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SARA MEDINA HERRERO
Viernes, 26 de junio 2009, 04:18
L uego por la noche al Penta a escuchar canciones que consiguen que te pueda amar». ¿Se puede decir algo más honroso de un bar? Frágil y poderoso, un tímido descarado que creó durante sus vacaciones de la 'mili' un himno que ha traspasado generaciones, Antonio Vega cantaba en la irrepetible 'La chica de ayer' a El Penta, un mítico bar del barrio de Malasaña, cuna de la movida madrileña de la que el compositor fue uno de sus grandes iconos. A poca distancia del local, una pequeña plaza (sin denominación hasta ahora) en el cruce entre las calles de Corredera Alta de San Pablo, Velarde y Fuencarral llevará el nombre del cantante, su músico fetiche. Al pleno del Ayuntamiento de Madrid le faltó tiempo tras el fallecimiento del artista el pasado mes de mayo para homenajearle con el espacio homónimo. No podía ser otro sitio: Malasaña, zona céntrica de marcha alternativa, poblada de pubs y bares, fue germen de la explosión cultural que vio nacer durante los fértiles ochenta garitos de diverso pelaje que testificaron la avalancha de agrupaciones musicales, de las que Antonio y su grupo, Nacha Pop, fueron uno de los referentes en esta eclosión ochentera. Hoy cruzan el umbral de El Penta -que sigue cerrando cada noche desde hace dos décadas con 'La chica de ayer'- universitarios mochileros, ejecutivos sin corbata y cuarentones desfasados, un ambiente variopinto que encuentra en la barra un pedazo de la historia del mejor pop español: fotografías, entradas de conciertos y carátulas que marcaron una época.
Sin salir de Malasaña, los pasos se encaminan a otro de los rincones madrileños de Antonio Vega: la Vía Láctea, en el que era habitual toparse con su mirada solitaria y escurridiza. Un clásico indie, con aire muy retro, música poco convencional y que este año celebra su trigésimo aniversario con el mismo espíritu que lo convirtió en uno de los templos de la marcha veinteañera y treintañera en los ochenta. No tuvieron la misma suerte las sala Marquee y Rock-Ola, efervescentes factorías de encuentros musicales en los principios de la década, cerradas ambas y reconvertida la segunda hoy en supermercado y que en sus pocos años de vida se convirtieron en lanzadera de nuevas bandas. Nacha Pop tocaron en Rock-Ola por primera vez en 1981. Bajando Fuencarral y atravesando Gran Vía, la sala El Sol, en la calle Jardines, sigue gozando de un envidiable estado de salud, con una inmejorable agenda mensual de conciertos casi diarios e inaugurada por Nacha Pop hace treinta años: en su web resuena la voz rota de Vega como homenaje al artista.
En los aledaños de Malasaña, y sin tener nada que ver con el ambiente alternativo del barrio, se alza la discoteca Pachá. ¿Pachá y Antonio Vega? La megadiscoteca fue en su día el teatro Barceló, donde Nacha Pop ofreció en 1979 uno de sus primeros conciertos multitudinarios, teloneando a Siouxsie and The Banshees. Un año más tarde, precederían a Los Ramones en un memorable encuentro en el Palacio de Vistalegre, antaño Plaza de Toros de Carabanchel, un concierto que Alaska (hoy en Fangoria) terminó detenida tras intentarse subirse al escenario durante la actuación de la banda neoyorquina). Y ocho años hacia delante, la sala Jácara fue testigo sonoro de la separación definitiva de la banda, con dos conciertos que sirvieron de base para su primer álbum en directo y con los que se despidieron de sus enfebrecidos fans. No se volverían a reunir hasta 1996, cuando Nacho García Vega actuó en otra sala mítica, Caracol (Embajadores), y su primo Antonio Vega apareció por sorpresa en los bises, entonando 'Nadie puede parar'.
Sala Clamores
La parada final conduce al castizo barrio de Chamberí, al lado izquierdo de la Castellana, que lo separa de su zona contrapuesta por naturaleza, la zona 'bien' del barrio de Salamanca. En la calle Alburquerque, Antonio Vega citaba casi mensualmente a sus incondicionales en la sala Clamores, que ejemplifica lo que fue su carrera en solitario: pequeños aforos donde se podía disfrutar de su magia sobrecogedora, de sus trabajos delicados y perfeccionados al detalle, de su talento con la guitarra.
Su musico-poesía sigue viva en sus discos, pero también en 'Y sí pongo una palabra', un libro recién publicado que recoge las letras intensas y a veces angustiosamente desesperadas del cantante.
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