La última fuga del asesino
El ADN de unos huesos localizados en una cueva de EE UU permite identificar a un delincuente que en 1916 había huido de la cárcel tras matar a su esposa. Ahora queda por saber quién lo mató a él
Javier Guillenea
Sábado, 4 de enero 2020, 16:34
Joseph Henry Loveless llevó una mala vida y tuvo peor muerte. Fue bueno en lo suyo, que era escapar de la cárcel, pero malo en lo otro, en evitar que la Policía lo atrapara. No se conservan fotos suyas, únicamente hay un retrato robot compuesto con imágenes de familiares y su descripción física en carteles de busca y captura. La verdad es que no sale con cara de buenos amigos, incluso tiene un aire a Freddy Krueger, el de 'Pesadilla en Elm Street'. Se fugó por última vez en 1916 aunque la libertad le duró el tiempo que tardó en morir. Al final no pudo escapar de su asesino, pero esto se ha sabido 104 años después.
El 26 de agosto de 1979 una familia que buscaba puntas de flecha entró en una cueva de Dubois, en Idaho (EE UU), y encontró varios huesos humanos enterrados a poca profundidad. Era un torso envuelto en arpillera y con pantalones de color oscuro, camisa blanca con rayas azules y suéter marrón. La Policía no pudo sacar nada en claro de aquellos restos, que cayeron en el olvido hasta que en marzo de 1991 una niña accedió a la misma cueva para explorarla y se llevó el susto de su vida al toparse con una mano momificada. Días después, tras excavar en el lugar, un grupo de investigadores halló un brazo y dos piernas envueltos en arpillera.
Las autoridades locales pidieron ayuda a la Universidad de Idaho, que hizo lo que pudo para identificar los restos, pero les faltaba la cabeza. Lo único que pudieron determinar era que se trataba de un hombre de ascendencia europea y de unos 40 años de edad. También llegaron a la conclusión de que había sido asesinado por alguien que desmembró el cadáver para ocultarlo mejor.
La identidad del fallecido siguió siendo un misterio hasta que el caso cayó en manos del DNA Doe Project, una organización que utiliza muestras de ADN para identificar a desaparecidos. Durante quince semanas los voluntarios del proyecto cotejaron la información genética del difunto con una base de datos de más de 31.000 personas. Poco a poco fueron eliminando individuos hasta que solo quedó uno, un hombre de 87 años que nunca había conocido a su abuelo. El ADN de ambos coincidían en un 99%.
Los investigadores ya sabían a quién pertenecían los huesos, ahora solo quedaba conocer los detalles de una historia que fueron reconstruyendo con recortes de periódicos y expedientes judiciales y de la Policía. No tardaron en comprobar que su hombre no había sido trigo limpio.
Joseph Henry Loveless nació en 1870 en Payson, Utah. Tuvo un hijo con su primera esposa, Harriett Jane Savage, de la que se divorció, y cuatro con la segunda, Agnes Octavia Caldwell. Desde muy joven comenzó a cometer pequeños robos y asaltos por los que fue detenido varias veces durante cortos periodos de tiempo. En marzo de 1914 fue arrestado por contrabando y fue entonces cuando comenzó a labrarse su pequeña leyenda, la que le hizo decir a uno de sus hijos: «Papá nunca se quedó en la cárcel por mucho tiempo y pronto saldrá». Joseph Henry, que durante su poco exitosa carrera delictiva utilizó identidades como Walter Cairins, Curran, Cairns o Garron, o la menos imaginativa Charles Smith, serró los barrotes de su celda y escapó a la semana de ingresar en prisión.
Su vida fue un continuo entrar y salir. Su habilidad para darse a la fuga iba pareja con su inutilidad para esconderse. En marzo de 1916 redujo a los vigilantes del tren que le trasladaba a una cárcel de alta seguridad y huyó de nuevo. Dos meses después mató a hachazos a Agnes, su esposa, y fue detenido pocos días más tarde. Tras ser enviado a prisión, cortó los barrotes con una sierra que llevaba escondida en un zapato y volvió a desaparecer, esta vez para siempre.
Caso abierto
La Policía difundió carteles de búsqueda de un tal Walt Cairns en los que se describían detalles como las estrellas tatuadas en sus manos, una cicatriz bajo un ojo o sus cejas pequeñas, casi inexistentes. Alguien informó de que el fugitivo vivía en una tienda de campaña en las afueras de Dubois, pero nunca lo encontraron.
Las andanzas de Joseph Henry Loveless acabaron en algún lugar no muy lejos de allí. La Policía cree que el hombre fue asesinado poco después de su fuga y trasladado a la cueva donde 63 años más tarde sus restos desmembrados volverían a ver la luz. Falta por localizar el cráneo del personaje que tan mala cabeza tuvo en vida. Y queda por saber quién lo mató. El sheriff del condado de Clark, Bart May, ya ha anunciado que el caso sigue abierto.
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