ANTONIO PIEDRA
Martes, 15 de febrero 2011, 01:41
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Peor imposible. Cada semana que pasa la marca ZP se parece a lo que escribía San Agustín en su arenga contra Julián de Eclana: que el deseo no sabe dónde acaba la necesidad, «nescit cupíditas ubi finitur necéssitas». Así este pelagiano de la política española que al negar el origen y las consecuencias de los problemas tiene que improvisar en cada momento hasta las ficciones -«para ganar elecciones hay que merecersélo», se desgañitaba el domingo- como medida de un deseo que ya no cabe en cualquier necesidad política. Los inventos de ZP asombran porque vuelan como mariposas, pero cuando las cazas o las observas de cerca resulta que no tienen ni alas ni pies. Desde el Estatuto catalán, pasando por la crisis, el paro galopante, el falso proceso de paz, la politización de la justicia, el faisán que apesta, el Sortu que ilumina nuestra existencia, y terminando por el escandalazo industrial de los eres en Andalucía, todo se reduce a una novela de Julio Verne en donde lo inimaginable puede ser tan real como una pesadilla.
Si esto ocurre a escala nacional -con esta abundancia de argumentos Mubarak se eternizó husque ad náuseam en las orillas del Nilo-, en las riberas autonómicas se coquetea con la misma esquililla que el día de san Valentín: amor con chocolate y tilín, tilín. La lucha edificante en Madrid entre Tomás Gómez y el señor Lissavetzky, no es más que la muestra de una política estentórea de merecimientos que empieza con palabras altisonantes y que termina invariablemente con la seriedad de la democracia. En Castilla y León, ocurre otro tanto de lo mismo. El sábado pasado se llenaron las linotipias de los periódicos regionales con el penúltimo enredo del crepuscular leonés que no cambia ni cuando las matemáticas indican que se 'despeña con jindama', como dicen en caló cuando se torea con verónicas de alhelí.
El alcalde de León, Francisco Fernández, que es el equivalente al zapaterismo crudo y torero en la plaza de doña Urraca, acaba de resucitar in extremis el viejo sueño de ZP para ganar las elecciones: que igual que los socialistas catalanes, los leoneses se sientan cómodos en el conjunto de la autonomía castellano-leonesa bajo una identidad propia que aliente las nobles aspiraciones de una verdadera autonomía leonesa. Perdonen. Ya sé que el invento se denomina castellano y leonés con la y copulativa de los apellidos nobles, pero prefiero el nombre compuesto de castellano-leonesa porque estas complejidades hay que escucharlas de golpe como las consejas: con dos pares de orejas. Lo cierto es que esta idea tan original en su conjunto proviene directamente del mismo ZP, quien al día siguiente de entrar en la Moncloa ya la lanzó por radio en su primera alocución urbi et orbi.
Ha llegado el momento de «conquistar valladolid» y «tener voz propia» en las Cortes regionales. Y esta vez «se va hacer», dijo el alcalde, por -no, no pienso repetir aquí lo que dijo Pajín o la señora Cedenilla-... lo quieran o no los órganos directivos del partido socialista. Ana Redondo y Óscar López, siguiendo las intuiciones de Lao Tsé -hay progresos que parecen retrocesos-, han negado siempre tal posibilidad y tienen razón, pues en Castilla y León supondría subastar la Maestranza con maletillas.
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