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LUIS ALFONSO GÁMEZ
Lunes, 11 de febrero 2008, 02:31
Hubo un tiempo en el que el hombre creía que vivía en un mundo joven y que había sido puesto en él por Dios. A mediados del siglo XVII, el clérigo anglicano James Usher, primado de Irlanda, calculó a partir de la Biblia que la Creación había acontecido el domingo 23 de octubre de 4004 a.C. Su cronología, incluida en 'Annales Veteris Testamenti, a prima mundi origine deducti' (1650), fechaba el Diluvio en 2348 a.C. y la llamada de Dios a Abraham en 1921 a.C., entre otros 'hechos'. El Antiguo Testamento era un libro de Historia. Hasta que en 1859 se publicó 'El origen de las especies'.
«Darwin completa la revolución copernicana, que había dejado fuera el origen de los seres vivos. Copérnico, Galileo y Newton habían explicado los fenómenos naturales como resultado de procesos naturales. Darwin hace lo mismo respecto a los seres vivos. Todo se puede explicar por la selección natural», dice Francisco J. Ayala, biólogo de la Universidad de California. El científico español, autor de 'Darwin y el diseño inteligente. Creacionismo, cristianismo y evolución' (Alianza, 2007), es desde hace décadas uno de los firmes opositores de los herederos del arzobispo Ussher en EE. UU., país donde la mitad de la población rechaza la evolución.
Mutación por sentencia
Los creacionistas estadounidenses, creyentes en la literalidad bíblica, intentaron a partir de los años 20 del siglo pasado impedir la enseñanza de la teoría de Darwin en las escuelas. Consiguieron que en varios Estados se promulgaran leyes prohibicionistas, que el Tribunal Supremo declaró contrarias a la Constitución en 1968. En la década de los años 80, cambiaron de estrategia y volvieron a la carga exigiendo que el creacionismo se enseñara como una alternativa científica a la evolución. Sacaron adelante leyes en esa línea en Arkansas y Luisiana, pero fueron declaradas inconstitucionales por el Supremo al considerar el 'creacionismo científico' -como lo habían rebautizado- una forma de religión, cuando en la escuela pública de ese país no tiene cabida ningún credo. Este revés les obligó a cambiar de estrategia a principios de los 90.
Aunque sigue habiendo literalistas bíblicos, el moderno antidarwinismo ni esgrime el Antiguo testamento ni gusta de hablar de Dios como creador. «La diversidad y la complejidad de la vida no pueden seguir atribuyéndose en el siglo XXI al azar y al paso del tiempo», sostiene el oftalmólogo leonés Antonio Martínez, representante en España de la asociación Médicos y Cirujanos por la Integridad Científica (PSSI). Martínez y sus colegas de la PSSI se definen como «antidarwinistas radicales». Sostienen que la complejidad de la vida sólo puede explicarse por la mano de un diseñador. Cuando se les pregunta quién es, eluden mentar a Dios y hasta hablan de que se trate de visitantes extraterrestres. «El 'diseño inteligente' es creacionismo. No llaman Dios al diseñador para no tener más problemas en los tribunales», asegura Ayala. «Tratan de no ser vistos como religiosos», coincide Eustoquio Molina, paleontólogo.
Variante peligrosa
Molina considera la nueva variante del antidarwinismo más peligrosa. «Los literalistas bíblicos, que todavía existen, son muy burdos, muy simplistas». Eudald Carbonell, codirector de las excavaciones de Atapuerca, recuerda en este sentido que, cuando era niño, «todo el mundo creía en Adán y Eva, y ahora no creen ni los teólogos». El 'diseño inteligente' ni siquiera es algo nuevo, advierte Molina. «Han desempolvado un antiguo argumento religioso. El reverendo inglés William Paley escribió en 'Natural theology' (1802) que, al igual que detrás de un reloj hay un diseñador, tenía que haberlo para los seres vivos».
David Hume había desmontado años antes esa idea diciendo que no había pruebas de ella ni posibilidad de verificarla. Lo mismo que pasa con el 'diseño inteligente' moderno, a juicio de los biólogos. «El problema -apunta Ayala- es que atrae a mucha gente que cree que es bueno que la ciencia pruebe la existencia de Dios, cuando la verdad es que, dentro de la ciencia, Dios ni entra ni sale». Soler cree que la propia naturaleza del creacionismo -ligado históricamente a grupos protestantes- no le augura un buen futuro en una España donde los católicos aceptan la evolución como la manera de Dios de llevar a cabo su plan.
Los promotores del 'diseño inteligente' nunca han presentado pruebas de lo que afirman en una revista científica. «Es que hay una conspiración contra la libertad de pensamiento», argumenta Martínez. «El 'diseño inteligente' es la misma patraña de siempre. No es ciencia y por eso no existe un debate científico», dice Carbonell.
Creador chapucero
¿Pero está la vida tan bien diseñada como sostienen los creacionistas? «No. De haber sido diseñada, sería por un chapucero. Nuestra mandíbula, por ejemplo, es muy pequeña y no deja sitio para la muela del juicio; ¿por qué el canal del parto es tan pequeño en nuestra especie, lo que ha provocado infinidad de muertes? Que nuestro sistema respiratorio y digestivo se crucen es un fallo de diseño ha costado la vida a mucha gente. Cualquier ingeniero lo habría hecho mejor», responde Manuel Soler, presidente de la Sociedad Española de Biología Evolutiva.
«Quien dice que Dios es el diseñador de todo está blasfemando», ironiza Ayala. Y recuerda que el 20% de los embarazos acaba en aborto espontáneo en los dos primeros meses. La respuesta a todos esos fallos de diseño está en Darwin. «La evolución usa lo que tiene a mano; no parte de cero», señala el paleontólogo de la Universidad de Zaragoza. Diferentes en apariencia, las extremidades anteriores del hombre, el perro, la ballena y el gorrión son estructuralmente idénticas. Ninguna es perfecta, todas son heredadas del primer ser vivo que caminó sobre la tierra. «La evolución consiste en la transformación gradual de unos organismos ya existentes en otros», explica Ayala.
Martínez no admite la relación evolutiva. «No creo que el hombre sea pariente del chimpancé. No conozco ningún mecanismo para que surja una especie de otra».
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