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Un concejal de Vox en llamas
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Un concejal de Vox en llamasDicen los bomberos que dentro no se ve nada. Que la temperatura es tan alta que hay que mantener la calma y no abrir el agua antes de tiempo o corres el riesgo de que el vapor te cueza vivo. Pero dicen que es un espacio «controlado». Un contenedor metálico, de mercancías, que se instaló en El Rebollar con el anterior equipo de Gobierno (marzo de 2019) para que pudieran entrenarse, en el que se prende fuego y se cierran las puertas. Controlado.
A Alberto Cuadrado, concejal de Vox, responsable de Seguridad y Salud Pública del Ayuntamiento de Valladolid, los trabajadores de su departamento ya le habían visto subido al camión de la basura o en el coche patrulla por el barrio de Delicias. «Quiero conocer lo que hacen, cómo trabajan, qué necesitan», dice. Así que, ¿por qué no? «Estar encerrado en un sitio sin tener posibilidad de salir ni control no me ha pasado nunca», admitía después. Pero lo dicho. Es un entorno «controlado». «Tenía ocho profesionales a mi lado que saben lo que van a hacer».
Es consciente de que para muchos esto es, y lo dice así, un «sujétame el cubata». Pero no es así, insiste. Cuadrado entiende la gestión de los recursos humanos de un modo que se diría paternalista, al estilo de las empresas antiguas, antes de la eficiencia de los departamentos de personal asépticos. Herencia de su padre, al que cita mucho cuando habla de estas lides. Y asegura que lo que le mueven son las ganas de saber. «Fue una lección, como lo fue patrullar con la Policía Municipal o subirme al camión de la limpieza para ver cómo funciona y coger una rasqueta para quitar hierba del suelo. Saber para hablar», resume.
Le quedaba rodearse de llamas. De las de verdad. Porque las otras, las de la política, ya se las ha encontrado. Hace dos semanas el PSOE pidió al alcalde, Jesús Julio Carnero, que le retirara las competencias sobre la Policía Municipal, después de que, a su juicio, haya «señalado a personas inmigrantes, minorías o ideologías progresistas como riesgos para la españolidad» y haya ofrecido «el militarismo y el orden como solución». Salió indemne porque su partido y el PP anularon la iniciativa. Y él mismo defendió su labor, pese a que la portavoz del grupo municipal es la teniente de alcalde, Irene Carvajal. Portavocía que ocupó Cuadrado durante un tiempo hasta que se produjo el relevo.
«No puede ser que digan que han mejorado la seguridad y al mismo tiempo que ha aumentado la criminalidad», le reprochó entonces Pedro Herrero. Jonathan Racionero (Toma la Palabra) le reprochó que relacionaran «criminalidad con inmigración», un argumento recurrente en Vox.
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El fuego político, repite Cuadrado, no es lo suyo, aunque es evidente que defiende unas ideas que siguen el argumentario del partido punto a punto. «Lo mío es gestionar», insiste. De ahí, dice, lo de querer meterse en el contenedor en llamas. «Me parece una experiencia impresionante, formadora, lo que aprenden allí es a tratar con el enemigo que tienen, el fuego, el humo, que no se ve. Trabajan coordinados de manera increíble» en un espacio con un calor «asfixiante». Tanto, que a pesar de las protecciones cuidadosamente puestas el concejal acabó quemándose ligeramente las manos. «Por momentos me ardían las manos como si las tuviera en una plancha ardiendo, porque no he hecho algo que debía haber hecho. Cuando te atosiga el calor en las piernas, ahuecas el pantalón o la tela para que no te toque. Y con las manos, las echas para atrás, porque los guantes te queman». Y no lo hizo. Así que tuvo que salir brevemente y volver a entrar.
«Ves una capa de humo por encima de ti y de pronto, la llamarada», relata. Eso le ha sorprendido, de hecho. «La L invertida de la llama. En un foco, va cogiendo combustión, va hacia arriba, de pronto las llamas suben y vienen hacia nosotros», cuenta. Aunque está claro que de la clase práctica ha extraído más de una lección: «La parte importante es el humo y que si se produce vapor es lo que te quema. Son un montón de detalles que son muy importantes».
Asentado en una concejalía compleja por su dimensión, por la cantidad de personal de limpieza, policía y bomberos y por la gran exposición pública de su labor, Alberto Cuadrado pasó por momentos delicados al comienzo del mandato. Estrés, ansiedad. Como si le faltara el aire. Peor que en el contenedor «controlado» en llamas. Ahora parece disfrutar de la experiencia. Especialmente del contacto con los trabajadores de los diferentes servicios.
«El otro día me probé el traje. Lo tenía ya preparado. Ellos lo tienen preparado ya en el enano, que llaman, las botas y el pantalón metido dentro de las botas, te metes, tiras hacia arriba… No puedes dejar un solo resquicio a que entre el aire. Mascarilla, verdugo, guantes, casco… Respiras muy bien, te metes en la escafandra y respiras normal», asegura. Eso sí, rodeado por una temperatura insufrible. «No me imagino lo que debe ser entrar en una nave desconocida en la que hay un foco y de repente arde otra parte», dice.
El Pleno en el que pedían que se le retiraran las competencias se vio interrumpido, justo al comienzo de ese debate, por el apagón nacional. Un día en el que todos los policías y bomberos, de servicio o de vacaciones o de guardia, se pusieron de inmediato a disposición de lo que hubiera que atender. «El ejemplo del apagón con todos, incluso al día siguiente limpieza, demuestra que tengo unos operarios de quitarte el sombrero», alardea.
No solo los bomberos, insiste. «Ellos, los trabajadores, te cuentan cosas. Con los de Limpieza he venido de la zona de Aramburu y le tengo que dar una vuelta a eso, por ejemplo», dice. Que lo hace así porque así se lo enseñó su padre. Y oye, porque es un entorno controlado. Más que la política, por lo que dice.
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