Los aguadores eran el servicio imprescindible de la ciudad
Historias de aquí ·
Desde que en 1496 se construyó la primera fuente pública en Valladolid, el Ayuntamiento, con mejor o peor fortuna –y generalmente con escasos recursos económicos-, no cejó en obras para abastecer de agua a la población. Aquella primera fuente estaba en la Puerta del Campo (digamos que en la actual plaza de Zorrilla)Mas, todos los empeños puestos y la mil y una iniciativas, como rehacer hasta tres veces la traía de agua de Argales, habilitar fuentes abastecidas con agua del Pisuerga o con el caño del Canal, aprovechar manantiales naturales (como el que había frente a la casa de Cervantes, o al pie de la antigua torre de la Catedral), el abastecimiento del Canal del Duero y un largo etcétera, lo cierto es que en la segunda mitad del siglo XX todavía hubo aguadores que con sus cántaros y carros suplían la falta de agua corriente en las casas. Un servicio que llegó hasta los primeros años del barrio Girón, o del barrio Belén, así como en el entorno de San Benito.

Larga es la historia de los aguadores, pero quedémonos con que una de las primeras decisiones que tomó el Concejo, cuando en 1496 se erigió aquella primera fuente citada, fue dar la exclusiva a un aguador para que pudiera coger agua de la misma y venderla por la ciudad.
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El de aguador –también, aunque en pequeñísima proporción, hubo aguadoras-, es un viejo, tradicional e imprescindible oficio que contribuyó a hacer más llevadera la dura tarea de acarrear agua a la casa. Un servicio al que el Ayuntamiento no era ajeno: en 1674 los regidores estaban preocupados porque muchas personas enviaban a sus criadas al río con cántaras a por agua debido al aumento del precio de las cargas de agua que proveían los aguadores. Por eso el Concejo llegó a fijar un precio máximo de venta, con amenaza incluso de cárcel si fueran reincidentes en venderla más cara de lo marcado por las autoridades municipales.
Según el catastro de la Ensenada, hacia 1750 en Valladolid había contabilizados 25 aguadores profesionales.

Los aguadores no solo proveían de agua a los hogares, sino que también eran contratados por el Ayuntamiento para regar las calles y plazas en días especiales en los que se esperaba la visita de algún importante personaje, o a los artesanos del barro para modelar sus cacharros. Incluso llegó un momento (año 1787) en el que los regidores municipales impusieron a los aguadores la obligación de dejar todas las noches llenos de agua los cántaros, y en el caso de tocar a fuego concurrieran inmediatamente con sus cargas al edificio donde se declarara el incendio, y que si no lo hicieren se procedería contra ellos con todo el rigor sancionador. Esta norma aún persistía en las Ordenanzas Municipales de 1924.
El oficio de aguador dejó rastro en la ciudad: la calle Encarnación antes se llamaba de los Aguadores, pues por esta calle entraban en la ciudad cargados con sus cántaros desde las aceñas del Pisuerga, donde los cargaban, no sin riesgo para su vida, pues para coger agua más limpia tendían una tabla que se adentraba algún metro en el río y así evitar el agua de la orilla (más sucia y estancada). También cogían agua de la Esgueva antes de que el río entrara en la ciudad. Y de algunos manantiales naturales de las orillas del Pisuerga, así como de los caños de los lavaderos que había en el interior de la ciudad (no sin constantes disputas con las mujeres que en ellos estaban lavando). En fin, donde hubiera agua más o menos limpia.

Y en lo que al Pisuerga se refiere hay que recordar la tradición que dice que la primitiva imagen de la virgen de San Lorenzo fue encontrada en el siglo XII en una cavidad de la orilla del río y que se la entronizó en la puerta de la muralla próxima al río por la que entraban y salían los aguadores para coger agua: por eso se conoció durante un tiempo como puerta o postigo de los Aguadores.
A finales del siglo XIX, cuando el agua de los ríos venía turbia, cogían el agua de las fuentes, lo que ocasionaba las protestas de amas de casa y criadas que hacían cola para llenar sus cántaros. Por eso hubo ocasiones en que se les prohibió surtirse en la fuente Dorada, el Val o los caños de la Catedral.
El último aguador conocido fue Aureliano País, que en 1959 surtía al barrio Girón, a cuyas casas aún no había llegado el agua corriente. Para ello se servía de un carro con una cuba tirado por un caballo. Para llenarla cogía el agua de la fuente de la plaza de San Nicolás y de otras más distantes. Su verdadero trabajo era el de obrero en una fábrica, pero desde las seis y media de la mañana hasta las tres de la tarde recorría el barrio vendiendo el agua a 1 peseta el cántaro.
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