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PAULA ROSAS
Viernes, 17 de julio 2009, 03:21
El féretro es diminuto. Envuelto en una funda, el pequeño ataúd blanco de Rayan parece apenas una bolsa de deporte, una maleta. Cuando el avión CASSA de la fuerza aérea marroquí apaga sus motores en el aeropuerto de Tetuán, un silencio sobrecogedor invade la pista. Sólo se oyen los sollozos de algunos familiares del niño, al que conocen por primera y última vez.
Rayan fue enterrado ayer en Mdiq junto a su madre, Dalila Mimuni, la primera víctima mortal de gripe A en España. El niño, prematuro y con tan sólo dos semanas de edad, fallecía el lunes víctima de un error médico en el hospital Gregorio Marañón.
Rayan llega acompañado de su padre, Mohamed el Uriachi, y de su abuela materna, Aziza Ismaili. En el aeropuerto, una veintena de familiares espera desde primera hora de la mañana la llegada del avión fletado por el rey de Marruecos para repatriar el cadáver del bebé.
«Lo que le ha sucedido a este niño no se puede permitir», se lamenta Chama Dadachi, tía de Mohamed. «Morir de una enfermedad es comprensible, pero no así. A Mohamed le han quitado las ganas de vivir».
El ataúd es trasladado en una pequeña ambulancia hasta el centro de Mdiq, el turístico pueblo donde nacieron los padres del niño, y depositado en la mezquita. De lejos, Sora y Sahra, dos vecinas del barrio de la familia, observan con sus carritos de la compra y el monedero en la mano. «Qué tristeza. Una chica tan joven y ahora su bebé», dice Sahra mientras se coge el brazo de su amiga.
El pueblo entero sabe de la desgracia que se ha cernido sobre la casa de las familias Mimuni y el Uriachi. En Mdiq todo el mundo se conoce, así que la fila de amigos, parientes y vecinos que se acercan a dar el pésame es larga. Muchos esperan en el sombreado patio de la casa, donde una frondosa parra y varias plataneras han dado ya sus frutos.
En el salón de la vivienda, cuadros con versos del Corán bordados con hilo dorado cuelgan de las paredes junto a imágenes de la Meca y del edificio sagrado de la Kaaba. El joven padre de Rayan, cabizbajo, apenas acierta a articular palabra, llevado y traído por una nube de tíos, primos y hermanos.
Cortejo fúnebre
A la casa de los progenitores de Mohamed también acude el alcalde de Mdiq, Mohamed el Yacubi, junto a varios funcionarios. Llegan vestidos con la tradicional chilaba blanca, babuchas color azafrán y el tarbush rojo, en señal de respeto. Leen en voz alta la carta de condolencias que ha enviado el rey Mohamed VI a la familia, que agradece el gesto.
A Amina Mimuni, que regenta la teleboutique Omnid, muy cerca de la casa de Mohamed, se le humedecen los ojos cuando recuerda a Dalila. «La conocía desde pequeñita, una niña encantadora».
A las dos de la tarde, a Rayán ya lo llevan a enterrar. El cortejo fúnebre sale de la mezquita donde se ha ofrecido una oración al pequeño, y enfila la cuesta del cementerio. Unos doscientos hombres acompañan al niño, cuyo ataúd es transportado en brazos por su padre y otros familiares. El féretro se pierde entre la multitud. «Que Dios lo acoja en el Paraíso. Alá es grande y Mahoma su profeta», repite la comitiva durante el escaso kilómetro que separa el templo del camposanto.
Sudor y lágrimas
La tradición dicta que sólo los hombres acudan a los funerales, tanto a la mezquita como al cementerio. Las mujeres, que únicamente visitarán la tumba cuando hayan pasado tres días del entierro, se han quedado en casa. Sin embargo, varias vecinas, al paso del cortejo fúnebre, ululan desde los balcones. Del cielo cae plomo derretido.
El hoyo estaba listo desde la tarde anterior. Junto al pequeño agujero, se alza la sepultura de Dalila Mimuni, a la que aún no han construido una tumba. Según la costumbre marroquí, hasta que no pasan cuarenta días del entierro no se pone lápida, y el sepulcro sólo queda marcado por una estaca y un montón de ramas, que simbolizan el color verde del Islam. Mohamed entierra a su hijo junto a su esposa, y las gotas de sudor se mezclan con las lágrimas. Ayudado por varios parientes, crean un pequeño montículo a base de paletadas, y lo riegan con agua que han traído en varias garrafas. «Es la tradición», explica Mustafá Araon, un anciano de Mdiq. El religioso responsable del cementerio dirige la oración conocida como 'tabataka', en agradecimiento a Dios, y los asistentes terminan cada versículo con un «amén».
Movilización
«Jamás había visto una cosa así», asegura Muad, vecino de la familia de Dalila Mimuni, al ver a la nube de fotógrafos, cámaras y periodistas que ayer invadió la tranquila localidad de Mdiq. «La única vez que en este pueblo habíamos visto periodistas es cuando vino el rey a inaugurar la escuela naútica», señala el joven, atónito por la atención mediática.
La familia de la primera víctima de gripe A en España y la de su viudo atendía resignada a las preguntas de los reporteros, que recorrían una y otra vez el camino entre sus casas, la mezquita y el cementerio como en una peregrinación. «Ya estamos acostumbrados, ha sido así desde que murió Dalila», explica Rachida Dadachi, tía de Mohamed, que se ha desplazado hasta Marruecos para el entierro. «Nos han seguido a todas partes, al hospital, a la mezquita, a casa. No es agradable, pero al menos sabemos que se está hablando de la grave injusticia cometida con el niño», opina.
En el aeropuerto de Tetuán pocos conocen a qué se deben tantas cámaras. «¿Todo esto es por un bebé?», pregunta sorprendido un funcionario. Prácticamente toda la prensa marroquí se ha hecho eco del fallecimiento del pequeño Rayán, pero la atención que ha recibido el tema ha sido muy moderada en comparación con la que se ha dado en España.
Amalia Maymi, que ha vuelto de vacaciones a su pueblo natal desde Bruselas, donde ahora vive con su familia, considera que el entierro del bebé se ha convertido en un circo. «La labor de la prensa es muy importante. Pero esto es demasiado», dice meneando la cabeza mientras observa cómo un torbellino de objetivos, micrófonos y libretas rodean a la madre de Dalila.
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