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El Belén del Museo Nacional de Escultura

Uno de los mejores belenes napolitanos conservados en el mundo

Compuesto por más de 600 piezas de finales del siglo XVIII, sus variados personajes, animales y complementos dan vida a una espectacular visión del Nápoles dieciochesco

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Expuesto permanentemente al público, su horario de visita se amplía durante la etapa navideña

A comienzos de este año, el belenismo, un patrimonio vivo y dinámico, que abarca tanto el arte de realizar las figuras como el de diseñar y fabricar los conjuntos que las albergan y dotan de contenido, fue oficialmente reconocido como una manifestación representativa del patrimonio cultural inmaterial de nuestro país. Con dicha decisión este patrimonio, este saber común preservado tradicionalmente y, al tiempo, continuamente reinterpretado, que ha trascendido el ámbito del fenómeno religioso para convertirse ya desde hace tiempo en un hecho sociológico ampliamente extendido y, sobre todo, sentido en todo nuestro territorio, veía así certificada su enorme importancia en nuestra historia cultural.

En el caso vallisoletano, donde esta tradición se muestra tan viva y vivida todos los años, como lo manifiestan los numerosos y variados belenes que se montan por toda la ciudad, tenemos la gran fortuna de contar con una de sus creaciones más importantes, tanto por su importancia como por su singularidad: el Belén Napolitano del Museo Nacional de Escultura.

Este extraordinario conjunto se exhibe durante todo el año en un ámbito propio ubicado en el Palacio de Villena, frente al Colegio de San Gregorio, la sede histórica del museo, un espacio recientemente reformado para su más cómoda exhibición y dotado con los medios técnicos necesarios para asegurar su conservación.

Creado a partir de la unión de las colecciones de dos reputados coleccionistas (los García de Castro y la de Pérez de Olaguer), adquiridas por el Estado en 1996 y 2000 respectivamente, se nos muestra como un abigarrado conjunto de más de 600 piezas. Sus personajes, animales y complementos de todo tipo muestran la altísima calidad de las artes en la cosmopolita Nápoles del siglo XVIII, en donde estas complejas escenografías atestadas de protagonistas afanosos en diversidad de ocupaciones y distracciones, ajenos en parte al misterio del nacimiento de Cristo, se convirtieron en el entretenimiento erudito preferido y en una ostentosa demostración de estatus de las élites dirigentes.

En su confección, tanto de las figuras, animales y complementos, como en las de las desaparecidas escenografías que las alojaban, participaron los mejores artistas (arquitectos, ingenieros, escenógrafos, pintores, escultores, orfebres, tallistas, etc.) como los más hábiles artesanos (sastres, armeros, guarnicioneros, luthiers, etc.) afincados en la capital del Mediterráneo, puente entre el Occidente cristiano y el Oriente musulmán, mostrando en ellos el mismo abigarrado crisol de razas y culturas que poblaban sus calles en el siglo XVIII.

El gusto por estas suntuosas escenas de carácter teatral y montaje anual, que habían surgido en la Italia medieval por influjo de san Francisco de Asís, alcanzó en el siglo XVIII también a la Corte y a las élites españolas, en unos años en que las relaciones entre ambos países fueron especialmente estrechas. El belén napolitano, prestigiado en España por su riqueza y el aura de la escultura napolitana ávidamente demandada en la Península, influyó también sobre el belén hispano, en muchos casos mezclándose de forma indiscriminada con las producciones locales, como sucedía con el espectacular belén del Príncipe, atesorado por los monarcas hispanos, el cual llegó a contar con más de 6.000 piezas de origen español, napolitano y genovés.

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