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MARÍA ÁNGELES SASTRE
Sábado, 17 de enero 2009, 02:03
Uno de los procedimientos para graduar en intensidad (es decir, para matizar) la cualidad de lo designado por los adjetivos es el grado, característica que es común a la mayoría de los adjetivos y que permite diferenciarlos de los sustantivos. Como usted sabe, las gramáticas distinguen tres grados del adjetivo: el positivo (con el que se expresa la realidad sin compararla ni cuantificarla), el comparativo (que establece una comparación entre la cualidad expresada por el adjetivo y otra realidad) y el superlativo, del que nos ocuparemos esta semana.
Las gramáticas coinciden en la existencia de dos clases de superlativo: el absoluto y el relativo. Con el absoluto -también llamado elativo- la cualidad del adjetivo se nos muestra en el grado más alto o más intenso de la escala (es muy lento / es lentísimo). El superlativo relativo, en cambio, compara la cualidad expresada por el adjetivo con la de un conjunto (el más lento de los trenes, el mejor coche del año). El superlativo sintético latino (que acababa en -issimus o en -errimus) dio paso a la formación perifrástica compuesta por un cuantificador adverbial (en origen muy) seguido del adjetivo correspondiente. El superlativo sintético (novísimo, paupérrimo) se recupera posteriormente por vía culta.
La lista de cuantificadores ha ido aumentando a lo largo de la historia de la lengua. Para expresar el grado más alto o más intenso de algo existen en la actualidad, además de muy (muy alto), harto (más frecuente en Hispanoamérica), bien, enormemente, extraordinariamente, horriblemente, horrorosamente, impresionantemente, increíblemente, sumamente, tremendamente, verdaderamente, etcétera, casi todos ellos con un matiz poderativo o de exageración; algo que, por otro lado, no debería sorprendernos puesto que todos estos adverbios cuantificadores son recursos formales que la lengua pone a nuestra disposición para la expresión del grado más alto de una cualidad.
Diremos entonces que la situación es harto complicada o que son técnicas harto conocidas por los especialistas (con harto como forma invariable, sin variación de género ni de número), que hay que servir la cerveza bien fría, que la secretaria es una persona sencilla y enormemente cordial, que el equipo jugó extraordinariamente bien, que tiene los pies horriblemente hinchados, que la casa está horrorosamente sucia, que en este restaurante se come impresionantemente bien, que han publicado una novela increíblemente buena, que la chica es sumamente atractiva, que el partido estuvo tremendamente igualado y que tú estuviste verdaderamente oportuno.
Pero también, como acabamos de señalar, el sufijo -ísimo, con variación de género y número, ha dado origen a las formas graciosísimo (de gracioso), altísimo (de alto) o guapísimo (de guapo). En estos casos la forma resultante puede sufrir algunas modificaciones. Por ejemplo, se dan alternancias en el uso, como en amicísimo y amiguísimo (de amigo), ardentísimo -y no ardientísimo- (de ardiente), buenísimo y bonísimo (de bueno), certísimo y ciertísimo (de cierto), corrientísimo -y no correntísimo- (de corriente), crudelísimo y cruelísimo (de cruel), fortísimo y fuertísimo (de fuerte), grosísimo y gruesísimo (de grueso), nobilísimo -y no noblísimo- (de noble), novísimo y nuevísimo (de nuevo). Y se tienen por muy cultos los superlativos que adoptan el sufijo -érrimo, como acérrimo (de acre 'agrio'), celebérrimo (de célebre), integérrimo (de íntegro), libérrimo (de libre), misérrimo (de mísero), paupérrimo (de pobre), pulquérrimo (de pulcro), salubérrimo (de salubre). En estos últimos casos se consideran inadecuadas las formas en -ísimo (celebrísimo, integrísimo, librísimo, miserísimo, pulcrísimo o salubrísimo), excepto pobrísimo, que es forma aceptada.
¿Es siempre compatible un superlativo en -ísimo con el adjetivo precedido del cuantificador muy? Es decir, ¿son intercambiables enunciados como El tren es lentísimo / El tren es muy lento? En principio parecería que sí, pero a poco que profundicemos veremos que no es así.
Hay adjetivos (como mismo, primero, último, estupendo, precioso, fundamental o principal) que admiten -ísimo pero no muy + adjetivo: El ciclista le adelantó en la mismísima línea de meta (y no en la muy misma); Este anillo es preciosísimo (y no muy precioso); Es fundamentalísimo planear todo bien (y no muy fundamental); Estás estupendísima (y no muy estupenda), etcétera.
Por el contrario, los adjetivos que ya tienen un sufijo apreciativo (aumentativo, diminutivo o despectivo) solamente admiten muy: muy pequeñín, muy listilla, muy tontorrón, muy majete, muy grandona. Lo mismo ocurre con los adjetivos con el sufijo -ero/-era (perecedero, duradero, certero), -ica (miedica, cobardica, acusica, quejica) o -ista (optimista, vitalista). Sería muy interesante una revisión exhaustiva de los adjetivos con sus posibilidades para formar superlativos, sus restricciones de uso y las excepciones.
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