
Secciones
Servicios
Destacamos
Enrique Berzal
Viernes, 12 de septiembre 2014, 14:27
Era el desenlace anunciado de una larga agonía. Tras casi 40 años ejerciendo el poder de manera autoritaria, Franco moría en el Hospital de la Paz a las 5 y 20 de la madrugada del 20 de noviembre de 1975. Según El Norte de Castilla, la ciudad «vivió con intensidad desde primeras horas de la mañana la noticia del fallecimiento del Jefe del Estado».
Para muchos, los más identificados con el Régimen, la muerte de Franco, no por esperada, constituía un hecho lamentable a tenor del culto al líder que profesaban; para los más comprometidos con la lucha democrática, sin embargo, suponía un paso adelante necesario hacia la tan ansiada apertura del país conforme a un Estado de Derecho homologable al entorno europeo.
No conviene olvidar, de hecho, que aquel año de 1975 había sido todo menos tranquilo para las elites políticas del Franquismo: a los disturbios universitarios, que habían provocado el cierre de las cuatro Facultades en el mes de febrero, se sumaban los no menos impactantes conflictos laborales, con FASA como punta de lanza, así como la escalada reivindicativa en los ámbitos vecinal y en el seno de la Iglesia más inconformista.
En el entorno de la oposición clandestina, el Partido Comunista llevaba cerca de un año impulsando la Junta Democrática como fórmula de presión unitaria y el PSOE comenzaba a reconstruir sus cuadros organizativos. De ahí la inquietud creciente entre los sectores que se sentían depositarios de la herencia de Francisco Franco.
En Valladolid, momentos después de hacerse público el fallecimiento, las principales autoridades se dirigieron a sus despachos oficiales para cursar los telegramas de pésame correspondientes. ¿Quiénes eran dichas autoridades? Al frente del Gobierno Civil, José Estévez Méndez; en la alcaldía, Julio Hernández Díez; José Luis Mosquera regía la Diputación Provincial y José Vega Rodríguez, la Capitanía General de la VII Región Militar. Por su parte, José Delicado Baeza apenas llevaba siete meses al frente de la diócesis.
Pronunciamientos oficiales precedieron al funeral del día 21, convertido en principal acto de afirmación franquista para los miles de asistentes. La sesión plenaria de la Diputación Provincial, presidida por Gerardo Ureta a causa de la ausencia de Mosquera, constituyó un auténtico homenaje al fallecido dictador: «Algo tan entrañablemente querido como la vida de Su Excelencia Francisco Franco, se nos ha ido», señaló Ureta. «Tan acostumbrados estábamos a su presencia, a la seguridad de su mando, que nos duele hoy en el cuerpo y en el alma el vacío de su ausencia. Tan acostumbrados estábamos a verle, escucharle y servirle, que su muerte, aunque presentida desde los últimos días, no ha dejado de sobrecogernos ni de impresionarnos».
Lo cierto es que el vicepresidente de la Diputación Provincial realizó un ejercicio de loa y exaltación más que previsible, al asegurar que «el gran general, nuestro invicto Caudillo, ha librado su última batalla, estoy seguro que en el cielo camina con la blanca aureola de los vencedores. Franco, corporalmente nos ha dejado, pero si su corazón ya no puede latir por España, España late enfervorecida ante el gigantesco esfuerzo de su obra».
Haciendo gala del aquel «atado y bien atado» que esgrimían los más incondicionales del Caudillo, Ureta dibujaba un futuro inmediato políticamente diseñado por el mismísimo finado, con el príncipe Juan Carlos de Borbón como leal brazo ejecutor: «Franco, gran estadista y gobernante, tenía todo previsto para que la marcha del porvenir de nuestra patria no se detuviera, para que nada alterase la progresiva marcha de la nación, para que el Príncipe, elevado a la categoría de Rey, tras su desaparición, siguiera rigiendo los destinos históricos de nuestra patria».
De igual manera, el pronunciamiento político del Pleno del Ayuntamiento, reunido a la una y media de la tarde de manera «urgente y extraordinaria», insistió en aspectos como la unidad, la lealtad a la herencia del Jefe del Estado y, sobre todo, la confianza en quien había sido, precisamente, designado sucesor:
«Francisco Franco es el eje hacia la unidad, hacia la convivencia, hacia un futuro sólido y diáfano, de amplios horizontes, marcado por unas líneas maestras, en el ámbito de lo político, que van a permitir, sin distorsiones, una sucesión plena de armonía y signada por esa madurez que representa el príncipe de España, don Juan Carlos de Borbón para quien el Caudillo reclamaba, en su último testamento espiritual, el cariño, el apoyo y la colaboración de todos los españoles», aseguraba el alcalde, Julio Hernández Díez.
De hecho, el comunicado emitido por el regidor, aparte de ensalzar las cualidades del Jefe del Estado recién fallecido, incidía en el porvenir del país conforme el plan fijado por aquél: «La Paz, la Unidad, la Convivencia, el progreso material, la justicia social... son pilares preciosos sobre los que se asienta esta España que el Generalísimo Franco ha legado a la Capitanía Regia de D. Juan Carlos. Pero nos engañaríamos si pensásemos que todo estaba hecho para el Monarca y que su misión se limitaba sólo a una continuidad, y esto es preciso reconocerlo de sólidos y brillantes resultados alcanzados. Pero queda un largo camino que recorrer.
Un camino tan largo, como el propio futuro del mundo, especialmente de Europa, en el que España es parte activa y viva. Y es insoslayable la necesidad de, con la evolución precisa, unirnos a ese futuro presidido por los ideales de libertad y justicia. Las nuevas generaciones esperan que, de este momento histórico que todos vamos a protagonizar, surjan los perfeccionamientos humanos, sociales y políticos que permitan una existencia en la que sea posible desarrollar todos sus derechos».
El funeral por el alma de Franco, celebrado a las cinco de la tarde del día siguiente en la Catedral y presidido por las principales autoridades civiles y militares, estuvo lleno a rebosar. De hecho, una gran cantidad de asistentes tuvo que seguirlo desde el atrio y las calles adyacentes. Frente al altar se colocó un catafalco con una bandera española y sable militar. Ofició la celebración el arzobispo, José Delicado Baeza, acompañado del deán y el arcipreste de la Catedral, así como varios capitulares y sacerdotes. «Franco ha sido una figura singular, aun considerada en la globalidad de nuestra historia patria, por muchas razones, entre las que destacan los poderes extraordinarios de que ha gozado para ejercer su mandato, la paz externa de tan larga duración que ha proporcionado al país y, lo que nos interesa más ahora, a un nivel personal, su sincera fe cristiana», señaló Delicado Baeza, quien tampoco escabulló el asunto más crucial de ese momento, el porvenir.
Y es que, consciente de la apertura que se avecinaba, el prelado advirtió de que «necesitamos la convergencia de fuerzas, el común empeño desde una inevitable y legítima diversidad o pluralismo, para seguir construyendo nuestra patria; necesitamos la unidad fraternal y de trabajo».
Publicidad
Óscar Bellot | Madrid y Guillermo Villar
José A. González y Leticia Aróstegui (gráficos)
Quique Yuste | Segovia y Francisco González | Segovia
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.