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«El automóvil se hunde a cada paso y tenemos que colocar tablas delante de las ruedas y quitar la arena con las palas», recuerda Santander.
VALLADOLID

Los trotamundos de Pucela

Hace 76 años, cuatro vallisoletanos, encabezados por Federico Santander, ex director de El Norte, iniciaron el reto insólito de dar la vuelta al globo al volante de un Ford

VÍCTOR M. VELA

Domingo, 26 de octubre 2008, 02:21

Víctor y Marcelo han heredado de su padre una frondosa mata de pelo -«siempre tuvo mucho», rememoran- y una golosísima y rica colección de recuerdos: carpetas con fotografías, menús de exóticos restaurantes, recortes de prensa filipina y estadounidense, un plano con los autobuses urbanos de Chicago años 30 y postales de la India, Turquía y Japón. Un tesoro en el altillo del armario que extienden sobre una mesa redonda para revivir la vuelta al mundo que dio su padre, Marcelo San José, hace 76 años, con Valladolid como punto de partida.

Fue una mañana de domingo, fría y lluviosa, de 1932. El 23 de octubre. Lo del cielo encapotado no es literatura recurrente, sino un hecho cierto, comprobado. Lo contaba EL NORTE DE CASTILLA del día 25 (los lunes no había periódico). «El domingo, de mañana, salió para su gran viaje en torno al mundo nuestro querido amigo y antiguo director Federico Santander», explicaba el diario, con una fotografía de los expedicionarios delante de su coche, un Ford V8 Tudor Sedán negro fabricado en Barcelona, con matrícula M-43280 y una pegatina blanca, ovalada, con la E mayúscula en la retaguardia. En la baca, las maletas y una lona para proteger el equipaje de la lluvia. Es el vehículo para acometer la valerosa y arriesgada empresa, dar la vuelta al mundo en automóvil, conocer nuevas culturas, recoger impresiones y extender la cultura española. Hasta hoy llegan los ecos de las palabras de Santander, promotor de la empresa: «Mi viaje no responde a una finalidad puramente deportiva ni tiene que ver con el propósito de realizar una empresa arriesgada o batir un récord. Daré conferencias procurando llevar al extranjero el grato recuerdo de España. Ni finalidad política ni relación alguna con los acontecimientos actuales». Se definía como «católico y monárquico. Pero desde que crucé la frontera de Hendaya no soy ni quiero ser más que español», explicaba en Filipinas, durante una multitudinaria conferencia que repetiría en muchas ciudades y, a su regreso, también en España. «Llenaba teatros. Hablaba durante cuatro horas y el público no se aburría. Era tanto lo que habían visto y tanto lo que podían contar...», explican los hijos de San José.

San José, San José. ¿Quién es Marcelo San José? Ahí está, en todas las fotos de la comitiva, con sombrero, chaleco y corbata, cuando no pajarita. La moda de la época. Santander no viajó sólo, sino que se hizo acompañar por el médico Artemio Mazariegos, por Enrique Power, encargado de la intendencia y la parte administrativa, y por él, Marcelo San José, mecánico amigo del ex director de EL NORTE y a quien éste confió la responsabilidad de llevar el volante del Ford. Marcelo era vecino de Delicias -su casa estaba en la calle Trabajo- y cuando Santander le contó su idea de dar la vuelta al mundo, no dudó un segundo en apuntarse. En Valladolid dejó durante nueve meses a la mujer y a los dos hijos que ya tenía -Marcelo (dos años) y Pilar, que no llegaba a su primer año de vida- y que se mudaron, mientras duró el viaje, a la casa que Federico Santander tenía en Miguel Íscar. «Todavía recuerdo a la portera y a su hijo cura», asegura Marcelo hijo, que cumplirá en septiembre 78 años, y vuelve hoy a recordar, con fotos en las manos, el viaje en el que participó su padre.

Por el viejo continente

Admiraron en sus primeras horas de trayecto «las agujas góticas de Burgos, las tierras de Vasconia, con sus caseríos y maizales. Luego San Sebastián y después la frontera». «Las aduanas, los aduaneros y los mosquitos» fueron algunos de los «grandes motivos de molestias y contratiempos a lo largo del viaje», según explicaría Santander. Aunque en esa vieja Europa no hubo especiales complicaciones. Viaje plácido y civilizado. Suben hasta París para luego regresar al sur hacia Italia, por la Costa Azul. Llegan a Génova el 1 de noviembre, el Día de Todos los Santos, y allí encuentran «mármoles primorosamente trabajados en panteones de mal gusto que son una profanación de arte y de cultura». Después Milán, Venecia, Trieste. Por allí pasan el 23 de noviembre de 1932, según el programa de mano de un concierto al que asistieron esa tarde. A las 16.30 horas había recital de música 'fox trot' y 'one step'. Y a continuación, doble sesión de cine, con 'The Storm' y 'Notte di bufera', protagonizadas por Lupe Vélez.

Los siguientes recuerdos son de Yugoslavia: «Un barrizal en el que pululan torpísimos patos que en grandes bandadas» obstruyen su marcha y, según los expedicionarios, les ocasiona un accidente entre Luithlaris y Bagrev. «Por un falso viaje, el automóvil se coloca al borde de un precipicio. Un árbol desgajado estorba afortunadamente la caída», recuerdan.

La etapa siguiente les lleva a Belgrado, una ciudad «hecha deprisa». Por la noche, la comitiva pasa la frontera serbio-búlgara con escolta, protegida por «soldados con bayonetas que ocupan el camino para prevenir los asaltos y las tropelías de los 'mitadjis' que en la semana anterior habían matado a varios hombres». Sofía, Turquía, adiós Europa. Dejan atrás el viejo continente para internarse por Asia, territorio que comienza «cuando se ve una ventana sin cristales (pero con celosía) y un cartel en inglés que dice: 'Sólo para europeos'». Los encuentran en Damasco, en Jerusalén. Y es allí, en Tierra Santa, donde vuelven a surgir las dificultades.

Un «amigo de buena fe» les facilita una ruta equivocada -en principio era la vía más conveniente hacia la India- pero se encuentran con que, a mitad de camino, no hay sendero, sino «una pista casi imperceptible, llena de piedras que desgarran el coche». Atrapados, permanecen aislados dos días y dos noches en mitad del desierto, donde «no se oye ni el rumor de una sola hoja». Intentan salir, pero el automóvil se hunde a cada paso y, exhausto del esfuerzo, termina por averiarse. Como demostración de lo que ocurrió allí, hace 76 años, Víctor, el hijo del mecánico, muestra la pieza que tuvieron que cambiar y que todavía conserva, junto a una fotografía del vehículo hundido en la arena. ¿Y cómo salen de aquella? «Una caravana acierta a pasar por el lugar y nos recoge generosamente». «Hicimos una penosísima marcha de ocho horas en un camión de mercancías, como si fuéramos unos fardos». La avería del coche les obliga a permanecer once días en un refugio en Rutba Resthouse, un lugar para el aterrizaje de aviones en medio del desierto de Irak.

El camino sigue hasta la India, donde sus ojos quedan «maravillados con la magnificencia de los palacios y la multitud de bancos, como en la 'gran city'». Enero de 1933. «En las calles se adivina un marcado contraste entre el lujo deslumbrado de los palacios de los rajás y la miseria de los indios, que duermen desnudos y se tumban al sol». Allí sufren un nuevo percance, otro más. Ocurre entre las ciudades de Bangaluru y Mysuru. Han dejado el Ford en un taller para su limpieza y alquilan un carro para conocer el entorno. En ese viaje de dos horas, entre lo escabroso del terreno y la poca pericia del conductor, sufren un serio accidente. El carro vuelca, da tres vueltas de campana, y queda destrozado. Los vallisoletanos se salvan porque llevan puesto el casco colonial. «Siempre recordaré la angustia de aquellos momentos -recuerda Santander-. Instintivamente me preguntaba quién de los cuatro iba a morir, pues estaba seguro de que por lo menos uno de nosotros no podría vivir». No es así, claro, pero Power resulta seriamente herido en una mano -cortes con el cristal parabrisas- por lo que tiene que ser ingresado en el hospital jesuita de St. Xavier's College. Allí lo cuidan y tres semanas después le dan el alta, aunque continúa el viaje con la mano vendada (así llega, por lo menos, hasta Cuba, según confirmaría semanas después un periódico de La Habana).

El extremo oriente

Las postales que compran por el camino permiten reconstruir vagamente el periplo por el sureste asiático. Birmania (deben bordear los ríos ante la ausencia de puentes), Singapur, Hong Kong. Y Tokio. Allí se hospedan en The Tokyo Hotel, que cobra tres yenes por la habitación simple (si era con baño, subía hasta cinco yenes).

Manila, en Filipinas, es una de sus principales paradas. Puesto que la mayor parte de la población habla español, están más tiempo de lo habitual. El periódico La Vanguardia, en su ejemplar del sábado 18 de febrero de 1933, anuncia su llegada. Desde aquél lugar, en la otra punta del mundo, Marcelo San José escribe una carta que todavía conservan sus hijos. El destinatario era el Centro Internacional de Enseñanza, en Madrid. La misiva está fechada el 27 de febrero y en ella San José reconoce que le han sido «muy útiles las enseñanzas de dicho centro en el curso de jefe técnico mecánico, que me han permitido mantener el coche en el estado necesario. Indudablemente, me han sido provechosos los estudios de inglés, hechos también en ese acreditado centro». Días después, el 8 de marzo, Santander pronuncia una concurridísima conferencia en el Gran Opera House. A las 21.00 horas. Lo que dice -reproducido en los periódicos del día siguiente- es la base para reconstruir lo ocurrido en el viaje hasta entonces. Cuando Santander termina, el pianista Julio Esteban Anguita ofrece un recital con obras de Albéniz, Granados y Falla.

A finales de marzo embarcan en el President Hoover, que cubre la ruta Manila-San Francisco. Los San José conservan los menús del restaurante de a bordo: frutas de California, consomé, ensalada de patatas, costillas y pastel de manzana. Su peregrinaje por EE. UU. les lleva a Los Ángeles (participan de extras en una película y visitan a la actriz Catalina Bárcenas en su casa de Hollywood), los parques naturales de Bryce Canyon, Grand Canyon, y Zion Canyon y Chicago. Duermen en el YMCA Hotel y se acercan hasta Dearborn, a la fábrica de vehículos Ford, donde conocen al mismísimo Henry Ford. Éste no duda en recibir a los viajeros, aunque no quiere ni oír hablar del coche. «A ningún texano le invitan a ver su ganado», dicen que aseguró.

Adiós a la Ley Seca

Llegan a Nueva York en un momento histórico. La ciudad de los rascacielos los recibe con brindis en las esquinas y botellas de alcohol en los escaparates, después de haber dicho adiós a 15 años de ley seca. Lo proclama el diario 'La prensa', rotativo en español que se publica en la ciudad de los rascacielos «con circulación certificada por el ABC» y que habla de los expedicionarios como los «héroes españoles de la vuelta al mundo en Ford». Es el 24 de mayo de 1933. Allí están los viajeros vallisoletanos, disfrutando de la noche neoyorkina, cuando se convierten en testigos de un tiroteo. ¡Un tiroteo! «Entraron unos hombres con las metralletas y dispararon contra el mostrador y todas las botellas de alcohol», recuerdan los descendientes de San José. «No porque estuviera prohibido, ya no, sino porque el hostelero no había pagado al proveedor y éste había mandado a unos amigos a cobrarse la deuda», añaden.

La ruta estadounidense baja hasta Florida, visitan la playa de Daytona, y embarcan hacia Cuba, donde «los trotamundos españoles» llegan la noche del 16 de junio de 1933 «por la vía del Key West a bordo del vapor de correo americano 'Florida'». Su intención es viajar por Sudamérica, pero finalmente no pueden explorar esos países (Puerto Rico, Islas Antillanas, México, la América Central y del Sur), y tienen que regresar a España. En Cuba coinciden con los aviadores españoles del Cuatro Vientos, Barberán y Collarque, que han cubierto el vuelo directo entre Sevilla y La Habana (casi 40 horas) con 5.400 litros de gasolina en el depósito, según el diario La Marina.

En julio de 1833 vuelven a España, a bordo del buque Cristóbal Colón. Primero Vigo, luego Santander. Más tarde Bilbao. Y de ahí, de nuevo en carretera, regresan -286 días después- a Valladolid, la ciudad que los vio partir el 23 de octubre de 1932.

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