
Secciones
Servicios
Destacamos
BEA GÓMEZ GONZÁLEZ
Domingo, 22 de mayo 2011, 03:28
No es posible entender el mundo de este artista burgalés de Covarrubias afincado en Palencia sin pararse a pensar en su separación con respecto al mundo que le circunda, algo para lo cual hemos de caer, y ello no es fácil, en el campo gravitatorio de su universo. Y aunque el universo de Víctor Núñez te encierra en una nebulosa pictórica silente, puedes regresar luego a la realidad impregnado de su color rojo y verde y de un estadío espiritual benéfico.
Una mañana de tantas paseaba por la ciudad con mis hijas. Tras perder el tiempo en una tienda de artículos de pintura, -presagio desde luego de lo que me esperaba-, decidimos entrar en la mueblería 'Pallantia', comercio que, por la belleza de sus artículos, siempre me ha atraído . Al abrir la puerta sonó un timbre melódico, ruptura nada brusca con el silencio del lugar, que, por lo demás, me resultó cautivador, atrayente, envuelto quizás en el misterio. Percibí ése silencio como una sugerente invitación al respeto y me pareció además muy apropiado para la observación atenta, pues se trataba, sin duda, de un clima que subrayaba la importancia de las mercaderías exhibidas. Sin embargo, no sentimos la presencia de nadie. Tan sólo la nuestra, inmersa en una atmósfera que nos contenía y al tiempo se inmiscuía en nosotros para ser contenida. Como si algo nos hubiera tragado, como si el tiempo se hubiera paralizado, como si 'Pallantia' no fuera sólo un comercio sino algo más que no podría describir con palabras, me pareció percibir que cruzar el umbral de la puerta separaba el mundo ordinario, nuestro mundo, del mágico espacio allí creado. En ése momento desconocía que tras la tienda, refugiado en ella para no ser percibido, se escondía el universo de Víctor Núñez, tal era el misterio presentido. Pasó un tiempo sin que nadie nos atendiera y creo que alcé la voz preguntando. Un anciano dulce, de baja estatura, ojos claros y pelo cano, de maneras aquietadas, pacíficas, apareció sin afectación de presencia, y humilde, amable, invitador, se acercó sin prisa.
Era el pintor que luego supe que era, alguien a quien, sin intención de comprar nada, interrumpimos en el quehacer de un trabajo que domina y que, porque domina, puede coger y dejar a su antojo.
Así conocí a Víctor Núñez, ochenta y ocho años de calma y oficio artístico sin egotismo alguno, carácter éste ciertamente impropio para un artista occidental. Me fijé en el cuidado movimiento de sus manos prodigiosas y en su mirada observadora, percibí cierta complicidad de las extremidades y los ojos, la que sirve a este artista para copiar a los cuatrocentistas italianos, a los flamencos del quince, a los maestros holandeses del diecisiete, recuperando originalmente la tradición profana y religiosa del pasado. Como si el tiempo no hubiera pasado por él, como si él hubiera elegido los fragmentos del tiempo más acordes a su personalidad, los que ha querido incorporar al alma, descubrí un ser inmerso de pleno en el Renacimiento y en el Barroco, y desquitado, por completo, de las maneras de la Modernidad.
Al fin debe ser cierto que vivimos lo que decidimos. Víctor Núñez vivió la religiosidad desde niño oficiando como monaguillo en su Covarrubias natal, apegado a Don Rufino, el párroco que inicialmente le llevó de la mano en el mundo del arte. Con el paso de los años, sin embargo, se abandonó a un monacato pictórico, renunció a la vida a cambio del ascetismo cromático, rezos de un monje profano asido humildemente al pincel y dedicado a pintar sin que casi nadie lo sepa. Yo le descubrí porque, hablando con él, me vino de pronto el olor de la pintura fresca y porque, al preguntar, me invitó a adentrarme en la trastienda mágica donde trabaja. Estaba copiando un cuadro cuando entramos. ¡Qué cosa tan maravillosa! -pensé-. Casi sin querer había descubierto el secreto de un pintor desconocido para mí y para muchos palentinos, pero casi sin querer o porque una trama causal me llevó allí, decidí que el universo de Víctor Núñez debería ser desvelado.
Eco del pasado europeo
Si la contemplación de la belleza exterior resulta pedagógica para apreciar la belleza de los actos justos, si es cierto entonces, como diría Platón en boca de Sócrates, que desde la apreciación de la belleza comprendemos el concepto más elevado de la bondad, Víctor Núñez recupera la plasmación simple de la belleza para adentrarnos en el mundo espiritual trascendente. Su pintura ciertamente se aleja de las corrientes pictóricas modernas nihilistas, despreocupadas de reflejar esencialmente lo bello, pero es precisamente la insistencia en el propósito, el rechazo a la seducción del arte moderno, lo que le convierten en un eco presente del pasado europeo. Porque Víctor Núñez, alejado por propia cuenta y riesgo de la Modernidad, se resiste a no reflejar la belleza, bien cierto que copiándola, aunque con originalidad, de los grandes maestros del pasado. Es ésta resistencia la que le convierte en un dignísimo celador de valores que no hubiéramos debido perder. Da igual que los valores trascendentes puedan ser interpretados desde una perspectiva profana o religiosa, -él nos aporta ambas-, lo que importa es el mensaje que nos transmite, esto es, la trascendencia de preservar los valores que cimientan nuestra civilización. Hay veces que la simplicidad canaliza la sabiduría mejor, hay veces que uno entra en un universo secreto, como el de Víctor Núñez, para plantearse si nos hemos perdido en la oscuridad y en lo ininteligible, hay veces que uno entra en un comercio para descubrir sin proponérselo un tesoro artístico y hay veces que uno se da perfecta cuenta que la ausencia de vanidad del artista es un valor en sí mismo más allá de lo que hace.
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Recomendaciones para ti
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.