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Huevos de Pascua en una bombonería. / JOSÉ MARI LÓPEZ
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Pintar un huevo

Hacerlo de chocolate, buscarlo en el jardín, regalarlo... El huevo de Pascua es una vieja tradición del Cristianismo

ESTRELLA ALONSO

Viernes, 10 de abril 2009, 02:57

P ascua sense ous, com Nadal sense torrons» (Pascua sin huevos, como Navidad sin turrones), dicen los catalanes. Curiosa costumbre, la de los huevos de Pascua, que se extiende por varios lugares del planeta, aunque en cada uno se celebre de una forma distinta, o se interprete según la idiosincrasia del lugar. Si la Bajada del Ángel tiene sus peculiares referencias antropológicas, y se trata de una costumbre mucho más acotada, con más motivo la tradición del huevo de Pascua, tan extendida.

Los niños son los principales beneficiarios, aunque no los únicos. Al parecer, no sólo Jesús permaneció dos días en el sepulcro. O, por mejor decir, no estuvo solo: un conejo le acompañó ese tiempo, presenció su resurrección y repartió huevos pintados con vivos colores entre los primeros cristianos. Esos huevos representaban el renacer de la vida. Después, y para solaz de los infantes, los conejos esconden esos mismos huevos en los jardines y los niños son los encargados de encontrarlos.

Además de los huevos de chocolate hay otros, los que se pintan, cuyos destinatarios son las personas queridas. Aquí entra en juego la participación de multitud de niños tanto en talleres de distinto tipo como en sus casas. Vaciar un huevo tras hacer dos orificios en ambos extremos y pintarlo de colores para, después, regalarlos a alguien, es una costumbre tan deliciosa como lo es el hecho de elaborarlos, directamente, de chocolate, aunque eso último supone la vigilancia mucho más cercana de un adulto y el seguimiento de varias posibles recetas al respecto.

De chocolate o de cáscara pintada, regalar huevos el día de Pascua supone, también, la posibilidad de plantear multitud de juegos. Al de buscarlos por el jardín se añade el de hacerlos rodar por la superficie de éste, por la hierba, intentando que no se rompan, en alusión (según la tradición popular) a la piedra que cubría el sepulcro de Jesús, y que fue necesario desplazar para que éste saliera de él.

O de explicar al infante tradiciones cristianas y paganas. En el primer grupo se encuentran las relativas a la prohibición de comer huevos, junto con al carne, durante la Cuaresma, algo que el Papa Alejandro VII, en el siglo XVII, ya ponía en duda, pero que no impidió que los huevos guardados durante ese tiempo se abstinencia se regalasen cuando, al fin, terminaba ésta, el Domingo de Pascua. En Zamora existe un plato típico del Domingo de Resurrección, el dos y pingada (dos huevos fritos con jamón y magro de cerdo), sospechosamente consecuentes con esa prohibición.

En cuanto al segundo grupo, el de las tradiciones paganas, se remontan a Grecia, cuando sus habitantes pintaban estos alimentos y los consumían durante unas fiestas muy concretas, las del primavera. Los romanos también los regalaba en las celebraciones primaverales como signo de vida y fertilidad. En cualquier caso, pintura y chocolate son dos términos indefectiblemente unidos a la infancia y a las posibilidades que plantea esta asociación de ideas. En Castilla y León, además de poder poner en marcha en familia distintas actividades y juegos relacionados con los huevos de Pascua, es posible recurrir a dos lugares concretos en los que esta opción está servida.

En Valladolid, el Museo del Dulce de Confiterías Cubero ofrece 'La casita de chocolate' en versión arte. Es decir, reproducciones a escala de monumentos representativos tanto de la ciudad -el palacio de Santa Cruz, por ejemplo- como de otras ciudades de la región -el palacio episcopal de Astorga-. Otra opción es el Museo del Chocolate de esta última localidad, en León, donde es posible conocer los orígenes y procesos de elaboración de este alimento tan trascendental y querido en la infancia.

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