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Las llamas se avivan al fondo del contenedor, que aún mantiene una de las trampillas de ventilación abierta. Gabriel Villamil

Fuego real para los bomberos de Valladolid

Después de muchos años de reivindicación, al fin consiguen una instalación en la que poder practicar diferentes técnicas en simulaciones con incendios controlados

Antonio G. Encinas

Valladolid

Jueves, 21 de marzo 2019, 07:37

José Luis llevaba dos años en el cuerpo de Bomberos cuando se produjo el incendio de la 7-7. Aquel día aprendió que aquel humo denso era traidor. Que su negrura espesa escondía monóxido de carbono, un gas que entra en ignición cuando alcanza los 608,85 grados sin necesidad de una chispa. Le basta con un poco de oxígeno. Por entonces la formación de los bomberos en toda España distaba mucho de ser la que ahora se imparte, por ejemplo, en los Parques de Bomberos de Valladolid, a pesar de que hoy en día tampoco existe una normativa estatal que defina qué formación deben tener de forma obligatoria, se deja al albur de cada comunidad autónoma. Y por consiguiente, de los presupuestos de las dotaciones de bomberos, que al fin y al cabo deben aprobar los municipios a los que pertenecen, y del voluntarismo de sus miembros.

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José Luis y Félix, dos de los tres instructores que preparan la práctica en el nuevo campo de entrenamiento de El Rebollar, quieren que esto sea su «legado». Que los bomberos que en cinco años se incorporarán, que serán muchos por el obligado cambio generacional que ya está en marcha, sean conscientes de la importancia de conocer los riesgos y cómo afrontarlos. ¿Por qué? Porque un fuego a 600 grados de temperatura no se puede apagar de un modo instintivo, sino que debe afrontarse de manera racional. «Incendios grandes, afortunadamente, no hay muchos, con lo que situaciones reales en las que puedas poner en práctica todas estas cuestiones no hay tantas como sería necesario. Y con la simulación puedes dirigir el incendio hacia donde tú quieras: un incendio con poca ventilación, o ventilada, con más calor...», explica Javier Reinoso, jefe del Servicio de Bomberos de Valladolid.

El contenedor contiene una zona de combustión sobreelevada para controlar los gases. Bajo ella se ha colocado ladrillo refractario para que la instalación aguante más tiempo, ya que se alcanzan temperaturas de casi 600º. Colocarse bien el equipamiento es clave, porque la simulación, aunque controlada, es con fuego real. A la derecha, momento en que el instructor explica cómo comienza el fuego. Se pretende que sepan distinguir las diferentes fases por las que evoluciona un incendio desde su inicio. Gabriel Villamil
Imagen principal - El contenedor contiene una zona de combustión sobreelevada para controlar los gases. Bajo ella se ha colocado ladrillo refractario para que la instalación aguante más tiempo, ya que se alcanzan temperaturas de casi 600º. Colocarse bien el equipamiento es clave, porque la simulación, aunque controlada, es con fuego real. A la derecha, momento en que el instructor explica cómo comienza el fuego. Se pretende que sepan distinguir las diferentes fases por las que evoluciona un incendio desde su inicio.
Imagen secundaria 1 - El contenedor contiene una zona de combustión sobreelevada para controlar los gases. Bajo ella se ha colocado ladrillo refractario para que la instalación aguante más tiempo, ya que se alcanzan temperaturas de casi 600º. Colocarse bien el equipamiento es clave, porque la simulación, aunque controlada, es con fuego real. A la derecha, momento en que el instructor explica cómo comienza el fuego. Se pretende que sepan distinguir las diferentes fases por las que evoluciona un incendio desde su inicio.
Imagen secundaria 2 - El contenedor contiene una zona de combustión sobreelevada para controlar los gases. Bajo ella se ha colocado ladrillo refractario para que la instalación aguante más tiempo, ya que se alcanzan temperaturas de casi 600º. Colocarse bien el equipamiento es clave, porque la simulación, aunque controlada, es con fuego real. A la derecha, momento en que el instructor explica cómo comienza el fuego. Se pretende que sepan distinguir las diferentes fases por las que evoluciona un incendio desde su inicio.

Porque el primer impulso, dentro de aquella negrura ensordecedora, es abrir la espita del agua y encharcar el maldito infierno. Pero eso generaría una nube de vapor tan caliente, tan espesa, que los cocería vivos. «Sería como estar en el microondas», dice uno de ellos muy gráficamente. «Hay que pensar», dice José Luis.

Y no es fácil.

No con el nivel de estrés que se soporta en esas situaciones. En el entrenamiento, las bombonas de aire, de 6,8 litros, pueden aguantar casi media hora. Apenas se va a hacer más esfuerzo que agacharse, atender las indicaciones, rotar dentro del espacio a la orden del instructor. En condiciones de fuego real, quizá en veinte minutos se acabe el aire. Menos si hay que compartirlo con una víctima con el dispositivo de emergencia.

«Se oye el crepitar y te llega la voz de tu compañero por el transmisor, amortiguada. No se ve nada. Parece que flotas»

Lo más sorprendente cuando el fuego acelera, cuando pasa del foco de inicio al techo y, desde ese momento, se expande a toda velocidad, es que de pronto dejan de verse las llamas. El humo, cuajado de partículas, convierte todo en noche cerrada. Tampoco se escucha nada. La nube opaca amortigua también los sonidos. «Se oye el crepitar y te llega la voz de tu compañero por el transmisor, medio tapada», dice uno de los instructores que aguarda en el exterior del contenedor metálico en el que se han encerrado ocho bomberos. «Cuando solo oyes eso, es que el fuego está en su máximo apogeo». Es importante identificar el momento del incendio. Si se encuentra al inicio o en su declive. Si está en plena fase expansiva. «Técnica, estrategia y herramientas», repite como un mantra José Luis. A cada momento, su reacción.

La cámara térmica, a la derecha, mide la temperatura y además permite 'ver' las llamas, que pronto quedarán oscurecidas por el humo. Lo más sorprendente del incendio es que ni siquiera se ven la luz de las llamas dentro del espacio. Gabriel Villamil

Por eso cuando el humo negro anuncia peligro la respuesta no debe ser impulsiva, sino cerebral. Y es difícil mantenerse centrado cuando la oscuridad desorienta, el humo atosiga y el calor aprieta, respirando por la máscara en medio de un silencio extraño, surrealista, «parece que flotas». «Ves que las llamas vienen por el techo, avanzan hacia ti a toda velocidad y parece que te van a comer vivo», sitúa José Luis. Y es cuando hay que mantenerse calmo, jugar con la ventilación para que la falta de oxígeno haga su trabajo y reduzca las llamas antes de pensar en abrir el agua. En otros momentos sí habrá que tirar de manguera. A veces de la «pequeña». Otras, de «la de 45, que suelta quinientos litros de agua por minuto». A veces desde la calle hacia adentro, para disminuir la intensidad y la temperatura. Otras veces hacia fuera, para expulsar los gases disueltos. «Si no hay gas, no hay combustión». Las máximas son sencillas. Lo difícil es tenerlas lo suficientemente interiorizadas cuando se actúa allí dentro y las llamas solo se pueden ver a través de la cámara térmica que les acompaña. «Entonces el compañero te dice 'enchufa ahí' y tú apuntas y abres, porque no ves», explica otro de los veteranos.

El espacio adecentado tiene cinco mil metros y ha costado 52.000 euros. Ahora hay un contenedor, pero se colocarán otros dos más.

Encontrar los cinco mil metros cuadrados necesarios para ubicar este campo de prácticas ha llevado tiempo. Dentro del término municipal de Valladolid se han visitado muchos emplazamientos, pero no todos cumplían los requisitos necesarios. Al lado del campo de tiro de El Rebollar, paradójicamente más cerca de Ciguñuela que de Valladolid pese a pertenecer a la capital, se levanta de momento un contenedor metálico de los que transportan los barcos, adaptado al uso que se le va da a dar. Se le han colocado dos puertas laterales metálicas como de cuarterón, con apertura independiente arriba y abajo. Otra al fondo. Una trampilla en el techo. El fuego se prende a un metro de altura sobre el suelo, que se ha recubierto en parte de ladrillo refractario para que no se estropee por las elevadas temperaturas. «Tiene que durar lo máximo posible», dice Javier Reinoso. Un deflector metálico permite «orientar» un poco el humo en función de la práctica.

Uno de los bomberos sale del contenedor tras extinguir el fuego. Gabriel Villamil

Ahora buscan otros dos contenedores para montar una estructura en L y una torre, lo que les permitirá complicar las simulaciones. También se llevarán hasta allí un bus y un camión para aprender a hacer excarcelaciones y otras técnicas. Un depósito permite almacenar 12.000 litros de agua, más los 3.000 que lleva el camión autobomba, suficientes para cualquier eventualidad.

Un campo como este, con fuego real, era una necesidad nunca acometida. Obvian los porqués y se quedan con lo positivo, que ahora sí que sí. Que ninguno de los cinco bomberos que entrenaban hoy, ni de los que entrarán en el Cuerpo cuando Félix se jubile, dentro de cuatro años, volverán a ver una nube de humo traidor sin saber que dentro alberga una trampa y cómo eludirla.

Cierra, llama y coge las llaves

Lo dice un bombero veterano. Si se te quema la cocina, o el salón, o lo que sea, cierra la puerta, coge las llaves de casa, sal y llama a los Bomberos. Por ese orden. «Si llegamos a un sitio, nos dan las llaves y está el fuego 'encerrado', es la mejor situación que nos podemos encontrar», explica. Si se abren vías de escape al fuego, este se propagará y aumentará los daños al resto de la vivienda y a las colindantes. Tampoco hay que esperar demasiado. La combustión es lenta al principio, pero hay un punto a partir del cual se acelera de forma exponencial. «Poned el cronómetro», advertía el instructor José Luis. Antes de que dé tiempo, las llamas se deslizan por el techo y el contenedor se ha llenado de humo negro. Hora de salir y cerrar.

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