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VIDA Y OCIO

El valle encantado de los dacios libres

Maramures y Bucovina es una tierra anclada en el pasado, salpicada de iglesias de madera y frescos que se marchitan por el frío y el viento

SERGIO GARCÍA

Sábado, 14 de noviembre 2009, 02:02

Si Albert Uderzo, el dibujante de Astérix, conociese la historia de Maramures, no habría situado a su héroe en la Galia, sino a caballo entre los Cárpatos y la frontera con Ucrania, una tierra «poblada por irreductibles rumanos que resisten, todavía y como siempre, al invasor». No habría exagerado lo más mínimo. La región que cruzan los ríos Mara e Iza es uno de los rincones de Europa más genuinos, anclado en el pasado y orgulloso de ser la cuna de los antiguos dacios, ese pueblo que plantó cara a las legiones de Roma y que, al menos en estos valles cubiertos de abetos y pinos, logró desalentar al mismísimo Trajano. Bueno, a él y a Ceacescu, que veinte siglos después renunció a domar a esos campesinos duros como el granito que sobrevivían con lo mínimo a inviernos de 30 bajo cero, sin otro consuelo que la misa del domingo y una botella de palinka, un aguardiante de ciruelas de 60º que destilan dos veces y no deja resaca. Palabra.

El viaje empieza en Baia Mare, la capital de Maramures, una ciudad industrial, famosa por sus minas de oro y una basílica enorme, el primer y último contacto con el siglo XXI. El coche enfila entonces las empinadas rampas de las montañas Tiblesului, en cuya cima se obra el milagro. Es como cambiar de planeta. La carretera se desliza por pueblos arracimados en torno a la carretera, con casitas de madera y portones artesanales que son en sí mismos una obra de arte. Si el viajero tiene la fortuna de que sea domingo, encontrará a la gente vestida como lo hacían sus ancestros hace cien años. Ellos tocados con sombreritos cónicos, chalecos negros y cara de susurrar a los caballos; ellas, con pañuelo a la cabeza, faldas de colores por encima de las rodillas, brazos en jarras y piernas de altera. Uno no puede evitar entonces esbozar una sonrisa, hasta que descubre que son de una amabilidad casi obsequiosa.

Algo no encaja en el paisaje y ese 'algo' no tarda en hacerse evidente. El 60% de la población, relata un joven que acaba de regresar de España, ha emigrado a este país. O a Alemania. O a Italia. Sólo quedan los mayores y los niños. Y las mujeres, que a la mañana siguiente se colgarán un capazo a la espalda y peinarán, guadaña en maño, la montaña entera. Giulesti, Vadu Izei, Sighetu... Cuando la carretera llega a Sapanta, la sorpresa lleva por nombre 'Cimituruli veles', el cementerio feliz, obra del artista local Stan Jon Patras. El interés radica en las 800 tumbas, coronadas cada una por cruces finamente labradas y pintadas de un azul único, cada una centrada en un aspecto clave de la vida del difunto: su profesión, cómo murió, si lo asesinaron... Es uno de los reclamos turísticos de la región, apenas a cinco kilómetros de la frontera con Ucrania.

Sopa de miel y sarmale

La región es famosa por sus 'biserica de lemn', las iglesias de madera cubiertas de frescos, algunas de las cuales se remontan a la Edad Media, patrimonio casi todas de la Unesco. El coche circula a la orilla del río y va dejando atrás pueblos donde se alinean montones de heno, se suceden las ferias agrícolas y las aldeanas hilan la lana como si fueran la versión eslava de Gandhi. Tras un recodo se levanta Barsana, un monasterio de los años 90 que crece a un ritmo galopante, salpicado de macizos de flores, senderos cuidados con mimo y un museo de iconos.

La iglesia más espectacular, sin embargo, está en Ieud. Es del siglo XV, la más antigua de Maramures, rodeada de un cementerio de cuento invadido por el bosque y donde las devotas del lugar barren la alfombra de hojas que lo cubre todo. En su interior trabajan alumnos de la Universidad de Bucarest, que se afanan en rescatar los frescos arrasados por el paso del tiempo. Es mediodía y de las ventanas de las casas sale un aroma delicioso a ciorbá de miel si vitel, una sopa de miel y carne; a sarmale, rollitos de col con carne; y a mamaliga, una torta hecha de maíz que se acostumbra a cocinar con queso. Si el menú se acompaña de un licor con arándanos el resultado es, sencillamente, espectacular.

A monasterio por batalla

Al otro lado del paso de Prislop se extiende, por fin Bucovina, la parte de Moldavia que no cayó en manos de la Unión Soviética, y que se conoce como Besarabia y ahora forma uno de los países más pobres del continente. La región está recibiendo una auténtica lluvia de millones por parte de la UE, lo que se traduce en mejores carreteras y en programas para recuperar un patrimonio cultural en el que también ha reparado la Unesco. El mejor exponente de esto es la ruta de monasterios que arranca a las afueras de Campulung y que incluye paradas irrenunciables. La más famosa, es Voronet, conocida como 'la Capilla Sixtina de Oriente'. Allí se despliegan el Juicio Final y el Árbol de Isaías como viñetas de un cómic y que los turistas fotografían a escondidas mientras los vigilantes se dedican sin mucho éxito a la tarea de darles caza.

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