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Antonio Ferrera da un pase con la muleta. / ABEL ALONSO-EFE
VIDA Y OCIO

Desigual corrida de Victorino en Logroño en la que no destacó ninguno de los diestros

BARQUERITO

Sábado, 27 de septiembre 2008, 03:22

El lote de Pepín Liria fue perverso capicúa: salió de bravo el primero de corrida y murió de manso el cuarto. No fue capicúa de fortuna. Sólo en el segundo remate en tablas, el toro que abrió, descarado y veleto, muy apaisado, se tronchó por la cepa un cuerno.

Ni un lance le pegaron. Sacaron un sobrero de María Gascón. Una hermosura. No abundan sobreros de tanta plaza. Frío de partida, escupido en el caballo, luego codicioso. En tarde de despedida, Pepín Liria se salió por la tangente.

Con el pie cambiado arrancó la corrida de Victorino. Y no remontó. Se movieron ágiles los otros cinco toros. Los cinco tuvieron cara, seriedad y carácter, listeza, inteligencia y presencia. Pero no apareció ese victorino que donde, cuando y como sea sale siempre a escena. Ese toro clásico que es el roto y el descosido. Pues ese toro no vino esta vez. Y si vino, sería el primero de los seis, el que se rompió un cuerno al tomar la curva del burladero de capotes.

Antonio Ferrera, hábil, arrancado, decidido y valeroso como siempre, vino a zambullirse en las procelosas aguas del segundo, lo banderilleó con recursos, corazón y acierto, sin apoyos ni perder tiempo tampoco, y lo muleteó con soltura y genio, adelantándose a los acontecimientos, ganándole por pies al toro cada baza. Cuando Ferrera lo forzó por abajo, el toro se quejó y lo desarmó en un derrote. Tanto no quería. Muy con el torero la gente. Pero Ferrera no anda fino con al espada. Tampoco esta vez: dos pinchazos sin pasar, una estocada atravesada.

A Urdiales no le convinieron las frenadas del tercero, que se movía a paso de rata. Pepín cortó por lo sano con el cuarto. Ni la menor coba. Se enfadó la gente.

Lo mejor fue lo del quinto toro. Lo hizo Ferrera, que lo dio todo. Ferrera puso a la plebe en pie y a tope con tres pares de banderillas audaces y certeros. Dos, al cambio o quiebro. Y siguió luego. Con una faena de gran vibración por la mano izquierda. Con el clamor disparado, se repitió la historia: un pinchazo, media tendida, otro pinchazo, otro... Un estropicio.

A Urdiales le esperaba de sexto de corrida un serio y bello toro que llevaba el mismo nombre del victorino que hace un año fue indultado en esta misma plaza y casi a la misma hora. Molinito. Y con Urdiales al aparato. No pudo ser esta vez. El toro, de buen fondo, se quedó crudo de varas y, aunque tuvo calidad, fue gazapón.

No resolvió ese problema el torero de Arnedo. Sin asiento el trabajo, todo fue un querer. Hasta la gente quería y empujaba. Se acabaron haciendo regates las dos partes. Ganó a los puntos el toro.

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