

La chatarra, un negocio que vale oro
El sector de los desechos del metal, que en la provincia de Valladolid cuenta con unas quince empresas, mueve en España cifras millonarias
Borre de su mente la típica imagen de una persona empujando un carrito de supermercado o revisando contenedores en busca de desechos de metal para revenderlos y sacarse unos euros. Hay quienes no les queda más remedio que escarbar entre desperdicios, hurgar entre chatarra y ofrecerla a los mayoristas de turno, pero eso, en Valladolid, es poco habitual. El negocio es mucho más que eso. «Es una imagen estereotipada, el sector es bastante más que eso», coinciden varios empresarios vallisoletanos. Porque la gran mayoría lo rechaza. No aceptan 'productos' de particulares. Por una mera cuestión logística.
Son conscientes de que solo por la cuantía que la chatarra genera en todo el país están ultravigilados. Policía Nacional, Municipal y Guardia Civil no les pierden de vista. El 'oro' más controlado. El negocio de los restos de metal mueve en España cerca de 10.000 millones de euros, según los datos proporcionados por la Federación Española de la Recuperación y el Reciclaje (FER), la principal asociación del sector del reciclaje de residuos a nivel nacional. Supone casi el 1% del producto interior bruto del Estado. O, dicho de otro modo, casi todo el presupuesto de la Junta de Castilla y León para este 2021.
De su presencia en la provincia poco o nada se sabe. Ni cuántos empleados directos e indirectos viven de los desechos del metal en Valladolid (crea 33.000 puestos directos en España), ni tampoco las entidades que de una forma u otra se dedican a ello, pues las cifras que maneja la FER son nacionales.
Son los propios empresarios vallisoletanos los que, en base a su experiencia, lo calibran. Porque se conocen entre todos. Aunque insisten: la presencia es escasa, mucho menor que en grandes urbes como Bilbao o Barcelona. Estiman que en la provincia operarán unas quince empresas (de un total de 6.000 en todo el país), algo se ha mantenido estable en los últimos años. La gran mayoría son entidades familiares fundadas hace décadas y traspasadas de generación en generación.
Una de las que tiene mayor calado tanto por número de trabajadores como por productos amasados cada ejercicio es Santos Bartolomé S. A., especializada en el reciclaje de materiales no ferrosos y cuya nave está afincada en el polígono de Argales de Valladolid capital. Su gerente, Roberto Santos, es contundente:la opinión pública encasilló al sector hace años, pero poco a poco la sociedad se está 'esforzando' por conocer su cara desconocida.
El cobre, el más codiciado
«Creo que siempre ha habido una imagen estereotipada, hemos estado un poquito atrasados en cuanto a la concienciación de la gente en general, de que se debe reciclar adecuadamente, pero poco a poco se hace cada vez más, tanto en empresas como en casas particulares, y de cara a la opinión pública el sector está adquiriendo una imagen más positiva en lo relativo al medio ambiente y la economía circular», asegura.
Dice que «con orgullo» es chatarrero. Nada de estigmas. Sus hermanos y él sacan adelante un negocio que alcanza ya la tercera generación –como tal se fundó en 1969, aunque antes su abuelo ya se dedicaba a ello– y que emplea, de forma directa, a nueve familias. Más transportistas, minoristas, mayoristas... «Empezamos más en el ámbito local, ascendimos a provincias limítrofes y desde la década de los noventa estamos muy inmersos en el ámbito internacional, tanto en importaciones como exportaciones», comenta Santos, al tiempo que desvela un secreto a voces: el producto 'estrella', el más caro, es el cobre y sus aleaciones. La gran pata de este negocio, que tiene cada vez más requisitos ambientales que cumplir.
Hace un símil: la chatarra es como la compra-venta de acciones. Fluctúa en función de la demanda. Hoy el cobre se paga caro. El de «mayor calidad» ha alcanzado su pico: unos ocho euros el kilogramo, cuando normalmente oscila entre los cinco y los ocho euros cada mil gramos. «El producto de más valor es el cobre y sus diferentes aleaciones en el estado en el que nosotros lo recuperamos. El níquel es el más caro, pero son combinaciones que bajan el valor», sostiene.
Zona poco industrializada
Defiende, del mismo modo, la estabilización del sector en territorio vallisoletano. Algo que no es de ahora, sino que se percibe desde años atrás. «Se ha mantenido; no se están creando más empresas, y a decir verdad la zona tampoco da para mucho más, no está tan industrializada como puede ser el País Vasco o Cataluña, que tienen más industria y hay más flujo de producto», admite este empresario, quien prevé cerrar 2021 con una producción cercana a las 5.000 toneladas.
No obstante, la cantidad que pueden llegar a mover depende de muchos factores. Fundamentalmente la disponibilidad de materia prima, aunque también desempeña un papel importante su precio de mercado. Lo defiende Alberto Criado, de Recuperaciones JM Criado, quien explica que en su caso no han percibido un cambio por la pandemia. «Hay años muy dispares, depende de precios, flujos de mercado... Unos hacemos 60.000 toneladas y otros, 8.000», incide, al tiempo que recalca que su trabajo pasa por manipular productos ferrosos y «solo hacemos la gestión de residuos con empresas y siempre con gente que está dada de alta para que la economía circular sea completa».
«Nos dedicamos a la comercialización de chatarra al por mayor tanto en España como en el extranjero; la chatarra es una materia prima secundaria para nosotros, que puede ser reciclada infinitas veces. Lo que hoy es una varilla, mañana puede usarse para un coche, vías del tren, hacer vigas...». La única mella que la covid ha hecho en el sector, a juicio de uno de los propietarios de Reciclajes Tinín –otra empresa familiar ubicada en la capital– es que los particulares ahora optan por 'guardar' más tiempo lo que antes no dudarían en tirar al contenedor. «Ahora la gente lo guarda todo por si algún día vale algo», asevera. Es un negocio en metálico que vale oro. Pero los chatarreros lo dejan claro: «Se puede vivir de ello, pero que nadie dude de nuestro esfuerzo; si alguien lo hace mal, son solo unos pocos».
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