Rocío Calderón, «la inmortal»
Esta mujer superó gracias a la inmunoterapia un tumor hereditario después de que le dijeran «que no había nada que hacer»
Abrazada a un encomiable espíritu de supervivencia, Rocío Calderón es el ejemplo de que tras cualquier tempestad, sale el sol. Cuando era niña, sus hermanos ... la lanzaron jugando a la carretera y la atropelló un coche. Con la cara desfigurada por las heridas, salió adelante. En la veintena, otro coche se llevó por delante su moto y la despeñó por el puente de la Castellana, en Madrid. Pasó diecisiete días en coma. En 2001, perdió el 80% de su hígado por un tumor con un diagnóstico de salvación improbable. Y superó el trance.
No sorprende que sobreviviera en 2015 a un cáncer de pulmón hereditario, y eso que tras nueve meses de quimioterapia le dijeron que no había solución. Un tratamiento experimental salvó su vida. Por eso esta mujer, de 53 años, se define como «la inmortal». Rocío recuerda el diagnóstico, el 5 de febrero de 2015, como su regalo de cumpleaños.
El síntoma llegó unos días antes. «Estaba con amigas tomando una coca-cola y me dio un pinchazo brutal en la espalda. Yo decía que eran gases, pero como son muy cabezonas, me llevaron a urgencias de los pelos. Ahí empezó el calvario». Se fue a casa con un tratamiento para la neumonía, pero al día siguiente la citaron. «Nada de ir al médico de cabecera, que fuera al neumólogo porque habían visto una mancha rara». Tras una semana de pruebas –desde TAC a broncoscopia–, lo que parecía un tumor controlado no lo era. Y llegó el segundo palo: «Hija mía, tienes metástasis». Se había extendido a los ganglios linfáticos, glándulas suprarrenales y al hígado.
Dudas razonables
Recuerda cómo asimiló la noticia. «Debo ser un bicho raro. Yo pensé: joder, qué marrón». No hubo lágrimas el primer día, llegaron después. Se le fue la cabeza a sus «bichos», su caballo Cyrano y su perro Matías. «Me quedé pensando qué iba a ser de ellos. ¿Quién les iba a cuidar?» Ambos viven, aunque Cyrano está en Ávila «por lo que pueda pasar», pues tiene miedo de no poder darle un hogar ante una rápida recaída. Es un tipo de tumor que han sufrido su padre, su tía y tres primos, ya fallecidos.
Semanas después del diagnóstico, empezó un tratamiento de quimioterapia de nueve meses. Era un tratamiento intravenoso y acudía al Hospital General de Segovia cada veintiún días. «La primera semana me sentó bien; después, cada vez peor. Hubo un momento que dije: 'A tomar por saco, si esto no me va a hacer nada, ¿para qué me martirizan?' Y vino mi mejor amigo de Madrid para cogerme de los pelos».
Retomó el suplicio hasta que el 19 de diciembre le dijeron que no estaba haciendo nada. «Era tontería seguir». Agradece el esfuerzo de su oncóloga para que la aplicaran entonces un tratamiento de inmunoterapia que tenía buenos resultados en Estados Unidos. «En cuatro meses, curada. No quedaba nada por ningún lado». El tratamiento siguió durante un año; después, le extirparon la zona donde había surgido el tumor primario. «Quitaron el tumor y todos los ganglios. Me hicieron una limpieza de los adentros», sonríe. «Y aquí estoy yo, la inmortal. Si es que hay veces que pienso que soy extraterrestre».
Revisiones cada seis meses
Rocío acude cada seis meses a revisión. «Siempre corres el riesgo de recaer, sobre todo los cinco primeros años. Yo soy perfectamente consciente. Pero es que tampoco me lo planteo porque si no, no viviríamos. Yo prefiero que no me lo digan. Si sabes que son cuatro años, menuda angustia. Vivo el día a día y a hacer puñetas: no quiero saberlo». Es la fórmula del presente: «No evitas el futuro, lo aparcas teniendo la cabeza ocupada». Y habla de una rutina vital totalmente distinta. «Esto, desgraciadamente, te enseña quiénes son tus amigos. He hecho una limpia importante».
Le encanta reírse y le apetece más quedar con sus amigos, ese tipo de cosas a las que antes no daba importancia. Es su combate con el cáncer, que empezó con un diagnóstico terrible en su hígado. «Me metieron al quirófano a la desesperada. Total, me iba a morir; ya abrimos y miramos. Y me salvaron». Había adelgazado diecisiete kilos en un mes y encontraron el tumor. «Es instinto de supervivencia puro y duro». Tras su experiencia, lanza un mensaje a cualquier paciente: «No hay que tirar la toalla, y ganas no faltan. Que se encierren a llorar una semana y que luego salgan a vivir».
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