas Quds, el brazo internacional del pasdarán, con una influencia decisiva también en las Brigadas Badr iraquíes.
«Son los auténticos creadores de la guerra asimétrica. La mejor defensa de Irán son ahora cuerpos hermanos del pasdarán como Hezbolá. A nivel interno, además, cuentan con la base social del basij, la milicia islámica que ha sido la auténtica encargada de reprimir la revuelta verde en las calles», opina uno de los miembros de la campaña del candidato reformista Musaví, ahora en el exilio. Un tercio del actual Parlamento iraní es pasdarán, en activo o en la reserva, y en el nuevo Ejecutivo de Ahmadineyad no hay cartera que no esté en manos de un compañero de la Guardia Revolucionaria.
Si en el plano militar controlan el programa balístico persa, en el económico han aplicado su carácter populista y autoritario en el que todo está justificado en nombre de «la sagrada defensa de la revolución» y se han hecho casi con el monopolio de sectores estratégicos como el de la energía y las telecomunicaciones. Aunque su opacidad impide conocer la dimensión de su control sobre el capital del país, algunos analistas aseguran que la Guardia Revolucionaria podría controlar el 30% de la economía nacional.
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