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Rebeca sujeta un cuaderno mientras mira a su madre, Raquel, ambas sonriendo. Antonio Tanarro
Segovia

¿Qué le pasa a Rebeca?

Esta segoviana, que no fue diagnosticada con autismo hasta los 19 años, narra la misión imposible de intentar ser como los demás

Lunes, 13 de febrero 2023

Raquel Calvo escuchaba una y otra vez la misma pregunta de las compañeras de clase de su hija: «¿Qué le pasa a Rebeca?» Tuvieron que pasar 19 años para encontrar la palabra autismo, casi de rebote, en un informe de psiquiatría. Ahora tiene 23 y sigue llamando «jungla» a la calle, evita subirse a un autobús o elude los suelos irregulares como las escaleras del Salón, que para ella son arenas movedizas. Es la metáfora de un desafío imposible. «Yo quería ser como los demás y no podía socializar bien. Se me ponía todo en blanco, no sabía qué había pasado, como si de repente me desmayara y luego volviera en mí», cuenta la joven.

La evolución de Rebeca llamó más la atención de sus padres porque tiene un hermano mellizo. «Ella iba un poquito más despacio; pero lo que más nos preocupaba era la falta de reflejos porque no echaba las manos, caía de cabeza». Los pediatras no diagnosticaron ninguna anomalía, solo aconsejaban estimulación temprana. Hablamos de ejercicios físicos que la madre hacía con su hija. «Yo salía derrotada, aquí no se ha avanzado y a mi hija la he estado molestando porque ella no quería subir por esas espalderas», recuerda la progenitora.

De ahí fueron al centro de estimulación multisensorial en Madrid durante dos años. La receta era no saltarse pasos: los niños que no han gateado necesitan gatear. Dos horas diarias con masajes –para percibir las diferentes texturas– ejercicios de respiración y mucho gateo. «Pero mucho», reitera Raquel. El diagnóstico entonces era Trastorno por Déficit de Atención, sin hiperactividad; en todo caso, ella era hipoactiva.

«Yo quería ser como los demás y no podía socializar bien. Se me ponía todo en blanco»

Rebeca

Joven segoviana con autismo

Una vez que Rebeca cumplió los cinco años, su madre le dio un respiro. «Pensé que lo mejor era que acudiera a las cosas que a ella le divertían», revela. Baile, teatro o natación para relacionarse con gente de su edad. Ella recuerda con una sonrisa su actuación de cucaracha o mariposa. Su primer colegio no tenía orientador y segmentaba a los alumnos por niveles; ella estaba en el lento con otros diez estudiantes.

Era una chica lenta en los estudios y en el aspecto motriz. Le costaba seguir los juegos. «A veces los compañeros no me esperaban, me metían mucha prisa y yo iba a mi bola y no recuerdo haber sufrido, salvo cuando mis amigas no me trataban bien», cuenta Rebeca. Ese 'bullying' ocasional aún se traduce en pesadillas. Cuando pedía permiso para ir al baño huía a otra planta en busca de ese silencio que no había en el aula. Una calma que choca con una sociedad frenética. «Cuando me despisto, se me ponen por delante todos». Ocurrió la semana pasada mientras donaba sangre.

Una adolescencia «dura»

A los 16 años empezó a leer sobre autismo. Pensó: «Anda, si eso también me pasa a mí». Iba a una asociación con gente que tenía déficit de atención, pero sentía que ellos eran más independientes, se relacionaban socialmente de una manera que ella no podía.

Fueron años difíciles. «La adolescencia fue una etapa muy dura, no me podía arreglar sola y no dejaba que mi madre me ayudase porque me daba muchísima vergüenza. Sentía un dolor muy grande, no sabía por qué, y me iba al baño a llorar», evoca la joven. Las relaciones eran incómodas y se sentía malentendida. «Los chicos pensaban que yo quería salir con ellos y yo solamente quería hablar con alguien», afirma. Y su aversión al ruido. «Si hay mucha gente por ahí, yo no podía hablar, no podía ni oírme pensar». Probaron con una psiquiatra en busca de medicación, algo que terminaron descartando. La palabra autismo llegó en uno de sus informes.

«Es muy tranquilizador tener diagnóstico y no sentir que estoy mintiendo»

Rebeca

Joven segoviana con autismo

Para Raquel fue una confirmación que soltaba ocasionalmente en sus visitas a los médicos. «¿Pero autismo no es?», les decía. Y Rebeca dejó de sentirse una farsante. «Es muy tranquilizador tener diagnóstico y no sentir que estoy mintiendo», admite. Descubrió la asociación Autismo Segovia, donde recrea situaciones sociales. «Si entro en un sitio, digo hola y alguien me dice adiós, ¿qué significa? De la traducción depende ver un saludo o un desplante». El ejemplo es real y a ella le hizo daño en un día de examen. Cuando se lo explicó, su madre bromeaba: «¡Pero tú dónde has estado los últimos veinte años!» Todavía se ríen al recordarlo.

Ese enfado en la traducción de las situaciones más básicas ayudó al diagnóstico. Ella estudia cuarto de la Enseñanza Secundaria Obligatoria y no quiere mirar más allá. «Me pongo hasta triste cuando lo pienso porque no sé qué hacer», confiesa. Le fallan las matemáticas, pero querría ser astrofísica. «Siempre me ha gustado mucho el espacio, algún día viviremos en Marte», concluye.

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