Valladolid desfila con Franco
Andrés Saliquet, artífice de la sublevación en Valladolid, abrió del 'Desfile de la Victoria', que en la ciudad discurrió por la actual Acera de Recoletos
POR ENRIQUE BERZAL
Lunes, 18 de julio 2011, 09:54
Cuando se leyó el famoso 'Parte de Guerra', aquel que comenzaba «cautivo y desarmado el Ejército rojo&hellip"», Francisco de Cossío, director entonces de El Norte de Castilla, se abalanzó entusiasmado sobre su máquina de escribir. 'Las campanas de la paz', llevaba por título aquel laudatorio editorial fechado el 2 de abril de 1939. Lo cierto es que tras la guerra, más que la paz había llegado la victoria.
Aseguraba Cossío que la ciudad entera acogió la noticia con entusiasmo y fervor patriótico, que nada más entrar en Madrid el llamado 'Ejército nacional', la gente inundó las calles vítores al Caudillo y abrazos de alegría. Todo ocurrió un 28 de marzo de 1939 a las 11:30 de la mañana.
A la gran manifestación patriótica le siguió, como era natural, un solemne acto de 'acción de gracias' en la Catedral; era la expresión más clara de la identidad nacional-católica del Régimen. Las abarrotadas puertas del templo herreriano acogieron sonoros vivas a España y a Franco. La Victoria requería la legitimación popular, ese mecanismo socializador tan eficaz y contundente -o precisamente eficaz por su contundencia- que constituye siempre la proliferación de actos públicos multitudinarios e impactantes.
Cristina Gómez Cuesta lo ha puesto por escrito en el libro 'Ecos de Victoria': las primeras celebraciones destinadas a celebrar el triunfo definitivo de los sublevados suponían «el inicio del nuevo calendario festivo», sentaban «los fundamentos ideológicos del franquismo, basándose en la reinterpretación simbólica de ceremonias y cultos del pasado». Alusiones al Cid Campeador, a la unidad sin fisuras y, desde luego, a la figura, providencial e irrepetible, del Caudillo.
Desfile de la Victoria
El 'Desfile de la Victoria' tuvo su día grande el 19 de mayo en Madrid. 24 horas antes, el Caudillo, siguiendo la pauta de Alfonso VI en la toma de Toledo con el Cid, entró en la capital con toda la pompa. La ciudad le recibía engalanada con banderas nacionales, falangistas y representantes de la Comunión Tradicionalista. El paseo de la Castellana, al igual que la Acera de Recoletos vallisoletana, se llamaba ahora avenida del Generalísimo.
El desfile militar sacó a las calles a 120.000 soldados. Abría la marcha el general Saliquet, artífice de la sublevación en Valladolid y jefe del Ejército del Centro. La Marina, italianos con camisas negras, alemanes de la Legión Cóndor, viriatos portugueses, falangistas arremangados, requetés que portaban crucifijos enormes, regulares y legionarios, mercenarios marroquíes que enarbolaban banderas agujereadas por las balas.... Franco asistía desde la tribuna con uniforme de marina, camisa de Falange y gorra carlista.
El tordesillano Gonzalo Queipo de Llano, jefe del Ejército Sur, aportó una variopinta participación andaluza con señoritos a lomos de caballos enjaezados que caracoleaban sin cesar, nerviosos corceles árabes y otros que usaban para jugar al polo. En el cielo, una formación de biplanos dibujaba un 'Viva Franco' mientras otro aeroplano escribía con humo el nombre del Caudillo.
«Terminó el frente de la guerra pero sigue la lucha en otro campo. La Victoria se malograría si no continuásemos con la tensión y la inquietud de los días heroicos», sostenía el Caudillo en su discurso. El general Varela le impuso la Gran Cruz Laureada de San Fernando. Saliquet, mientras tanto, escoltaba en la tribuna al jefe del Gobierno y del Estado, Generalísimo de los Ejércitos.
El impulsor de la trama golpista vallisoletana concitaba las alabanzas de todas las jerarquías de la ciudad, que un día antes habían disfrutado de una suerte de celebración popular con trajes y bailes regionales, corrida de toros, fuegos artificiales y hoguera en el Cerro de San Cristóbal, seguida de la 'liberación' de seiscientas palomas de la paz. Todo un símbolo.
Las mismas autoridades que al día siguiente, 19 de mayo de 1936, asistían orgullosas al desfile local desde una tribuna situada a la izquierda del altar que para tal efecto se había instalado en el monumento a Colón. En el andén central se apostaron las fuerzas, ceremonialmente revistadas por Marcial Barro García, general jefe de la VII Región Militar.
El jefe de Prensa y Propaganda procedió a entonar el famoso parte de abril. A la inflamada lectura de 'La guerra ha terminado' le siguieron los no menos enardecidos gritos de «España, España, España», contestados por los de «¡Arriba España!» y «¡Franco!, ¡Franco!, ¡Franco!». El público abarrotaba las aceras y engalanaba los balcones de la avenida del Generalísimo.
Dos días más tarde el Caudillo era entronizado en Las Salesas. Entró bajo palio por el recinto de la iglesia y el obispo de Madrid le recibió junto al pendón de las Navas de Tolosa, el Cristo de Lepanto y demás reliquias. Cuentan que al dirigir su incensario hacia el Caudillo, el obispo Leopoldo Eijo y Garay no pudo contener su entusiasmo y exclamó: «Excelencia, nunca antes había incensado con tanta devoción». Era un 21 de mayo de 1939. Aquella campanita de Cossío que decía sellar «en un volteo de locura la hora solemne de la paz» se había tornado más bien en un inmenso altavoz que gritaba a los cuatros vientos las palabras Victoria y Unidad.
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