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CARLOS ÁLVARO
Miércoles, 7 de abril 2010, 02:54
Amadeo de Saboya fue la figura que el Gobierno Provisional surgido de la Revolución de 1868 encontró para encarnar la monarquía constitucional que consagraba la Constitución progresista de 1869. No fue una operación fácil, porque se buscaba un candidato católico y demócrata, pero en noviembre de 1870 llegó la solución. Amadeo I fue el primer rey de España elegido por el Parlamento, algo que los monárquicos más recalcitrantes no podían aceptar. Las Cortes votaron mayoritariamente por la opción del monarca italiano, y éste entró en Madrid el 2 de enero de 1871 en medio de la convulsión social y política que siguió al asesinato del general Prim, el principal valedor del nuevo rey, ocurrido en la madrileña calle del Turco el 27 de diciembre de 1870.
Amadeo fue un rey efímero. La inestabilidad política del país se lo llevó por delante. El joven monarca jamás se integró en la vida española, y cuentan los historiadores que solía exclamar, en italiano: «¡Ah, per Bacco, io non capisco niente. Siamo una gabbia de pazzi!» (¡No entiendo nada. Esto es una jaula de locos!). Harto de España y de los españoles, dimitió el 11 de febrero de 1873 dejando vía libre a la I República.
La primera visita que el rey Amadeo realizó a Segovia se produjo en el verano de 1871. El solo anuncio de su llegada levantó una gran expectación entre la población, muy sobresaltada desde los acontecimientos de septiembre de 1868. Las autoridades locales ordenaron levantar arcos triunfales de bienvenida en el cruce del Espolón, en la Casa de los Picos y en la Plaza Mayor; incluso se sacó la comparsa de gigantes para que la fiesta tuviera más repercusión. El rey, que siguiendo la tradición borbónica procedía del Real Sitio de San Ildefonso, entró en Segovia a caballo, con un brillante Estado mayor y una lucida escolta de guardias de Corps, con traje de gran gala. Cuenta el periodista Vicente Fernández Berzal (1858-1928), que el de Saboya vestía de calzón blanco, casaca azul y leopoldina, y manejaba «con gran destreza» un brioso alazán.
Frente al arco erigido en la Casa de los Picos, el Ayuntamiento le hizo entrega de las llaves de la ciudad, como era costumbre, y en la Plaza Mayor el batallón de milicianos formó una columna de honor presidida por el pendón morado de Castilla. El monarca pasó revista y después entró en el Ayuntamiento, desde cuyo balcón saludó a la muchedumbre que llenaba la Plaza Mayor, aunque es verdad que este rey no suscitaba en el pueblo pasiones desmesuradas.
«En el Azoguejo -escribe Fernández Berzal-montó a caballo y con su séquito y escolta marchó al trote, carretera adelante, mientras los grupos de obreros que habían tomado una parte activa en el recibimiento, le acompañaban con hachas encendidas hasta las afueras de la población, y, respondiendo a la consigna recibida, gritaban con toda la fuerza de sus pulmones:
¡Viva el Rey Amadeo!»
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