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APUNTES_OPINION

DSK, poderoso, judío y mujeriego

AGUSTÍN REMESAL

Domingo, 22 de mayo 2011, 03:38

Convertir en un guion cinematográfico coherente el sórdido episodio lujurioso del exdirector del Fondo Monetario Internacional con la camarera de un hotel neoyorquino es misión imposible aun para los maestros de la escuela de Hollywood. ¿Cómo hacer de ese personaje poderoso y fascinante un malvado violador que pasa en pocas horas de una 'suite' de lujo en Manhattan a la celda de la prisión de Riker junto a delincuentes de barrio, abatido y esposado? La secuencia de los hechos no resiste la aceleración cinematográfica ni siquiera en un estudio de Los Ángeles. Para hacer de Napoleón o de Luis XVI un ser despreciable e indecente es preciso establecer una progresión de la maldad que justifique la caída del superhombre. Solo una revisión de los hechos hasta ahora confesados a la Policía por sus protagonistas haría de esta tétrica peripecia del banquero y la limpiadora de hotel una historia cinematográfica congruente. La asimetría de los personajes es tan enorme y el suceso tan inverosímil, que dos de cada tres franceses apuntaron a un complot como causa del escándalo internacional que hace una semana se les servía por televisión en tiempo real: la desintegración moral de quien dentro de un año podría haber sido elegido presidente de la nación.

Mientras los responsables de los principales medios de prensa franceses han pactado no hacer leña del árbol caído, renunciando a mostrar imágenes de Strauss-Kahn esposado y sometido a vejación, algunos periódicos franceses están haciendo un magnífico trabajo para el fiscal neoyorquino del caso Vance Jr. Día tras día aparecen nuevas revelaciones que ponen de manifiesto las truculentas aventuras carnales del brillante economista que fue capaz de sacar de la nada al FMI. Esas largas crónicas periodísticas rayanas en el folletín fijan un diagnóstico desolador: el todopoderoso banquero internacional no es ni un Casanova ni un Don Juan, diestro en las artes de la conquista o la seducción femenina, sino un personaje maniático y ofuscado por el sexo como forma de dominación o sumisión de la mujer, una especie de cazador obseso a la espera siempre de la próxima pieza. Algunos de sus amigos le habían prevenido del riesgo de caer en América en alguna conspiración por tal motivo y le aconsejaron hacerse tratar por los médicos.

La prensa francesa de todos los colores ha defendido y respetado siempre escrupulosamente el intocable derecho a la intimidad y el respeto a la vida privada para obviar cualquier publicidad de tales conductas de los políticos, susceptibles de ser objeto de denuncia por constituir materia delictiva; pero tampoco se sacaron nunca a relucir los casos de abuso de poder y coerción frente a las presuntas víctimas de esos acosos sexuales. Los asuntos de faldas y alcoba de los más poderosos jamás fueron objeto de publicación y los editorialistas parisinos hacían mofa de la beatería mormona que, según ellos, se aplica en América en casos tales como el del presidente Clinton y la becaria Lewinsky en la Casa Blanca. En los mentideros periodísticos del Barrio Latino, junto al Sena, se comentaban con la malicia del compinche las aventuras amatorias a que se entregaron con frecuencia políticos franceses de mucho relieve, incluido el presidente de la República. El criterio periodístico para callar era extravagante: ¿para qué publicar esos romances si son de dominio público? Como si el rey hubiera regresado a Versalles, los avatares amatorios de la corte se daban por buenos y no publicables, pues mostraban en cierta manera, como antaño, el vigor del monarca o del ministro para el buen gobernar, certificado también por sus hazañas de la mesa y cama.

El destronamiento fulminante de Strauss-Kahn, rico y culto, jefe de 'lobbys' y admirado, ha encendido la alarma. Algunos periodistas franceses más radicales frente a ese bastión de silencios cómplices se preguntan ahora si ha llegado el momento de indagar esas conductas privadas y denunciar los comportamientos aberrantes de los personajes públicos para obtener favores carnales. Pero tal propuesta es equivocada: se trata ante todo de indagar los abusos y las corruptelas que acompañan a esas conductas ligeras de ropa. Para eso, no hay que narrar desnudos los comportamientos de vodevil, sino apuntar a la base y a la sinrazón de los acosos sexuales y revelar los métodos de sus autores frente a las víctimas para tapar sus consecuencias: el nepotismo y la compra de silencios, enterrados hasta ahora bajo el corporativismo de políticos y periodistas. Y eso sí debe ser denunciado sin necesidad de entrar en detalles de alcoba. Comienza quizá en Europa un nuevo tiempo en la ética de ese periodismo importada de América.

El caso judicial del banquero y la camarera va a ser argumento de un juicio televisado cuyo atractivo es la fuerza desigual de los personajes y el abismo cultural y social que los separa. Si se aplican con rigor los principios más firmes del periodismo, la verdadera protagonista de esta historia debe ser la presunta víctima, Nafissatou Dialo, 32 años, nacida en Guinea, viuda y madre de un hijo cuya vida pende de un visado y un trabajo humilde. Si se toman en consideración los baremos del periodismo complaciente, Dominique Strauss-Kahn será la estrella del melodrama, el hombre que hundió la Bolsa por culpa de sus obsesiones privadas. Se ha borrado la raya sutil entre la impunidad legal y la impunidad sexual. Es la caída de DSK, seductor, inteligente, rico, judío y mujeriego: demasiados atributos para un solo hombre.

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