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Javier Zurita sigue siempre el mismo itinerario. Le «costó» aprendérselo de memoria. Todas las semanas desde hace cuatro años, a las nueve menos veinticinco ... de la mañana, el tren procedente de Madrid -donde reside con su familia- le deja en la estación de Campo Grande. Debe atravesar el centro de la ciudad para llegar hasta su trabajo, una academia de formación situada en la calle Felipe II. Lo consigue en doce minutos «como mucho». Es de buena zancada. No le gusta llegar «ajustado» a los sitios. Mucho menos hacerlo tarde.
Pero hace un año, el 6 de septiembre de 2018, su reloj se detuvo. Era jueves. 08:45 horas. Calle Miguel Íscar, cruce con plaza de España. Un WhatsApp le «distrajo». Estaba mirando la pantalla de su móvil, «contestando a alguien, no sé a quién», y no se percató de la proximidad de un autobús urbano de la línea 7 (Arturo Eyries-Belén) que circulaba por el carril bus, es decir, por su izquierda. No lo vio. Este madrileño de 46 años interiorizó, memorizó, que tan solo transitaban vehículos por la derecha. «No me di cuenta, fue culpa mía», asegura. Cruzó con el semáforo en rojo, sin levantar la mirada de su iPhone X, y el bus le golpeó con la parte izquierda de la luna delantera. Salió despedido varios metros hacia adelante. Estuvo consciente «en todo momento». Incluso facilitó a los policías locales y los sanitarios el número de teléfono de Paqui, su mujer, para informarle de lo sucedido y que «no se preocupara». Esa versión, al menos, es la que le han contado. Él no recuerda «absolutamente nada», pero quiere pedir «perdón» públicamente a la conductora del vehículo -hace unos meses se puso en contacto con ella para disculparse, y ésta lo aceptó- porque «toda la culpa fue mía». «Conseguí su teléfono y la llamé. Al principio no sabía muy bien como iba a reaccionar ella, pero se interesó por mi estado, le pedí perdón y ella lo aceptó», afirma.
El motivo de su acción, cuenta, es porque está convencido de que nadie «pensó en ella» tras el accidente. «Todas las miradas fueron hacia mí, sobre si estaba bien o no, e incluso alguien pudo llegar a criticarla, pero no. Fue mi culpa. Sé que ella lo pasó mal, que estuvo afectada, y quería que no viviera con esa culpa porque por suerte me he recuperado», continúa.
Tuvo «un pie en el otro barrio». Aunque no era «consciente» de la gravedad -«me sedaron y estaba como 'happy', como si me diese lo mismo estar ahí», dice-, el diagnóstico de los médicos fue «muy grave». Se fracturó «medio cuerpo»: «todos los huesos de la cara, ocho costillas, la clavícula, las cervicales C1 y C2 y el pulmón izquierdo estaba destrozado». «Si me ves... no parecía ni yo. Me dijeron que incluso podía perder el pulmón porque estaba muy mal».
Aún a día de hoy se está recuperando de unas secuelas que han marcado un antes y un después en su vida. Durante tres meses tuvo que llevar un «agobiante» halo cervical que le limitaba la movilidad. Ha perdido la visión periférica y, de lejos, ve «doble». Por ello, asegura que ya ha solicitado el reconocimiento de incapacidad. «He perdido la mitad de visión en cada ojo, pero como puedo mover bien el cuello, me han dicho que puedo conducir perfectamente», subraya. También puede practicar deporte, aunque ha de tener «mucho cuidado». «El fútbol, por ejemplo, yo veo bien, puedo correr, pero si me dan un golpe y me tiran al suelo puede complicarse la cosa», prosigue.
Lo lleva grabado a tinta, al igual que el nombre de sus hijos. En la parte trasera del antebrazo izquierdo se tatuó las coordenadas del punto exacto en el que fue atropellado. No quiere olvidar el día en el que volvió a «nacer». Que tuvo que aprender a andar de nuevo. Tampoco la cara de «miedo» e incertidumbre de su esposa al «no saber si había perdido el habla, si podía moverme, si recordaba algo de mi vida anterior...». «Si no fuera por mi familia y mis amigos yo no estaría aquí; les estoy muy agradecido por todo el cariño que recibí».
Cierra los ojos, frunce el ceño y se queda callado durante varios minutos. Está ausente, intentando retroceder a aquel fatídico día en el que el «maldito» móvil le «jugó una mala pasada». Pero es «imposible». Antes del atropello, el último recuerdo que tiene es del día anterior. Su jefe llegó de Burgos y estuvieron comiendo juntos en un céntrico restaurante de la capital. Ni tan siquiera se acuerda de lo que hizo esa tarde. Hace un esfuerzo, pero solo visualiza la cama del Hospital Clínico. «Pregunté al doctor que qué había pasado, por qué no podía moverme ni levantarme», añade. Estuvo dos meses y medio ingresado en la UCI, tanto en Valladolid como en Getafe, donde le trasladaron cuando comenzó a mejorar. Una de las primeras cosas que hizo cuando recibió el alta fue dar las gracias a la doctora del Clínico que le operó. «El trato que recibí fue espectacular. No se lo podía creer. Me dijo: Javier, ¿eres tú? Estás muy bien», comenta. 'El Tigre', como le llaman sus amigos, ha conseguido volver a rugir.
La conductora del autobús, que ha preferido mantener su anonimato, aseguró a este periódico que se reunió con Javier y que aceptó las disculpas: «Está todo arreglado».
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