Por el Alto Iregua

H asta dieciocho pueblos de piedra vieja y estampa montañesa esconden los pliegues del valle que riega el Iregua en su descenso hacia Logroño, en la gastada sierra de Cameros Nuevo. De hondas raíces trashumantes -tal como se ve en el Centro de Interpretación de Lumbreras-, en cada curva de sus caminos se descubre, aún hoy, un mundo aparte: piedras, bosques, viejas tradiciones y un pasado noble para saborear con tiempo.

El Iregua, que vertebra una de las comarcas más características de La Rioja, la de las Trece Villas, como buen río de montaña nace en lo alto, en uno de los hoyos de las altas cumbres de la Sierra de Cebollera, la cadena montañosa que enlaza los Picos de Urbión y el Puerto de Piqueras. Rodeado del único rodal de pino negro que existe en La Rioja -los bosques más próximos de esta especie se sitúan en los Pirineos-, comienza así un largo descenso en el que abundan lo pequeños pueblos de piedra vieja y escudo nobiliario en las fachadas. La mayoría de ellos asentados en su orilla izquierda, más soleada y abierta, pero con entrañables pueblecitos en su orilla derecha, más intrincada y difícil.

Para recorrer el valle del Alto Iregua lo mejor es seguirlo desde su nacimiento, saboreando sus mil ofrecimientos a la parada tranquila. Sus nacederos, en las faldas septentrionales de la Sierra Cebollera, fueron declarados Parque Natural en 1995. Muy cerca de la ermita de Lomos de Orios se encuentra el paraje conocido como Hoyos del Iregua, pequeñas lagunas consideradas las auténticas fuentes del río, en medio del bosque de pinos autóctonos de Montes Madres.

Ya algo más abajo es Villoslada el primer pueblo que ve pasar las aguas del Iregua en su viaje hacia el Ebro. Su estampa desde el puente medieval es inolvidable. También la visita al Centro de Interpretación del Parque Natural Sierra de Cebollera. Un recorrido por sus calles, estrechas y sinuosas, trazadas sabiamente siguiendo las curvas de nivel de la ladera, acaban conduciendo, de forma inevitable, hasta su iglesia de Santa María del Sagrario. Hay que salir hasta la carretera nacional y volver a desviarse en Villanueva para llegar a Ortigosa de Cameros. Pero antes conviene hacer alto en dos lugares: en Villanueva, centro de servicios para toda la comarca, en el que destaca su ermita de la Virgen de los Nogales, y en Peñaloscintos, pueblecito silencioso con bellas vistas sobre el embalse, auténtico revulsivo turístico de la comarca.

Ortigosa aparece tendido, como puesto en pie a uno y otro lado del vallejo, saludando atentamente, educado y cortés, a quien quiera que se acerque a visitarle. De caserío noble y bien plantado, destacan sus dos iglesias, con sus dos barrios, sus puentes airosos salvando el profundo barranco, su misteriosa 'Casa Grande' -caserón inacabado del siglo XVI- y sus cuevas, lugares en los que habitó el hombre primitivo y que pueden visitarse los fines de semana y durante el verano.

A medida que los pliegues de la sierra van suavizándose casi imperceptiblemente, van dejando sitio a pueblos como El Rasillo o Montemediano, a la sombra de un destartalado castillo que fue de los Señores de Cameros hasta el siglo XV. Sobre un alto de vistas privilegiadas aparece, valle abajo, otro pueblo de deslumbrante silueta: Nieva, amparado también por un maltrecho castillo -Cueva de los Moros, le llaman- es pueblo de tonalidades blanquecinas y casas de mampostería, entramados de madera y de ladrillo. La localidad de Torrecilla en Cameros aguarda algo apartada de la carretera nacional. Pero no por eso deja de ser la cabeza de comarca y el núcleo más poblado del valle. Si su caserío está formado por tres barrios -Campillo, El Barrio y Barruelo-, dos puentes y el río que lo atraviesa, sus calles están plagadas de palacetes y escudos señoriales.