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Urgente El Real Valladolid se decide por Guillermo Almada como nuevo entrenador
Cantatore en 2013, en casa de su hijo Marcelo. R. Otazo

Cantatore, el técnico al que nadie olvida

El entrenador chileno, el que más poso ha dejado entre la afición vallisoletana, cumple este domingo 84 años

José Anselmo Moreno

Valladolid

Domingo, 6 de octubre 2019, 08:44

Hoy sopla 84 velas. Se trata de Vicente Cantatore Socci, un corazón chileno nacido en Rosario (Argentina) y que en Pucela hizo historia por empeñarse en obrar milagros. En su última temporada acabó manteado, había propiciado una salvación sin precedentes y después, aquel Europucela. No obstante, si había que recoger parabienes, Cantatore decía: «el mérito es de los jugadores». Pues no, don Vicente, el mérito es suyo porque todo eso ya no volvió a suceder. Para empezar, felicidades. Ahora vamos con los detalles.

La cultura del esfuerzo que inculcaba a sus jugadores, con educación exquisita y los ademanes justos, la aprendió de muy niño. Su padre era marmolista y Cantatore, con doce años, estudiaba por la noche y trabaja durante el día como repartidor. Más tarde, empezó a jugar en el Talleres Belgrano a cambio de un puesto en la empresa. Admirador de Di Stéfano, al que considera el jugador más completo, el Cantatore futbolista pasó por varios equipos y se retiró a los 38 años. De un día para otro, pasó de compañero a jefe. Fue en el Deportes Concepción, donde colgó las botas y empezó su carrera como técnico. En Chile protagonizó las mayores hazañas con equipos modestos, en aquella época Lota Schwagger y Cobreloa. Con estos últimos ganó dos ligas, y sumó dos subcampeonatos de la Libertadores. El brasileño Zico impidió con el Flamengo una de las mayores gestas del fútbol sudamericano

«Los de enfrente aprendieron en la calle, no hay una Universidad de fútbol, son como ustedes»

Cantatore debió pensar que para gestas estaba también el Valladolid, como dice su himno. Y se presentó aquí de incógnito para ver partidos en la primavera del 85. El primer contrato que firmó ya propició el mejor fútbol pucelano en décadas. Aquel equipo de Yáñez, Andrinua, Aravena o Eusebio empató en San Mamés (3-3) y salió ovacionado. Don Vicente miraba a la grada estupefacto, aquello no lo había visto nunca. También se ganó 1-4 al rival de hoy, el Atlético, con triplete de un imperial Jorge Alonso porque, como asegura el jugador leonés: «nos hacía sentir los mejores».

En diciembre del 85 cayó en Zorrilla el Madrid de la Quinta del Buitre (3-2) pero eso no es todo, era la época de los pucelazos, y con Cantatore al mando, también se derrotó al Barcelona tanto en el Camp Nou como aquí. De este último partido (3-1) bien se acordará el actual propietario del club, que marcó un gol y después asistió a una descomunal exhibición blanquivioleta.

Pues bien, nadie se ha olvidado en Pucela del orfebre de todo esto. La memoria suele escoger bien lo que deja grabado. Cantatore es el mejor entrenador de la historia del Valladolid para muchos aunque, resultados al margen, hay un detalle que selló de por vida el idilio entre ambas partes. El chileno decía que cuando se siente querido y confían en él no sabe decir no. Así, en medio de un año sabático, recibió una desesperada petición de auxilio desde Pucela. «Tengo que ir, me necesitan», dijo a su esposa (Nelly). Y vino a rescatar a un equipo moribundo que se iba de cabeza a Segunda. Cambió la playa frente a su casa de Viña del Mar por un crudo invierno en Valladolid, el de 1996. «Con los goles que encajan lo primero que he de comprobar es si el portero tiene manos», venía pensando.

Se pasaba el día y la noche viendo partidos, a veces le podía el sueño, se daba una ducha y volvía a la carga

Sus tres etapas en Valladolid fueron divergentes, pero siempre se adecuó a la plantilla y eso que admiraba como entrenador a Osvaldo Zubeldia, quien marcó a toda su generación y era tipo de ideas fijas. También se interesó por un motivador como Helenio Herrera y los sistemas de Menotti, pero Cantatore cambiaba el guión en función de los protagonistas. Contaba que pasó en su segunda etapa a tres centrales por no dejar fuera a Gonzalo. Con su aspecto tosco, para Cantatore tenía más calidad de lo que parecía y ayudaba sacando el balón. «No perdía una pelota, eso es calidad, y ayudaba mucho a sus compañeros, no podía dejarle fuera ni podía jugar como antes con jugadores diferentes». Ahí apareció el Cantatore más empírico

En una comida entre periodistas destinada a la elaboración de un libro nos confesó que le encantaba el cine y afirmó que «una película es buena si la sala se llena». Puro pragmatismo. Tal vez ahí germinó su frase «en fútbol se divierte el que gana». Sin embargo, Cantatore tenía peculiaridades. Una de ellas era no ensayar mucho jugadas de estrategia. Había gente que veía una prolongación de cabeza al segundo palo en un gol y le felicitaba. Pues no, en opinión de Cantatore, la improvisación es la chispa del delantero y no debe coartarse.

Otro aspecto que le diferenciaba es que hablaba poco del rival. «En fútbol nadie se come a nadie, los importantes son los míos y si hablo mucho del contrario los estoy despreciando». Tal cual. A los postres de la referida comida, el camarero le dijo a Cantatore algo sobre «Mami» Quevedo y el chileno contó una anécdota: «El jueves monté en un taxi y el taxista me hizo una observación sobre el equipo y pensé cómo este tipo, todo el día metido aquí, puede tener tanta razón en lo que dice».

Con esa convicción de que siempre hay algo que aprender absorbía como una esponja todo lo que oliera a fútbol. Se pasaba el día y la noche viendo partidos, a veces le podía el sueño, se daba una ducha y volvía a la carga. Si comentaba con jugadores un encuentro televisado se enojaba cuando le decían que no lo habían visto. A su juicio el fútbol es vocacional y hay que vivirlo con pasión.

Sus padres eran emigrantes de Bari y Catania, de ahí sus apellidos, y contaba que lo mejor de su infancia fueron los partidos en la calle. Precisamente de eso habló a sus jugadores antes de la final copera del 89: «Los de enfrente aprendieron en la calle, no hay una Universidad de fútbol, son como ustedes». Así de fácil. Cantatore simplificaba el fútbol y la vida.

Hay tres historias que definen su perfil de psicólogo. Una, cuando decía a la prensa el año del Europucela que el objetivo era salvarse pero apretaba a sus jugadores. Eso lo recuerda Gutiérrez: «Ahora vas a jugar unos metros más adelante, hay que arriesgar e ir a por la UEFA», le exigía al uruguayo.

Otra historia elocuente es como mentalizó a Hierro cuando debutó: «Si lo haces mal es culpa mía y si lo haces bien es mérito tuyo, trabaja y pronto serás internacional», se lo dijo a un futbolista que llegaba de Tercera. Y otra anécdota se enmarca en el trabajo psicológico con Benjamín, el traspaso más caro de la historia del club. Le cogió tras un entrenamiento y le dijo: «La prensa te da bola, la gente quiere que juegues. Tienen razón, eres el mejor y yo no te convoco. Lucha conmigo, pelea contra este tipo que te ignora«. En su reaparición, Benjamín metió un golazo y decidió el partido.

Son algunas de las historias de un octogenario ilustre que sigue unido a Pucela. En Valladolid vivió primero en la calle Puente Colgante y solía jugar al dominó en la cafetería próxima a su casa. Después vivió en un chalet de Parquesol, desde su terraza se veía Zorrilla y te la mostraba con complicidad, como si hubiera comprado aquella casa por las vistas. Los últimos meses allí fueron duros, desde aquella terraza casi escuchaba los cánticos del estadio reclamando su vuelta. «Esta será una temporada difícil, José», me dijo cuando aún no habían transcendido algunas cosas, En medio de aquel Europucela, Cantatore ya era pesimista antes de iniciar el curso. Sabido es lo que pasó después. Se fue de Valladolid y regresó tras el fallecimiento de Nelly, ahora reside en La Cistérniga con su hijo Marcelo, siempre discreto aunque también protagonista de la mejor época reciente de un club con 91 años, siete más que uno de sus héroes. El no leerá esto aunque es posible que vea su foto y sonría. No en vano, nació el Día Mundial de la Sonrisa, con ella quitaba la tensión previa a los partidos y hacía que sus jugadores no se asustaran nunca. Sus bromas relajaban el ambiente. A Alberto (médico en ciernes) le pedía el nombre de «esa pastilla» que hacía meter goles por la escuadra. Lástima que una pastilla no le devuelva la memoria cinco minutos, suficientes para saber porqué 27.000 personas se rompen las manos aplaudiendo si este señor de 84 años saliera hoy al campo.

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