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Son un apoyo fundamental en el éxito académico de los jóvenes gitanos. Y así coinciden Loly, Fernando, Javier y Raquel, varios de los 34 estudiantes ... que están cursando educación postobligatoria con el apoyo de la Fundación Secretariado Gitano. «Si no fuera por ellos...», dicen en referencia a los orientadores, coordinadores y tutores que les guían desde bien pequeños.
Trabajan con gitanos en distintos programas de formación desde los 12 años y forman parte de su vida. En la Fundación encuentran un espacio tranquilo de estudio, disponen de Internet, ordenadores, profesores particulares... y, sobre todo, hablan con personas que les sirven como referentes, encuentran un apoyo que muchas veces les falta en casa. Llevan con orgullo su etnia gitana y conocen a los que, como hoy hacen ellos, decidieron romper estereotipos y apostaron por llegar más alto.
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«Hacemos un trabajo a tres bandas, con los estudiantes, con los centros educativos y con las familias», explica el orientador Alberto González. No hace falta que lo diga, porque el orgullo que siente por los chicos con los que trabaja es evidente. «Aquí les asesoramos en la gestión de becas, en el manejo de las herramientas digitales educativas, potenciamos su autoestima y trabajamos las dudas que puedan tener los chicos, que muchas veces son los primeros que estudian en su familia», dice González.
Crean un vínculo especial con los chavales y les allanan el camino una vez que dan el salto al Bachillerato, a la Formación Profesional o a la Universidad. Precisamente a la de Derecho fue donde acompañó Alberto González, el orientador, a Raquel Lozano en su primer día de clase. «Ha ganado mucha seguridad en sí misma, eso es fundamental porque muchas veces son tratados como los que estudian cuando están con los gitanos y los gitanos cuando están con los que estudian», dice González.
Lozano es de las pocas de su familia que ha seguido estudiando después de la ESO, en su familia le apoyaron ante la decisión de seguir. «Siempre me ha gustado mucho estudiar y sacaba muy buenas notas y mi familia lo veía venir y sabían que quería tener un trabajo el día de mañana», dice Raquel, quien dudaba entre Educación Infantil y Derecho.
A su lado, Loly Borjas, de 20 años y estudiante de un Grado Superior de Integración Social recuerda su primer contacto con la Fundación. «Fue en segundo de la ESO y gracias a ellos me saqué el graduado, después seguí con Bachillerato y me hubiera encantado haber tenido referentes en mi casa», dice Borjas.
Hace un reflexión valiosa: «En el pueblo gitano hay pocas mujeres que tengan empleos de responsabilidad y eso es lo que se debe trabajar desde el principio, la independencia y el empoderamiento es lo que se tiene que trabajar en el pueblo gitano. Los gitanos que piensan que se va a perder parte de su identidad o su cultura por estudiar no son conscientes de que sucede precisamente lo contrario», dice la joven.
«Tenemos muchos estereotipos, que somos personas vagas, que no queremos trabajar, es como que tuviéramos en la carga genética el que tengamos que ser así porque lo dice la mayoría, pues no y tenemos que cambiar esos esquemas mentales de la sociedad», finaliza.
En el caso de Fernando Ramírez, que estudia Trabajo Social destaca que lo más importante es dar a conocer a otros gitanos la importancia de seguir formándose. «Yo he sido el único gitano de los 3 a los 18 años que estudiaba en el Ave María y he sido el primero de mi familia en ir a la Universidad y espero no ser el último», dice el mayor de cinco hermanos.
«Al verme en la Universidad se animan más y se les va esa idea de quitarse enseguida de los estudios», dice Ramírez. «Muchos gitanos piensan que si estudias eres payo y decirles a los chicos más jóvenes que eso es un error. Hay que formarse, el estudiar siempre suma y te da base en la vida para servir como representante de nuestra cultura». Desde el minuto uno contó en la Universidad que era gitano, «hay gente que prefiere ocultarlo, yo no y en mi caso, cero problemas con eso», explica con naturalidad.
Javier Salazar ha llegado a la Fundación acompañado de su padre, Ezequiel. Se nota lo orgulloso que está del joven de 18 años. Es el único que ha aprobado el grado de Electricidad que ha cursado en La Merced y se nota su ilusión por empezar la prácticas.
«En mi familia muy pocos han estudiado pero siempre me han apoyado desde pequeño. Me decían que estudiara y persiguiera mi sueño a toda costa. Cuando tenía que estudiar, mis padres permanecían en silencio y me respetaban mucho cuando estaba estudiando», dice Javier. «Este apoyo no es lo habitual y cuando ves a un gitano que estudia y que intenta sacarse un módulo o una carrera destaca mucho».
Ezequiel como padre orgulloso tiene clara la importancia del acompañamiento familiar. «Hay gente que no lo ve bien, que no pone esfuerzo para que nuestros niños destaquen como el resto. No les podemos privar de que quieran estudiar igual que los demás Es un privilegio saber que Javier no va a depender de lo que los gitanos usamos como el campo, fruterías o mercadillos que, a mucha honra, pero hoy en día hay chavales que están aprendiendo cualidades para ser lo que quieran ser», finaliza.
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