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JAVIER PRIETO
Viernes, 29 de octubre 2010, 02:27
Una tejera es un bosque de tejos. Un hayedo es un bosque de hayas. Por eso un hayedo que se llama Tejera Negra es una contradicción en sí misma. O no. También es el reflejo de una realidad muy muy anterior a la actual. De hecho, el hayedo de Tejera Negra, que se descuelga por la vertiente meridional de la Sierra de Ayllón, recuerda que en el pasado las laderas que hoy aparecen dominadas por una frondosa masa de hayas, robles y pinos silvestres en el pasado también lo estuvieron por una considerable mancha de tejos, tan densa y tan oscura que hasta debía de parecer negra. Hoy los tejos de ese bosque son tan escasos que se cuentan con los dedos de la mano. Y sus figuras destacan con tanta claridad entre la masa de hayas medio desnudas que resulta imposible no verlas. Desde luego, es uno de los atractivos del paseo por este hayedo manchego, pero, ni de lejos, la única.
El hayedo de Tejera Negra es famoso entre los buscadores de hayedos por su particular situación geográfica, en un costado del Macizo de Ayllón, en el tramo montañoso que enlaza los Sistemas Central e Ibérico. Es decir, mucho mucho más al sur de la ubicación en la que se localizan estos bosques hoy en día en la Península Ibérica. Del haya se acostumbra a decir que es un árbol al que le gusta tener los pies secos y la cabeza húmeda, condición climática que encuentra, sobre todo, en las montañas del norte peninsular, con humedad permanente a lo largo del año y suelos permeables que drenan con facilidad el agua que les llega sin encharcarse.
Visto así, y dado que las hayas tienen pies pero no andan, la explicación dada por los expertos para justificar la existencia de un hayedo tan al sur remonta unos siete mil años atrás, a la época glacial en la que la mayor parte de Europa aparecía cubierta de hielos terribles y vientos de órdago. De tal forma que muchas especies animales y vegetales comenzaron a prosperar en zonas más meridionales donde, a pesar del frío, la vida era aún posible. Así es como las hayas ocuparon franjas del sur de Europa que, en aquel tiempo, resultaban tan frescas y húmedas como hoy los Pirineos o Asturias.
Islas atlánticas
El caso es que cuando aquellos fríos pasaron -unos dos mil años después- la Península volvió a calentarse y estos bosques tuvieron que regresar a sus latitudes originales. ¿Todos? No. Algunos se quedaron en los territorios conquistados aclimatándose a unas condiciones que, en principio, pudieran parecer menos favorables. Y ahí están, como auténticas islas atlánticas en mitad de la meseta central los hayedos de Montejo de la Sierra, en Madrid, el del puerto de La Quesera, en Segovia, o el de Tejera Negra, en Guadalajara. Este último aprovechando la particularidad de un relieve montañoso dibujado por los estrechos valles umbríos que se abren en las cabeceras de los ríos Lillas y Zarzas, y cuya orientación favorece la formación de nieblas y una elevada pluviosidad, cerca de 1.000 mm al año. Además, en las altas cumbres del macizo, próximas a los 2.000 metros, las nieves invernales provocan la aparición de riachuelos y escorrentías que aportan la humedad necesaria a lo largo del año.
El valor de estos bosques no estriba solo en su condición de testimonios del territorio colonizado por el bosque atlántico en otras épocas. Constituyen también un tesoro ecológico al abrigo del cual pueden encontrarse especies animales y vegetales que de otra forma sería imposible descubrir tan al sur. Por eso se localizan en la actualidad en el interior de espacios naturales protegidos.
El Parque Natural del Hayedo de Tejera Negra abarca una extensión de 1.641 hectáreas cercanas al municipio de Cantalojas y muy próximas a la linde administrativa que separa Castilla y León de Castilla-La Mancha. En su interior pervive una mancha de hayas que viene a ocupar unas 400 hectáreas, la mayor del Sistema Central y un auténtico milagro ecológico si se tienen en cuentan las agresivas prácticas forestales que en un pasado nada lejano incluían el carboneo o las talas a mata rasa, como las que se realizaron aquí en 1860 y en 1960. Esta es la razón de que por aquí las hayas fantasmagóricas que pueblan los bosques cantábricos sean una excepción y de que la fronda esté compuesta, en su mayor parte, por ejemplares relativamente jóvenes procedentes del rebrote de los tocones de los árboles cortados.
Algunas de estas curiosidades y muchas muchas más se van desgranando al tiempo que se realiza la llamada Senda de las Carretas, uno de los dos itinerarios pedestres señalizados que recorren el interior del parque. Para quien no conozca el espacio es, desde luego, la mejor forma de adentrarse en sus secretos y, dada la época del año, degustar la delicatessen que supone ver desnudarse al bosque luciendo su mejor lencería. Por eso, porque es un espectáculo que muchos convierten en gula, es preciso hasta reservar plaza en el aparcamiento desde el que parte el sendero.
La Senda de las Carretas, que recuerda en el nombre el transporte tradicional de carbón desde el interior del bosque, comienza acompañando al río Lillas aguas arriba, recorriendo las praderas conocidas como cervunales, de gran importancia como pasto para el ganado de altura. Tras abandonar el fondo del valle para remontar el curso del arroyo Carretas, y siempre con la guía de las balizas blancas que pespuntean todo el recorrido, se alcanza, en unos 40 minutos desde el aparcamiento, La Carbonera, una reproducción didáctica del método tradicional usado para producir carbón en estos bosques. El apilamiento de leña de haya, que luego se enterraba bajo una capa de tierra, era controlado por los carboneros para que durante unos 10 días fuera combustiendo lentamente y obtener, finalmente, el carbón.
Vistas panorámicas
En ese punto el sendero se introduce de golpe en el hayedo al tiempo que inicia la remontada por las laderas umbrías del valle. Tras el repecho más fuerte alcanza la Pradera de Matarredonda, punto panorámico desde el que contemplar tanto la línea de cumbres como la frondosa ladera, cubierta de hayas y pinos, por la que se internará el sendero a continuación. Es el momento de iniciar el retorno al punto de partida por un camino que corre sin desniveles y permite disfrutar de algunos rincones memorables del hayedo. También de un imponente tejo a unos metros del camino. Tras tomar el camino que desciende por la izquierda al alcanzar una bifurcación, el paseo finaliza sin pérdida en el aparcamiento.
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