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Los operarios depositan el féretro con el fallecido en la cámara mortuoria para que pueda ser velado por los familiares. ÓSCAR COSTA
Coronavirus en Segovia: «Una noche bajamos al Hospital a por un cuerpo y volvimos al tanatorio con ocho»

«Una noche bajamos al Hospital a por un cuerpo y volvimos al tanatorio con ocho»

Los luctuosas horas de marzo y abril todavía condicionan el trabajo diario en la funeraria Santa Teresa de Segovia

Carlos Álvaro

Segovia

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Domingo, 20 de diciembre 2020, 08:12

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Son casi las dos de la tarde y en las dependencias de la Agencia Funeraria Santa Teresa suena el teléfono. La llamada procede del Hospital General. Acaba de fallecer una persona, enferma de covid. El servicio fúnebre se pone en marcha. Martín y José Manuel se enfundan sus equipos de protección especial, preparan un féretro, lo cargan en el furgón y se dirigen al complejo asistencial, donde los sanitarios tienen ya el cuerpo del difunto preparado para colocarlo en el doble sudario que exige la norma. Los operarios de la funeraria lo introducen cuidadosamente en el ataúd y sellan la tapa con esmero. Después, regresan al tanatorio y conducen la caja hasta la cámara donde debe permanecer expuesta, a la espera de que lleguen los familiares. Tratándose de un fallecido por covid, todo es más aséptico. Y rápido. Nadie puede ver el cadáver, que ya ha sido convenientemente identificado, y la operación culmina en apenas una hora. «Esto no tiene nada que ver con lo que pasamos en marzo y abril, ¿eh?», advierte Martín nada más cerrar la cámara mortuoria: «Aquello fue..., no sé cómo describirlo, impresionante. No se daba abasto para llegar a todos los servicios. ¿Que si emocionalmente afecta? Lógicamente. Cuando vuelves a casa, lo mejor es dejar la mente en blanco, no pensar».

En el tanatorio San Juan de la Cruz, de Segovia, dependiente de la funeraria Santa Teresa, tienen muy recientes las fatídicas horas que vivieron durante los meses de marzo y abril. Tanto, que difícilmente podrán olvidarlas. «Cada tres minutos nos llamaban porque había muerto una persona, y yo pensaba: 'Esto no puede ser, no puede ser, es imposible, si seguimos así vamos a acabar con la población de Segovia en veinte días'. Sí, esa es la sensación que teníamos, que el mundo se acababa, que la provincia se iba a quedar vacía, sin gente. Pero no había mucho tiempo para pensar: todo era trabajo, trabajo y trabajo. Había que llegar a todo porque corríamos el riesgo de colapsar», recuerda Óscar de la Fuente, director general de esta funeraria que da servicio a casi todo el territorio provincial segoviano. «Una noche –eran las dos de la madrugada o así– nos llamaron del Hospital, que acababa de morir una persona. Mientras los operarios se preparaban, se recibieron otros dos avisos, así que salimos con dos furgonetas. Regresamos con ocho cuerpos. Aquello no era lógico», añade De la Fuente.

Trabajadores de la funeraria preparan un sudario especial para un enfermo de covid que acaba de fallecer, antes de salir para el Hospital General a recoger el cuerpo.
Trabajadores de la funeraria preparan un sudario especial para un enfermo de covid que acaba de fallecer, antes de salir para el Hospital General a recoger el cuerpo. ÓSCAR COSTA

Diego Rodríguez era uno de los integrantes del gabinete de crisis que la funeraria formó a finales de febrero, cuando las noticias sobre el coronavirus ya empezaban a adquirir tintes preocupantes. «Desde el 13 de marzo, notamos un notable aumento del número de muertes diarias. Si veníamos registrando cinco o seis de media entre la capital y la provincia, los números se dispararon hasta los 43 fallecidos el 25 de marzo, los 38 el día 27, y así», señala el encargado. El 29 de marzo murieron 58 personas, y el panorama se tornó apocalíptico. «No era ni medio normal. Estábamos desbordados», dice Rodríguez. Los furgones de la funeraria no solo acudían al Hospital General o a las residencias de ancianos para cubrir el servicio de recogida: también a los domicilios particulares. No fueron pocos los enfermos de covid que murieron en sus propias casas sin recibir asistencia médica alguna: «Hubo mucha gente que falleció en casa, incluso matrimonios de personas mayores. Fue penoso. Se dio el caso de acudir el lunes a recoger el cuerpo del esposo y volver a la casa el martes siguiente a por el de la mujer. Esto ocurrió tanto en la capital como en la provincia».

La pandemia ha dejado en el ánimo de los trabajadores de los servicios fúnebres un poso de amargura difícil de describir. No es fácil tener que explicar a los familiares que no podrán despedirse de su ser querido. «Para las familias es durísimo y para los trabajadores de la funeraria también. Es verdaderamente agresivo tener que pedir a unos hijos a los que se les acababa de morir el padre que nos enviaran los papeles por correo, la justificación, la autorización inmediata, porque debíamos proceder a enterrar el cuerpo en apenas dos horas para no colapsar hospitales, residencias o el propio tanatorio. Al final, ellos no han podido ver a sus seres queridos, no se han podido despedir de ellos», apunta Diego Rodríguez.

«La gente piensa que con todo esto hemos ganado mucho dinero, cuando lo que hemos hecho es salvar a Segovia del caos»

óscar de la fuente, director general

En cierto modo, esto sigue pasando. Los familiares no tienen la posibilidad de ver a los fallecidos por covid, que son introducidos en el doble sudario en el propio Hospital y llegan al tanatorio con el ataúd precintado. «El duelo empieza con la despedida y en estos casos no se está siguiendo el proceso natural. Es el llamado 'efecto marinero' –observa Ángel San Frutos, tanatopractor de la funeraria segoviana–. Cuando un marinero muere en alta mar y el cuerpo no aparece, la familia no puede despedirse de ese ser querido. Ocurre también en casos como el de Marta del Castillo, que los familiares no pueden estar en paz. Con la covid pasa algo parecido. Muchas familias han optado por la incineración porque las cenizas te permiten despedirte, aunque sea semanas o meses más tarde, en un funeral, pero hay cuerpos que se han inhumado en la más absoluta soledad». Con un cadáver de covid, el tanatopractor no interviene. «No hay posibilidad de embalsamar y preparar el cuerpo, de presentarlo. Ni lo ves, aunque ahora, por lo menos, los familiares pueden velar el féretro a través del cristal y acompañarlo al cementerio o al crematorio; con restricciones, pero pueden. Es complicado decirles que no puedes abrir el féretro, que no les puedes enseñar siquiera el rostro», explica.

Dudas lógicas

La imposibilidad de ver el cuerpo, de comprobar que el cadáver que guarda el ataúd corresponde al familiar, ha sembrado dudas en no pocas familias, y lo sigue haciendo, pero Diego Rodríguez asegura que se ha actuado con todas las garantías, incluso en los momentos de la pandemia más desbordantes: «Los cuerpos parten de la cama del hospital perfectamente etiquetados, con el número de expediente, de cámara, con su nombre en el féretro, que sale precintado con rigurosidad, para que nadie pueda manipularlo ni confundirse. En este sentido, pongo la mano en el fuego. El trabajo que han hecho tanto contratadores como conductores para que no hubiera equivocaciones ha sido inmenso». Eduardo Corral, contratador de la funeraria, es la primera persona que habla con los familiares en cuanto se produce el óbito: «En marzo o abril no era posible dar el servicio personal que normalmente ofrecemos; el trato era telefónico, muy frío y muy rápido, porque si contratabas el servicio a las nueve de la mañana, la persona fallecida estaba enterrada o incinerada a la una de la tarde. Claro, siempre hay que tranquilizar a los familiares, decirles que no se preocupen, que todo está en regla, que la persona que hemos enterrado o incinerado es su ser querido, que tenemos controlado todo el proceso. Es muy duro tener que hacer esto y lo pasamos verdaderamente mal». Sara Cubo, recepcionista del tanatorio San Juan de la Cruz, no olvidará las llamadas de una mujer que perdió a sus padres: «Primero falleció el padre y a los dos o tres días, la madre. No pudo verlos, a ninguno de los dos. Es algo para lo que nadie está preparado, ni los familiares ni nosotros. Un horror».

El féretro sale del Hospital camino del tanatorio.
El féretro sale del Hospital camino del tanatorio. ÓSCAR COSTA

En general, todo el mundo entiende la situación tan excepcional que se está viviendo y acepta las nuevas reglas. Los usos funerarios han cambiado y no queda otra que someterse a la norma. Durante la primera ola de la pandemia, la labor del juzgado número 3 para agilizar la expedición de las licencias de enterramiento fue decisiva. «El juzgado hizo una labor magnífica, esencial, para facilitar los enterramientos allá donde hiciera falta. También la Junta de Castilla y León dejó sin efecto la norma que obliga a esperar 24 horas entre el fallecimiento y el entierro, pero sin licencias no hubiéramos podido enterrar», subraya Óscar de la Fuente. «Las familias comprendieron la premura y las restricciones [no había velatorio y a los entierros solo podían acudir tres familiares o allegados]. Muchas personas vinieron ya en verano a recoger las cenizas porque no habían podido hacerlo antes, y todavía tenemos urnas custodiadas. Hay quien tiene precaución, o miedo, o no puede salir de sus ciudades...», concluye Diego Rodríguez.

«El duelo empieza con la despedida y en casos de covid no se sigue el proceso natural»

ángel san frutos, tanatopractor

Las trincheras de la pandemia también han estado, pues, en las oficinas de las funerarias, en los sótanos de los tanatorios, en los furgones que iban y venían por las carreteras provinciales cargados de ataúdes, cuando ya nada podía hacerse por la vida. «La gente piensa, y da rabia oírlo, que hemos ganado mucho dinero con todo esto, cuando lo que hemos hecho es salvar a Segovia del caos más absoluto. El dinero lo acabas haciendo en tres, cuatro, cinco años, pero hay una realidad que no debe pasar inadvertida: antes de que empezara todo, decidimos prohibir los velatorios con el único objetivo de no contribuir a la propagación del virus. Eso significaba perder dinero, pero no nos movía el dinero, sino la seguridad de nuestros clientes y de nuestros trabajadores», asegura De la Fuente, preso todavía de la emoción cuando recuerda aquella hecatombe de la primavera, aquel fatídico 29 de marzo en que la cifra de fallecimientos helaba la sangre del más osado.

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