
Decir que Juan Carlos Martín Arribas es hijo y nieto de alfareros sería contar solo una parte de la historia, pues el matrimonio entre su ... familia y el barro va más allá, «siete u ocho generaciones». Y no era la única. En los tiempos boyantes, Fresno de Cantespino tenía cinco familias trabajando, casi una veintena de alfareros, a los que se sumaban tejeros, adobe o ladrillos a mano, una economía vinculada al barro porque el lugar está enclavado en un lugar propicio: el barro rojo y mucho monte para traer la leña con la que cocerlo. El catastro del Marqués de la Ensenada recoge el oficio desde 1752, pero él, con 60 años, es el último en pie y no tiene relevo.
Publicidad
Juan Carlos sigue extrayendo el barro en Fresno porque no entiende la vida sin él, desde que empezara a marcharse a los siete años junto a su hermano. «Empezamos a subirnos de pie al torno. Una daba vueltas al volante, el otro ponía la mano encima del pegote y nos íbamos turnando». En ese «aprender a ratos» pasó la infancia, haciendo pequeñas tapaderas, ceniceros o cazuelitas de sopa. Con 17 años vendió sus primeras piezas —botijos o pucheros— en una feria en Aranjuez. Y entró en el engranaje. Tras cinco décadas de carrera, el aprendizaje continúa. «Hay multitud de cosas que se pueden hacer con el barro».
Las ferias le enseñaron el mundo. «Te relacionas con gente tan dispar que está trabajando el mismo material que tú. Muchos siguen siendo buenos amigos». Así que siguió la línea generacional. «La mayoría de los padres quieren inculcar su trabajo y sapiencia a los hijos, pero si no te gusta, lo llevas mal». No fue su caso. «El barro engancha. El tacto, una actividad relajante, la curiosidad».
Años recorriendo España para exponer en una veintena de ferias. Así que hay barro rojo de Fresno de Cantespino en EE UU, Alemania, Francia o Perú, uno de sus últimos compradores. Esboza «los años buenos» entre 1987 y 1995, cuando vendía sin esfuerzo porque los oficios eran muy apreciados en ciudades grandes que los desconocían. Su pueblo ya ha perdido al carpintero o al herrero, pero él se resiste a la extinción. Y ha conseguido un taller rentable, aprovechando sinergias. «Estamos rodeados de asadores y muchos usan el barro».
Publicidad
No solo vive de las manos, sino del conocimiento. Por eso imparte cursos intensivos en su taller de la provincia de Segovia, con alumnos de toda España. «Enganchar a la gente a mancharse las manos; por lo menos, para probar». Y técnicas avanzadas para los que quieren profundizar. Lo combina con la segunda edición del curso mixto de formación y empleo del Ecyl: «Es una iniciación», resume. Y su mejor opción de encontrar sucesor. «A nivel familiar, no tengo relevo; otra cosa es que alguien de estos cursos se enganche. Hay personas que sí ven futuro a la alfarería. Lo estoy intentando».
Con todo, él no plantea dejarlo. «En estos oficios, jubilarte no te jubilas, pero igual empiezas a disfrutar más de tu trabajo. Una cosa es que trabajar para llenar la nevera y otra es hacer cosas que de verdad te dan gusto». Y así dejar memoria. «Si no consigo que alguien se quede en el pueblo, por lo menos que quede el legado. Esto ha estado aquí. Si no es con un taller, que sea con un museo, aunque sea pequeñito. Que la alfarería de Fresno ha sido nombrada por toda España».
0,99€ primer mes
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión
Te puede interesar
Publicidad
Te puede interesar
Utilizamos “cookies” propias y de terceros para elaborar información estadística y mostrarle publicidad, contenidos y servicios personalizados a través del análisis de su navegación.
Si continúa navegando acepta su uso. ¿Permites el uso de tus datos privados de navegación en este sitio web?. Más información y cambio de configuración.