Los sidosos
«Tanto la sociedad como la Iglesia tienen que mostrar a los enfermos del sida el rostro amigo no de la compasión, sino de la comprensión»
JULIÁN BÁSCONES
Domingo, 11 de diciembre 2011, 02:16
Recientemente se celebró la jornada anual dedicada a luchar contra la enfermedad del sida. Existen pocos días en los que no aparezcan en los medios de comunicación informaciones sobre esta plaga contemporánea, que viene azotando al hombre que ha alumbrado el tercer milenio. Este hombre que se cree capaz de dominar por entero la misma naturaleza, pero que tiene que reconocer en cada instante su indigencia y pequeñez, cuando los acontecimientos de la vida le desbordan. Desde la vieja sentencia de la Audiencia Nacional declarando no ajustada a derecho la vieja campaña 'póntelo, pónselo' sobre los preservativos, sigue estando hoy sobre el tapete un tema vivo y actual que preocupa a todos, ya que entra en juego la salud de todos los ciudadanos de este país.
Está claro que el sida, al igual que otras enfermedades de transmisión sexual o los embarazos no deseados, vienen constituyendo, desde hace bastante tiempo, un problema serio que debe ser abordado por los poderes públicos y por toda la sociedad. Nunca para enfrentar a los diferentes sectores o dividirlos en buenos y malos, progresistas y reaccionarios, sino para buscar soluciones aceptando cada uno su parte de razón.
Todavía uno recuerda a aquel puritano que consideraba castigo de Dios toda noticia que aparecía en los periódicos sobre el sida. Apreciación violenta y exagerada que tuvo que corregir cuando alguien le preguntó si también Dios castigaba al niño que fallece por infundirle sangre contagiada o al matrimonio que guarda fidelidad conyugal, pero que necesita de transfusión. Uno recuerda asimismo que los gobiernos se quedan tan tranquilos recomendando preservativos a homosexuales o regalando jeringuillas para que no se contagien unos a otros los drogadictos que ya han adquirido el síndrome de la inmunodeficiencia, dejando a un lado las cuestiones morales que no sólo afectan a las convicciones religiosas, sino también a las realidades psicosociales y a la ética de nuestra humanidad. Quienes ejercen la autoridad, además de evitar el contagio, les corresponde construir una sociedad que se rija por principios que son aceptados por la sicología más sana y por la ética más acorde con el derecho natural.
Ciertamente, corresponde a la sociedad proteger y defender a sus miembros de un posible contagio. A los sidosos no se les puede marginar como a los leprosos en tiempos de Jesús de Nazaret, aun cuando precisen de un cuidado especial. Siempre las enfermedades contagiosas han tenido en todos los centros sanitarios un tratamiento extraordinario. Así se ha hecho con las distintas "plagas" que han aparecido en la historia de cada tiempo. Sin embargo, existe un claro rechazo de la sociedad. Una sociedad que crea pobreza y marginación, que proclama el placer a bombo y platillo como una de las aspiraciones más nobles. Una sociedad que lanza muchas veces al estercolero a estos enfermos y que cada uno somos responsables, porque formamos parte de ella.
Tanto la sociedad como la Iglesia tienen que mostrar a los enfermos del sida el rostro amigo no de la compasión, sino de la comprensión. Sin olvidar a los que trabajan en el campo de la sanidad. A nuevos males es necesario inventar nuevos remedios, al igual que a nuevas necesidades hay que ofrecer nuevas respuestas. La iglesia que siempre ha sido pionera en los servicios más difíciles, sobre todo cuando no lo hacían los estados, municipios u otras instituciones, en estos momentos cuenta con un serio desafío. Ya la madre Teresa de Calcuta abrió su institución religiosa para estos enfermos. Y como ella hay muchas personas dentro de la Iglesia que están atendiendo esta necesidad. Quizá la mejor campaña antisida, en lugar de repartir gratuitamente preservativos, sea la de crear centros de rehabilitación. Claro que lo que deseamos es que nos dejen tranquilos con nuestra buena conciencia.
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