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Rosa Calvo señala una de sus imágenes de la muestra del Archivo a Tere Gallego. Adolfo Fernández

De Palencia a Australia por la promesa de una vida mejor

Tere Gallego y Rosa Calvo viajaron en 1960 en el Monte Udala de Santander a Melbourne con sus familias cuando Franco abrió las fronteras

Domingo, 3 de agosto 2025, 08:43

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Fueron el 18 de diciembre de 1960 y llegaron el 19 de enero de 1961. A pesar de que han pasado más de sesenta años de ese viaje, ninguna de las dos titubea con las fechas. Ambas las tienen grabadas. Rememoran esa travesía mientras observan unas fotos en blanco y negro, coronadas por la imagen de un gran buque. Se trata del Monte Udala, el barco que transportó desde 1958 hasta 1960 a inmigrantes españoles hasta Australia. Del puerto de Santander al de Melbourne, después de un mes de viaje.

«Yo cumplí 8 años en el barco y no recuerdo si hubo tarta, pero alguna sorpresa habría porque lo recuerdo contenta», destaca la palentina Rosa Calvo, que partió junto a sus padres y su hermano –su madre estaba embarazada– rumbo a Oceanía. «De tanto tiempo estar allí, los españoles nos hicimos una familia», añade, mirando a Tere Gallego, que partió en el mismo navío. Ellas mismas se denominan primas, «familia» como bien dicen, aunque no se conocían antes de subirse al Monte Udala. Ambas recuerdan lo contentas que iban a esa aventura, a montar en barco, mientras la familia que dejaban lloraba en el puerto al despedirse.

Rosa volvió a Palencia once años más tarde, con 18, porque su padre no quería que ella formase una familia allí y «quería morir aquí, que ese no era su país», mientras que Tere no retornó –y solo de visita– a Palencia hasta 1982, ya que ella se casó en Australia con un griego y tiene dos hijas y seis nietos, que viven allí. Cada vez que vuelve a su tierra, desde 2016 viene cada verano, se reencuentran y hacen excursiones para conocer la geografía nacional, esa a la que dijo adiós hace 65 años.

Buque que transportó a los de españoles hasta Australia. Adolfo Fernández

Ambas familias, la de Rosa y la de Tere, decidieron emigrar, hacer las maletas y dejar atrás a su familia y sus trabajos por un futuro mejor para sus hijos, ya que Franco había abierto las fronteras. «Lo que menos pensaba mi padre era que la persona que le estaba dando estos ánimos para irse, lo que quería era quedarse con su puesto de trabajo», afirma Tere, quien aún recuerda las lágrimas de su madre al tener que marcharse. «Ha sido una historia muy bonita y muy triste, pero si naciera otra vez, no me importaba repetirla», reconoce.

Todos los pasajeros tuvieron que someterse a reconocimientos médicos con doctores españoles y australianos. «Todo tenía que ser perfecto. Un poco de catarro y te rechazaban. Tenías que ser de tal altura, el color de los ojos, el pelo, no tener gafas, tener la boca sana...», narran.

«Llegamos a Melbourne y nos metieron en un tren de madera. Cada vez que voy al puerto y veo las vías, me acuerdo»

Después de un mes de viaje, con parada en Ciudad del Cabo (Sudáfrica), «donde salieron todos los de allí a la puerta a saludarnos y nunca antes habíamos visto ningún negro», y con una avería a medio trayecto que dejó el buque parado en el mar hasta que fue solventada, llegaron a Melbourne.

«Nada más llegar nos metieron en ese tren, que era de madera. Yo vivo en Melbourne, y cada vez que voy al puerto y veo las vías del tren, me acuerdo. No se me olvida nada», explica Tere. Les trasladaron hasta el campamento Bonegilla, el centro de recepción y capacitación para inmigrantes que llegaban a Australia. «Cuando llegamos, las condiciones no eran lo que nos habían dicho. Las camas estaban medio hundidas, nos dividía solo una sabana con mis padres y luego íbamos a comer y nos teníamos que poner todos en fila», continúa narrando.

Trabajo y nueva vida

Desde allí buscaban trabajo a todos los hombres y las mujeres para que comenzasen allí una nueva vida. «A mi madre la encontraron trabajo en una factoría de melocotón a más de cien kilómetros de donde estábamos y mi padre fregaba cazuelas en otro campamento», rememora Tere, que al ser hija única pasó mucho tiempo sola en aquella época. «Un día empecé a llorar, fui llamando por las puertas, y me abrió una señora que tenía cinco hijos y me metió a dormir con ellos para que no estuviese sola», comenta.

Rosa, por su parte, recuerda cómo sus padres, que tenían dos trabajos cada uno para pagar una casa, abrían siempre su hogar. «En mi casa ha habido muchos españoles. Los que estábamos allí, ayudábamos a los que iban para que buscasen alojamiento y trabajo. Una vez que tenían trabajo, pues ya buscaban una vivienda», subraya. Desde que retornó a España, no ha vuelto a pisar suelo australiano. Y ahora mi hija se va a ir de viaje hasta allí», agrega.

Si Rosa se escapaba del colegio, Tere lo abandonó y se puso a trabajar en «comercios buenos» de joyería, de ropa de señora y de Lancôme hasta los 67 años que se jubiló. «Aprendí el inglés así, sin ir a la escuela», afirma. Además de inglés y español, habla perfectamente italiano y griego.

Los recuerdos en blanco y negro de Rosa y Tere, con el viaje en barco y las estampas familiares, forman parte de la exposición del Archivo Histórico Provincial titulada 'De 1900 a nuestros días', que repasa con imágenes la historia de una docena de familias que emigraron en los años 60 a Cuba, Argentina, Suiza o Australia. La muestra se completa con instantáneas del proyecto Arraigo, con nuevos pobladores llegados a Palencia desde otras partes del mundo.

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