Borrar
RESIDENCIA AMÓN

La centenaria que impone calma: María Asunción cumple 103 años en Residencia Amón

A su edad, su mente sigue con la puntería fina de quien no ha perdido la costumbre de pensar por su cuenta

Content Local

Compartir

Su historia con la residencia empezó como empiezan muchas cosas importantes: por accidente

A Mª Asunción Santos Sanz, que hoy cumple 103 años, la vida no la ha convertido en heroína de novela ni en ‘trending topic’. Le ha dado algo más raro: coherencia. Un siglo largo de existencia sin estridencias, de esos que no salen en los telediarios porque no llevan explosiones ni discursos, pero que sostienen el mundo igual que las vigas que no se ven.

En la Residencia Amón, en Palencia, todos la llaman Asún. Los más antiguos aún recuerdan a la Mari de la juventud, porque cada nombre es una estación. Ahora es la decana de la casa. No hace falta consultarlo en ningún registro: se nota en cómo el tiempo se le posa encima con una especie de respeto, como si también él bajara la voz al pasar por su lado.

Su historia con la residencia empezó como empiezan muchas cosas importantes: por accidente. Una caída, un ingreso temporal allá por 2001, la cadera protestando. Aquello iba a ser un paréntesis clínico antes de regresar a su piso, a sus rutinas, a su modo meticuloso y silencioso de administrar los días. Pero la vida, que gusta de las segundas partes, volvió con otra caída, esta vez un brazo roto y la viudedad ya instalada como una sombra fija. Entonces Asún, nacida en Barruelo de Santullán, hizo algo que a veces se confunde con la rendición y en su caso fue lo contrario: decidió quedarse.

Vendió el piso, repartió los enseres, archivó una vida para empezar otra dentro de cuatro paredes que, con el tiempo, ha hecho suyas. No fue arrastrada: eligió. Y eso marca toda la diferencia entre vivir en una residencia y habitarla.

A los 103 años, su mente sigue con la puntería fina de quien no ha perdido la costumbre de pensar por su cuenta. Durante muchos años el periódico fue su liturgia diaria: abrirlo era girar la mirilla del mundo. Ahora la vista se cansa y el oído se rebela, pero la curiosidad no ha firmado su jubilación.

Asún resume su vida en tres pilares, como quien enumera cosas muy sencillas y, sin saberlo, está dictando una pequeña teología doméstica. El primero, la fe cristiana: «Mi vida está basada en la fe cristiana y esa fe es lo que me ha guiado y llevado a ser quien soy», dice sin un gramo de afectación, con la naturalidad de quien habla de una vieja compañera de viaje.

El segundo, la lectura y el interés por lo que pasa alrededor, desde Roma hasta el comedor de Amón. El tercero, una forma de estar en el mundo sin alharacas: «Mi vida ha sido silenciosa, pausada, sin lujos pero sin necesidad. Yo no necesito grandes cosas; estoy atendida, mimada y querida. ¿Qué más puedo pedir?». Luego sonríe, como si acabara de resolver una ecuación que los demás nos empeñamos en complicar.

Hay detalles que delatan de qué material está hecha una persona. Lo de frotar la ropa con alcohol de romero después de cada paseo, por ejemplo. Ese pequeño rito dice más de una generación que cualquier manual de Historia: el orden, la pulcritud, la dignidad como forma de respeto a uno mismo.

En su habitación, una fotografía guarda uno de esos momentos que se quedan a vivir para siempre en la memoria: un viaje a Roma con su marido, Juan Pablo II a pocos metros, la multitud contenida, la sensación de asistir a algo único. Lo recuerda casi como un sacramento civil, una estampa de fe discreta que no necesitó megáfonos.

En la residencia, el equipo la define con una precisión que suena a consenso: Asún aporta paz. No es una paz bobalicona ni resignada, sino la de quien ha visto desfilar suficientes inviernos como para saber que casi todo, al final, pasa. En 25 años no se le recuerda un mal gesto, una mala cara, un reproche. Agradece todo, incluso cuando el día viene torcido. Esa manera de mirar las cosas con distancia ha terminado influyendo en quienes la cuidan más que muchos cursos de formación.

Sin proponérselo, educa: enseña que cada residente tiene derecho a su rareza, que cada manía viene de alguna batalla antigua, que la prisa es un mal enemigo en un lugar donde el tiempo ya no corre, sino que se sienta.

A los 103, Asún no colecciona solo años, colecciona presencia. Es la memoria viva de Amón, la demostración diaria de que la longevidad no va de soplar velas, sino de cómo se llega a esa mesa. Uno imagina que, cuando ella cruza el pasillo, el propio tiempo se hace a un lado con un gesto de respeto antiguo. Y que, si algún día se escribe la historia de la residencia, habrá que empezar por aquí: por esta mujer pequeña que ha convertido la serenidad en una forma de resistencia.

Compartir

Contenido para RESIDENCIA AMÓN  editado por Content Local.