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Cientos de pellejos alumbran de nuevo el cielo de Mayorga
La localidad celebró este martes, como cada 27 de septiembre, la centenaria Procesión Cívica de El Vítor con la presencia de numerosos vecinos y visitantes
En la hoguera junto a la ermita de Santo Toribio de Mayorga se prendieron un buen número de pellejos que empezaron a soltar la pez que iba tintando la calle de negro, llenando a la vez el ambiente de un olor inconfundible. Era la Procesión Cívica de El Vítor, que este martes se celebró como cada 27 de septiembre desde aquella lejana noche de 1752 en la que llegó al pueblo la segunda reliquia de Santo Toribio de Mogrovejo, patrón de la localidad vallisoletana.
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Francisco Ángel García Quirós, como ya hizo su padre –en una larga tradición familiar– sujetaba con fuerza el estandarte. Rubén San Cirilo Fernández marchaba entre el grupo de mayorganos que tiene por costumbre iniciar la procesión. Iba quemando uno de los pellejos auténticos, con decenas de años, «con una forma especial de quemarse y el olor auténtico de la pez natural». Asistió durante el día a la misa, ayudando a bajar y a subir al santo de su retablo en la ermita para la comitiva. También tuvo tiempo de disfrutar del vermú, además de revisar guantes, sombrero, tela para tapar la cabeza, buzo y gabardina, pues este martes por la noche estrenó indumentaria, ya que la de otras procesiones tenía tanta pez encima que «la he tenido que jubilar porque ya me costaba ponérmela», según reconocía.
Al igual que todos los mayorganos, Rubén llevaba –a sus 33 años– sobre sus hombros el peso de la tradición, la que defendió su abuelo Marciano Fernández, junto a un grupo de amigos, a finales de la década de los cuarenta del siglo pasado. Por eso, con el varal entre las manos, cuando cantaba el pasodoble de El Vítor, sintió un gran orgullo y emoción al recordar que fue escrito por su abuelo, uniendo a tantos y tantos mayorganos que cada año lo cantaron, lo cantan y lo cantarán. La ilusión de Marciano por El Vítor la continuaron sus hijos, Delfín, Rafa, Marciano, Javi y Conchi, madre de Rubén.
Durante la noche, con la cámara que llevaba debajo de la gabardina, bien protegida frente a la pez, Rubén San Cirilo también tuvo tiempo «para tener un recuerdo del año», como también lo hizo el veterano Timoteo Escudero, amante y conocedor de todo lo del pueblo. Al ver a su amigo Mateo Fernández seguir a sus 85 años abriendo la procesión en su iniciación a los más pequeños en la tradición, recordó que todo empezó a principios de los años 80 en la peña La Chispa, cuando acompañó a un sobrino a El Vítor.
Un rito que sorprende
Poco a poco los pies se iban quedando pegados en el suelo. El olor a pez lo llenaba todo. El fuego acariciaba los rostros. Cientos de vecinos y visitantes presenciaban así un rito singular que, una y otra vez, sorprende. Desde la calle Derecha, la procesión entró en la plaza de España. A medianoche, decenas de pellejos se situaban en el centro de la plaza de España, convertida en plaza de toros. El Vítor subía al balcón del Ayuntamiento, al que saludaba un vistoso castillo de fuegos artificiales, que finalizó con el descubrimiento de la imagen del santo. Los mayorganos, con sus varales, se ponían de rodillas, muchos abrazados, y cantaban el himno a Santo Toribio.
Pero la procesión debía continuar por Cuatro Cantones a la calle Derecha, antes de llegar al Arco, donde se encaró la calle del Rollo. En el corro de Santo Domingo, a pocos metros de la casa familiar, de tantos recuerdos, Rubén, junto a su tío Delfín, nieto e hijo de Marciano, quemaban una batería de fuegos artificiales al paso de El Vítor en recuerdo de los cohetes de colores que tiraba Marciano. Como cada año, era el momento de degustar unas sopas de ajo en casa de sus tíos o unos chorizos al vino en la de su madre.
Sobre las cuatro de la mañana se llegaría a la ermita del santo. Se cantaría el himno al santo, como Rubén ya hizo de niño junto a su padre, Román, que falleció en 2010, y se sucederían los vivas a Santo Toribio, a Santa Rosa, a El Vítor y a Mayorga. Como todos los mayorganos, Rubén ya esperaba con ilusión la próxima procesión. «Ya empieza un año nuevo, porque mi año es de 27 de septiembre a 27 de septiembre», afirmó el joven.
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