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Herminda García y Maria Jesús Francos, de Barruelo del Valle. Laura Negro

Los pueblos de Valladolid continúan con la costumbre de acoger imágenes religiosas en casas

Las limosnas que se depositan junto a estas representaciones se destinan a arreglos de las iglesias o ayudas a oenegés

Laura Negro, Cruz Catalina y Patricia González

Valladolid

Jueves, 9 de septiembre 2021, 07:47

Al caer la tarde en Torrelobatón, Josefina Sandoval acude ensimismada a casa de su vecina Rosario. En sus brazos porta una capilla de madera y cristal. Un tesoro al que guarda gran devoción y que antes que ella ya compartieron con sus vecinos, su madre, su abuela y su bisabuela, porque ésta es una tradición que, sobre todo, mantienen viva las mujeres. Se trata de una capilla domiciliaria que alberga en su interior la imagen de la Sagrada Familia, que pasará un día completo en casa de Rosario, para al día siguiente continuar el recorrido en otro domicilio torreño. Todo está establecido. El pueblo se divide en 3 coros, de aproximadamente 30 vecinos cada uno, y a las 30 noches, el circuito arranca de nuevo. Cada coro tiene su respectiva celadora, que es la encargada de cuidar y mantener en buen estado de conservación la capilla, de renovar la lista y de recoger el dinero del cepillo. «Hasta hace poco existían 5 coros repartidos por diferentes barrios del pueblo. En la actualidad, debido al descenso de la población, sólo quedan 3. Tengo 75 años y toda la he vida la he visto en mi casa», cuenta Josefina.

Esta tradición aún sigue vigente en numerosos municipios de la provincia, aunque con el paso del tiempo se ha ido modificando y la capilla pasa más días en cada vivienda ante la falta de relevos generacionales que quieran continuar con esta devoción, por traslado o fallecimiento, pero también, con la pandemia, con numerosas bajas para evitar cualquier contacto a través de objetos compartidos.

En Torrelobatón normalmente la «hospedan» una noche, aunque hay quien hace algunas excepciones. «A mí si me llega un viernes, hasta el lunes no se la paso a la siguiente de la lista. Me gusta que cuando vienen mis hijos a casa el fin de semana, nos acompañe a todos comiendo», dice Geña Alonso.

Lo habitual, es que el traslado de la capilla domiciliaria se lleve a cabo por la tarde-noche para que, al ser recibida en la nueva casa, esté toda la familia ya reunida y pueda realizarse la oración de recibimiento, así como las propias de la advocación de la capilla. Sátur San José se persigna para recibir a tan celestiales huéspedes y una vez en casa, los coloca en un lugar privilegiado y les enciende un velón. «Antaño encendíamos una lamparilla en un plato de aceite. Ahora nos hemos modernizado y yo les ilumino con una vela de pila», dice esta vecina torreña.

Desde los años 30

Chari Giralda es la encargada en Robladillo de velar por el buen funcionamiento de esta devoción que ella conoce «de toda la vida». «Mi padre solía contar que él y sus compañeros de escuela en los años 30, animados por su maestra, doña Ramona, compraron con sus propinas una Sagrada Familia. Desde entonces anda circulando por el pueblo. El dinero que se recauda en el cepillo, unos 100 euros al año, se deja para ayuda de la iglesia y para pagar una misa cuando fallece un vecino. Durante toda la pandemia la he mantenido en mi casa. Este domingo próximo la pondré de nuevo en circulación», dice esta vecina de Robladillo, que es celadora desde hace 20 años.

La tradición de hospedar a estas imágenes, se da, sobre todo en el medio rural, mientras que, en otros espacios más urbanos, está prácticamente extinguida. En Barruelo del Valle hay dos capillas en circulación, la de la Sagrada Familia y la de La Milagrosa. «Solemos tenerla varios días en casa, para no estar continuamente de paseo con las imágenes. Yo gasto tres velones cada vez que la tengo y me despido de ella con tres Padre Nuestros o tres Ave Marías. La coloco en lo alto de la cocina y cada vez que entro, le hago jaculatorias. Me encanta tenerla en casa», cuenta María Jesús Francos. Su vecina Herminda García llegó desde su Cuba natal hace 14 años a este pueblo, fue entonces cuando conoció la tradición y desde entonces, reza a las imágenes en un altar en el que nunca faltan las flores.

Josefina Sandoval, Satur San José y Geña Alonso con el párroco, Javier Vidal. L. Negro

Antaño, en Adalia, el señor Doroteo, ataviado con una capa, recorría cada domingo las casas del pueblo portando la Sagrada Familia. Todas las familias salían a rezar una oración y a echar una limosna. Con el tiempo, la capilla comenzó a pernoctar en los domicilios y siempre la recibían y despedían de rodillas. «En invierno la lista es de unas 5 vecinas. En verano se duplica. No hay un orden concreto, nos la vamos pidiendo cuando queremos que pase unos días con nosotros», comenta Teresa Ortega.

Donativos en el cepillo

La virgen del Carmen es la advocación que visita las casas de Villalbarba. Sus vecinos, suelen echar donativos en el cepillo y la recaudación la emplean en renovar las flores o realizar arreglos en las propias capillas. «Una de las tallas tiene más de 100 años, la otra, unos 80. Entre las dos recorren unos 45 domicilios. Durante el confinamiento, las imágenes no itineraron, para evitar contagios», comenta Carlos Martínez, alcalde del municipio, que también recibe la visita de la virgen en casa. En Wamba esta devoción también ha pasado de padres a hijos por generaciones y generaciones. Hay dos capillas de la Sagrada Familia y una de la virgen de Fátima.

Y más allá de los Torozos, la costumbre sigue en pueblos como Medina del Campo. Aquí se centra en comunidades de vecinos. Por ejemplo, los Salesianos propusieron a Estefanía Sobejano Petite tener una capilla de María Auxiliadora para crear unos vínculos fuertes. La medinense no se lo pensó dos veces y se puso manos a la obra. «Con las capillas lo más importante al principio es el boca a boca», que posibilitó que de los 32 vecinos que conforman su bloque, 26 decidieran tener una capilla compartida. La imagen de María Auxiliadora salía el primer día de cada mes de casa de esta medinense para pasar 24 horas en el hogar de cada uno de los residentes. Los fondos recaudados se emplean para fines benéficos a las familias más necesitadas o a entidades como Cruz Roja, Cáritas y otras organizaciones.

También en Pedrajas prosigue el rito. Severina Andrés después de tenerla alojada en su vivienda durante tres días pasa la capilla transportable de madera de la Milagrosa a su vecina Lola García para que presidida una de las estancias de su domicilio. El ritual proseguirá con Raquel, otra de las vecinas del barrio conocido como La Calera o La Bodega en una tradición que se repite desde hace más de cuatro décadas. Eso sí, las bajas con la pandemia se han hecho notar, con seis este año, pero con el espíritu vivo de continuar.

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