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Malgorzata, con su quimono.
El poder del querer

El poder del querer

Malgorzata Baczewska, segundos violines de la Sinfónica de Castilla y León

Victoria M. Niño

Jueves, 10 de julio 2014, 20:48

El destino repartió sus cartas y aunque la primera de las dos hermanas en elegir era la violista, en realidad la baza sería de la violinista. La Sinfónica de Castilla y León había convocado plaza para el pequeño de los instrumentos de cuerda y Malgorzata Margarita para sus conocidos españoles ganó la silla, dejando a su melliza en Katowice. Hace ocho temporadas que está por aquí y aún habla en un plural de dos cuando refiere episodios de su infancia.

La suya fue una niñez marcada por la música. Las dos mellizas y su hermana mayor habían nacido en una familia de madre pianista y padre cantante. «Cuando él venía a buscarnos a la escuela y se ponía a cantar en plena calle, nos moríamos de vergüenza. Ahora me resulta muy tierna aquella imagen», dice. También fueron con su madre a alguna clase de acompañamiento a cantantes. «Nos dejaba jugar en silencio bajo el piano. Años más tarde, cuando una de esas voces apareció en la cartelera de la Metropolitan Opera de Nueva York, el caso de Piotr Beczala, nos llenó de orgullo. Habíamos sido sus primeras minifans». En ese ambiente, las mellizas quisieron ser pianistas como la primogénita, pero la madre decidió que no cabían más pianos en casa así que les dio un violín y una viola. «Cuando eres pequeña te dan envidia los niños del parque, nosotros queríamos tocar en una orquesta pero cuando la profesora nos dijo que debíamos practicar media hora cada día, ya no nos pareció tan bonito». Aún así tenían el estímulo en casa, «nuestra madre tocaba con nosotras todos los días. Una vez encargó a mi padre que nos tomara la lección y se durmió. Entonces aprovechamos, dejamos los instrumentos y nos fuimos a jugar». A la gran travesura le siguieron años de estudio, «mis padres nos marcaron de forma valiosa y aunque hubo ciertos sacrificios, estoy muy contenta».

Aquella estudiante que terminó el Superior en Cracovia y que tenía plaza en la Orquesta de Cámara, descubrió que no estaba demasiado claro el futuro de la formación y que necesitaría un segundo empleo para vivir. Entonces surgió la oposición en la OSCyL. «No sabía ni una palabra de español. Al principio era solo para una temporada, así que seguí estudiando mucho. Casi no hablaba con nadie, cuando iba al banco soltaba lo que llevaba preparado pero si se me cruzaban los cables no podía decir nada. Luego cuando fue la plaza definitiva, empecé a salir y encontré novio. Ahí es donde di un acelerón con el idioma». Dejaba a atrás el repertorio barroco, Bach, Händel, Haydn, «que ahora solo hacemos con Ton Koopman por ejemplo», pero se abrió la puerta al sinfónico y a la noche, y a las tapas, y a «la alegría española, que en Sevilla es lo máximo» (ha visto Ocho apellidos vascos y ha entendido todo). Valladolid fue para Margarita el detonante de otra dimensión en su vida, más allá del esfuerzo, más cerca de la voluntad, «si te propones algo, lo consigues». Celebra que su anterior orquesta haya mejorado gracias al director titular y para la actual, también considera que es una figura deseable «pero no es una decisión para tomar a la ligera, solo por cubrir la plaza».

El poder del querer ha sido su constante. Aquí empezó su «momento», ya no vivía para trabajar sino que trabaja para vivir. Margarita sacó el carné de conducir y comenzó a hacer kilómetros hasta conocer mejor España que Polonia. Hace dos años a los kilómetros del placer se sumaron los de la desesperación. Cuando todo parecía encauzado, cuando añadió a la estabilidad económica, el amor, un nervio comenzó a pinzarla el brazo izquierdo. «Hace dos años que comenzaron las molestias. Acudí a varios médicos, a curanderos, a brujos, cualquier cosa antes que operarme. Al final tuve que pasar por el quirófano. Tenía mucho miedo, ¿qué pasaría si no quedaba bien?, ¿para qué servirían tantos años de preparación? Después de la operación, iba a los conciertos de mis compañeros con ojos llorosos». Tras cuatro meses y medio el médico le dijo que su rehabilitación consistiría en tocar y en ello está. «Aún no estoy al 100%, pero va todo bien». En las visitas buscando remedio extracolegiado, descubrió Fuengirola. «Allí me di cuenta de que quería envejecer en una casita por allí, con calor, sin niebla. A la niebla no logro acostumbrarme». El costurón del codo es el recuerdo de una pesadilla vencida.

Antes de la seguridad del sur peninsular, gusta de probar destinos más exóticos. «Íbamos a ir a Japón, cuando ocurrió lo de Fukushima». A otros destinos asiáticos ya transitados, sumará este verano Uzbekistán, una entrega de la ruta de la seda hacia el kimono deseado, un apetito abierto por Noah Gordon y El médico.

Se considera emigrante, «no dejo de aprender cosas de aquí, intento hacer lo posible por entenderme cada vez mejor con la gente, pero no olvido que soy de fuera. Me gusta que sabéis pasarlo bien, sois más fiesteros. En Polonia sales a tomar una pinta y estás toda la tarde sentado en el mismo sitio. La única frustración para mí aquí es mi nombre y apellidos, sé que no es fácil leerlo a la primera, así que en el médico digo que soy María para ayudar a la persona que llama. Veo a mis padres a menudo y lo único que echo de menos es estar juntas las tres hermanas. Hace tres años que no es posible». En cuanto a la gastronomía, Margarita ha suplido las carencias que encuentra metiéndose en la cocina. «He aprendido a hacerme mi pan, compré una panificadora, y mi queso fresco».

Se dice caótica y despistada, subraya un lado oscuro que no aparece en su angelical rostro. Cada vez que se interesa por ella la abuela de su novio pregunta: «¿cómo está la muñeca de porcelana?». Amante de la ópera, está saboreando ya que la OSCyL hará una Norma el próximo mes de marzo.

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