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Julio Jiménez posa con el rifle en su casa de Revenga. Antonio de Torre

Un tirador de Segovia roza la perfección en el Mundial: 174 de 175 platos rotos

Julio Jiménez recuerda cómo aprendió a disparar en Revenga con ocho años y su evolución hasta dominar el foso universal

Sábado, 20 de septiembre 2025, 20:35

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Con el paso de las semanas, Julio Jiménez resume su triunfo en el Mundial de tiro universal celebrado en Madrid en agosto como «la cúspide de cualquier tirador». Se quedó a un plato de la perfección y ante sus ojos volaron 175. No le sobró ni uno de los 174 que destrozó con su escopeta para imponerse a sus 220 rivales, el premio a una concentración total. «El día de la final, sabía que no iba a fallar». En un deporte en el que los rivales lo rompen casi todo, el reto es saber pasar página cuándo un cartucho no hace diana. «Te da rabia, pero no puedes exteriorizarlo. Si te enfadas por un plato, vas a fallar más». Los tiradores disparan cada 45 segundos, así que bastan tres minutos malos para mandarlo todo al garete. «Solo hay que pensar en que hay que romper el plato. Como se te pase por la cabeza algún problema en casa, en el trabajo, no giras la escopeta y es un error seguro». Su excepción.

Julio encontró el tiro en casa. «La afición me viene por mi padre. Desde pequeñito le he acompañado siempre yendo de caza». Aquellos fines de semana por Revenga, Segovia, en una época álgida. «Iban a tirar después del cafetillo a una zona donde no hacía falta tanta autorización administrativa como ahora». Aquel chaval de principios de los 80 perseguía conejo, liebre y perdiz. «Siempre me ha gustado la caza menor. Es la que me ha aficionado a la escopeta en vez de con el rifle. Y de ahí, al tiro el plato». Eso sí, no era su primer gatillo. «¿Quién no tenía en mi pueblo una carabina de perdigones? Ibas a tirar a cuatro latas y poco más». A los ocho o nueve años, la edad en la que tantos niños descubren hoy el móvil, el aprendió a disparar.

Un poco de colocación, la escopeta en el hombro y mucha práctica. «Lo que más le cuesta a la gente son los nervios de no estar a la altura. Les da miedo ir una competición porque piensan que van a romper muy poquitos platos. Y todos hemos pasado por ello». Una sensación de «ridículo» que él desmiente. «Estamos todos para aprender y para enseñar». En su primera competición, en Revenga, con 19 años, rompió tres platos.

Antes del foso universal, planificada en campos de tiros permanentes, Julio tiraba sobre máquinas robot multidireccionales que permitían llevar competiciones a cualquier sitio. Una tradición que se conoce como trillo. Su carrera despegó paralelamente como tirador y como organizador a partir de hacerse con un campo de tiro en Guadarrama en 2000. Tras un verano intensivo, le picó el gusanillo. Ya entonces llevaba siete años como guardia civil, una oposición que se sacó a los 20 años. «Fue un sustento porque el tiro al plato es un deporte caro que exige entrenamiento para estar al alto nivel y ese entrenamiento cuesta dinero. Los cartuchos, las escopetas…» Sigue en el cuerpo, en el Palacio de Riofrío que le ha dado tiempo para una armería y la empresa española que más competiciones organiza: este año lleva ya 167.

Se sacó la oposición de la Guardia Civil con solo 20 años; con 52, no descarta el camino olímpico, pese a ir perdiendo reflejos

De ganar competiciones menores a ir sumando prestigio en el foso universal, hasta ganar en 2019 la Copa de España, tras ser varias veces campeón de Castilla y León o una docena de títulos provinciales. «Tengo un currículo extenso porque llevo ya muchos años y no lo dejo. La competición te hace estar siempre a buen nivel de tiro». El foso universal consiste en cinco máquinas que sacan el plato en dirección cruzada –de izquierda a derecha o de derecha a izquierda, salvo la central– de forma aleatoria para un total de 25 platos: cinco desde cada puesto y, entre ellos, uno desde cada máquina. El Mundial, con participación portuguesa, andorrana, británica e italiana, tuvo seis tiradas regulares de 25 platos –distribuidas en tres días–, hasta 150. Él llegó con 149, suficiente para disputar los 25 de la final, que se suman al resto. Fue el único de los seis finalistas en romperlos todos.

La modalidad olímpica es el foso olímpico, con 15 máquinas, pero solo tres platos por cada uno de los cinco puestos –centro, derecha e izquierda– y diferencias en la velocidad o en lo gramos del cartucho. Julio subraya que el universal tiene más adeptos. «No dispongo de tiempo para entrenamiento, no me da la vida. Tengo que plantearme bajar un poco el ritmo de organización para tirar algún nacional de olímpico y a ver hasta dónde podemos llegar». Aunque la edad juegue, a priori, en su contra. «Tengo 52 años y los reflejos que se necesitan para estar ya a un alto nivel competitivo se van mermando».

Independientemente de que tenga delante más o menos máquinas, el éxito lo marca la concentración, lo que él llama «estar en tiro». Un estado mental en el que solo existe el gatillo y el plato. «Y la suerte de no tener un día malo y te lastre todo el campeonato». Porque un gran Mundial es un ejercicio de fondo que no se gana con un día bueno, sino evitando el malo. «Hay gente que se lo prepara mentalmente, yo no lo he hecho y me ha salido bien. He ido, he competido, he estado con amigos y he disfrutado porque lo estaba haciendo bien». Como aquel chaval que rompía solo tres platos. Aunque ahora destroce sin piedad 174.

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