ARTÍCULOS

En fascículos

EDUARDO ROLDÁN

Miércoles, 17 de septiembre 2008, 02:42

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D e los muchos regresos que tiene este mes de personalidad ambigua -ni descanso sin reloj ni aún trabajo a pleno rendimiento, ni calor estival ni frío glacial- el posiblemente más absurdo sea el regreso de los fascículos. Nudos marineros, conchas del mundo, rosarios, princesas de porcelana (lo que parece un pleonasmo: ¿no lo son todas?), buques mercantes de ayer y hoy. las materias más insólitas se hacen sitio en los cristales de quioscos y papelerías como celebridades venidas a menos luchando a codazos y sin que se note por salir en la foto; e igual que estas celebridades oxidadas venderían sus intimidades por mucho menos de lo que pedirían si aún se hallasen en la pomada del colorín, por el primer fascículo se pide un precio tres o cuatro veces menor del que tendrá en su tirada habitual.

De entrada esto puede parecer una ingenuidad comercial de las editoriales, pero su quiosquero de confianza (siempre hay que tener un quiosquero de confianza, como un champú o una marca de tabaco) les confirmará que nada de eso. Muchos compradores maniáticos se dan por satisfechos con el cebo del primer fascículo; no les importa si se trata de coleccionar la historia de los uniformes del Barca siendo en su familia del Real Madrid de toda la vida o si de construir por piezas un Boeing 747 cuando su aviofobia les ha costado ya en psiquiatras el sueldo de dos años: el objetivo es el uno, y con el uno basta. Estas supuestas colecciones que nacen y mueren en el primer número van justamente contra la misma naturaleza de coleccionar, salvo que el propósito de tales obsesos sea atesorar tantos fascículos primerizos como puedan, y al cabo terminen soltando 50.000 euros del ala, como por el cuadro blanco en la obra de Yasmina Reza, por el primer número de 'Sombreros chinos de la dinastía Ming'. Pero acaso estos compradores maniáticos no sean sino la personificación más radical de las colecciones por fascículos. ¿Tan ingenuos son los editores que creen que a alguien se le va a despertar de golpe tal pasión por los nudos marineros como para estarse 52 semanas o más pagando religiosamente todos los domingos por un cordel y una guía de pasos? Parecería que es el principio de que la oferta crea la demanda llevado a su extremo más ridículo. Nada de eso. Los editores podrán ser cualquier cosa menos ingenuos, y de hecho el paripé de los fascículos supone anualmente para el sector 3.200 millones de euros. Todo indica pues que estas colecciones se conciben para dejarlas a la mitad. Uno empieza a construir el Titanic con palillos y termina quedándose sin timón, sin popa o sin ahogados. Por otro lado, si calculamos lo que hipotéticamente habríamos de desembolsar caso de que la colección terminase, el roto en el bolsillo sería mucho más negro que si hubiéramos comprado a tocateja el Titanic, pero no de palillos sino de oro puro. Al final los coleccionistas de unos van a ser los únicos lúcidos.

Una colección es un acto de amor a una idea -el ajedrez, el cine, el jazz-, y dura mientras duremos nosotros: es movimiento perpetuo o no es. En septiembre nos venden en fascículos el negativo de una noble idea por más dinero del que pagaríamos en un arrebato borracho y lo aceptamos tan contentos.

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