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Pasaporte provisional para una judía. / FOTOS MINISTERIO DE CULTURA
VIDA Y OCIO

Los 'Schindler' españoles

Varios diplomáticos salvaron de la cámara de gas a más de 60.000 judíos durante la Segunda Guerra Mundial

M. LORENCI

Domingo, 3 de febrero 2008, 02:02

De no ser por ellos, otros 60.000 judíos se hubieran sumado a los seis millones de personas exterminadas por el nazismo en las cámaras de gas. Fueron un puñado de diplomáticos españoles que en la Europa de la Segunda Guerra Mundial se las apañaron para liberar de los trenes de la muerte y los campos de extermino a decenas de miles de judíos húngaros, búlgaros, griegos, rumanos o franceses. Fueron 'los Schindler españoles', diplomáticos de un franquismo condescendiente con Hitler pero que no se sometieron a la sinrazón y la barbarie nazi ni a la desidia de sus jefes. La comunidad hebrea les distinguió con su máximo honor para los no judíos, la designación como 'Justos entre las Naciones'.

'Visados para la Libertad. Diplomáticos españoles ante el Holocausto' es el título de la muestra que ahora les recuerda y homenajea mediante fotografías, videos, cartas y documentos de diversa índole. Está instalada hasta el 24 de febrero en la zona de facturación de la estación de Nuevos Ministerios, todo un símbolo y una sutil evocación de aquellos vergonzantes convoyes de la muerte. El ministerio español de Asuntos Exteriores y la Casa de Sefarad-Israel se han aliado para organizar este necesario homenaje a una labor entre 1939 y 1945 es apenas conocida aquí.

La muestra se basa en una investigación de los historiadores Yéssica San Román y Alejandro Baer sobre los perfiles y los logros de personas como Bernardo Rolland de Miota, José Rojas Moreno, Eduardo Propper de Callejón, Santiago Romero Radigales, Julio Palencia, José de Rojas, Jorge Perlasca o Ángel Sanz Briz. Todos muy conscientes de que los judíos eran víctimas de una macabra e implacable maquinaria de limpieza étnica.

En Hungría, Grecia, Bulgaria, Rumanía o Francia salvaron de las cámaras de gas a esas 60.000 personas a través de nacionalizaciones y cartas de protección redactadas en la mayoría de los casos en favor de judíos sefardíes, la comunidad de origen ibérico extendida por toda Europa desde su expulsión en 1492.

El Ángel de Budapest

Entre todos estos diplomáticos destaca Ángel Sanz Briz, encargado de negocios en la Embajada española en Budapest entre 1942 y 1944, que consiguió salvar a más de 5.000 judíos. La comunidad sefardí no ha olvidado jamás la labor humanitaria de este sensible, valiente y hábil diplomático, cuyos restos descansan en un privilegiado espacio de la gran sinagoga de la capital húngara.

Expidió pasaportes, inventó raíces y familias españolas y llegó a alquilar una decena de viviendas en Budapest que 'agregó' a la legación diplomática española. Los convertía así en 'edificios extraterritoriales' y, de paso, en refugios donde los judíos acosados por las SS encontraban techo y alimento además de un salvoconducto. «Salvó a millares, a menudo con riesgo de su propia vida. Salía por las noches a las casas de donde le llamaban para socorrer a los amenazados por las redadas», recuerda Adela Quijano, su viuda, en el homenaje tributado en el 2001 a este Oskar Schindler español. «Se arriesgó muchísimo en una época en la que 600.000 judíos fueron deportados del país».

La labor de Sanz Briz mereció muchos homenajes póstumos. En Budapest se le entregó en 1994 la Cruz de la Orden del Mérito de la República Húngara. En 1995 la comunidad judeo-húngara de Nueva York le homenajeó en la sinagoga de la Quinta Avenida. El Museo del Holocausto de Jerusalén le recuerda desde 1991 con una placa que le designa como 'Justo entre las Naciones', máximo galardón de Israel para quienes se distinguieron en favor de los judíos durante la persecución nazi.

La heroica labor de Sanz Briz, sería continuada en Budapest por Giorgio (Jorge) Perlasca. Italiano y ex combatiente franquista en España, se hizo pasar por diplomático, españolizó hasta su nombre y protegió a los judíos hasta la liberación de Hungría en 1945. Fue igualmente distinguido como 'Justo entre las Naciones'.

En Francia fue Eduardo Propper de Callejón, primer secretario de la legación española en París entre 1939 y 1941, quien concedió 'visados especiales de tránsito' a cientos de judíos de muy diversos orígenes. También el cónsul general Bernardo Rolland de Miota organizó, contra el criterio de Serrano Suñer, la repatriación de casi un centenar de judíos, evitó la confiscación de bienes e intercedió por una veintena de españoles conducidos al campo de tránsito de Drancy.

En Salónica (Grecia) se concentraba una de las mayores colonias de sefardíes de Europa. Sebastián Romero Radigales, cónsul general en Atenas entre 1943 y 1944, logró, en contra de sus superiores, sacar de la ciudad a 150 judíos. Al final serían trasladados a Begen-Belsen, pero Romero impidió la confiscación de sus bienes y logró desviar a algunos a España. Hasta 48.000 sefardíes no tuvieron esta suerte y fueron deportados al campo de exterminio de Auschwitz-Birkenau.

Antialemán

En Bulgaria fue Julio Palencia y Tubau, ministro de la legación española en Sofía entre 1940 y 1943, quien protegió la vida y los bienes de centenar y medio de sefardíes. Denunció además la connivencia de las autoridades búlgaras con las ocupantes alemanas que permitieron la deportación de 50.000 judíos. La diplomacia alemana en Bulgaria declaró a Julio Palencia «amigo de los judíos» y «fanático antialemán». Declarado persona 'non grata' en Bulgaria, se le ordenó regresar a Madrid donde fue amonestado por su celo.

También en Rumania el embajador José Rojas Moreno, destinado en Bucarest entre 1941 y 1943, logró la revocación de la expulsión de un grupo de sefardíes. No los pudo traer a España ante la negativa de sus superiores. Incluso en el Berlín nazi, José Ruiz Santaella, agregado de la Embajada, lograría junto a su esposa, Carmen Schrader, salvar a tres mujeres judías empleándolas como sirvientas en 1944.

María Jesús Figa, subsecretaria de Exteriores, deseó en la inauguración «que los hechos del pasado permitan comprender el presente y preparar el futuro». «En medio de la barbarie que se adueñó de Europa, las acciones individuales de los diplomáticos españoles tuvieron un gran valor, al denunciar ante su gobierno el acoso del que eran objeto los judíos y reclamar una mayor flexibilidad en las normas consulares», destacó. «Para que el mal triunfe, sólo es necesario que los buenos no hagan nada», concluyó la diplomática española citando a Edmund Burke.

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