José Miguel, en plena actividad El Norte

El Hard Enduro, una moto para cualquier obstáculo

José Miguel Fernández se compró una moto a los 14 años para probarse en los ríos de La Losa, afición que le ha llevado a competir a nivel nacional entre piedras y pendientes abruptas

Sábado, 26 de abril 2025, 08:18

José Miguel Fernández se compró antes una moto que un móvil. La que se pagó ya en otra época, cuando tenía 14 años y echaba ... una mano a su padre en el trabajo: 400 euros para ser la envidia de La Losa, el pueblo en el que se crio, haciendo caballitos y piruetas en el río con su grupo de amigos. Esa infancia libre de TikTok le acompaña dos décadas después, un periplo en el que ha comprado 13 motos. Ahora pasea su gusto por la aventura en el Campeonato de España de Hard Enduro, la evolución más extrema de lo que antes era recorrer caminos. Circuitos con subidas y bajadas no aptas para prudentes y obstáculos de todo tipo. «Es una disciplina bastante agresiva y se ha puesto muy de moda».

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Es el último capítulo de una vida vinculada a las dos ruedas. «Estábamos en un pueblo, los más mayores tenían moto y mis amiguetes me la dejaban. Empecé con la tontería y me terminó enganchando». Hasta que se compró un scooter Yamaha sin que lo supieran sus padres. «Al final terminó colando y accedieron a poner seguro, ITV y demás», sonríe. Se sacó la licencia de ciclomotor en el instituto mediante una asignatura —Mantenimiento de vehículos—, pero no tardó en comprarse otra de campo. «Fue una tras otra, tras otra, hasta completar las 13». Empezó a subir cuestas o cruzar los ríos. «Saltas la típica rampita, el próximo día pones unas baldosas y las subes». Sus amigos le acompañaban adónde fuera, aunque tardaron un par de años en comprarse las suyas, pero el riesgo ajeno atrae. Sus caídas al río o cuando se le trabó el freno delantero haciendo un caballito. Quedaron las marcas de aquello en un brazo y una pierna. «En esa época no íbamos a ningún lado, me curaba en casa y para adelante. Con lo que veo a día de hoy, me siento afortunado de esa infancia».

La prueba de que aquel adolescente no le tenía miedo a nada es que participó con 16 años en una carrera desde Valverde del Majano hasta La Higuera y fue el único que completó la secuencia de obstáculos, con palés o contenedores, que esperaba en meta. Pasó un tiempo hasta que un amigo le lio para debutar en 2016 en la San Silvestre Endurera, en Las Rozas, una carrera en pareja en la que cada uno monta media hora. Son vueltas a un recorrido embarrado con subidas y bajadas —parecido a un circuito de motocross— y gana el que más distancia hace. Un reto de velocidad y resistencia que asumió sin mayores problemas. «Siempre he sido de entrenar, de gimnasio, de correr», subraya este madrileño de nacimiento, de 33 años, que vive en Palazuelos.

De ahí al Super Enduro de Moralzarzal, con obstáculos como ruedas o troncos en una plaza de toros. «Ya mucho más salvaje». Una competición internacional en la que no pudo clasificarse. También probó el cross-country, una disciplina más abierta, un terreno parecido a una carrera de bicicleta de montaña: una hora y media en la que hace 60 kilómetros. En la 24MX Hixpania Hard Enduro de Aguilar de Campoo del año pasado, una prueba de Copa del Mundo, hizo siete en el mismo tiempo, el peaje de una disciplina con los obstáculos del Trial, los saltos y líneas rápidas del Motocross y algún que otro reto de navegación.

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Ese Hard Enduro llegó cuando menos lo esperaba, pues aparcó la moto cuando fue padre porque no había tiempo entre la crianza, la nueva casa y la oposición como policía, un esfuerzo de fondo que puede truncarse ante cualquier mala caída. La chispa volvió con un amigo al que arregló la moto: «Me empezó dejando su moto y al final he vuelto yo a correr». En parte porque su mujer lo entiende. «Además, me sigue a todos los lados». Su hija le regaña alguna vez: «¡Ten cuidado, papá! ¡Por aquí no subas!». La preocupación está en sus padres, más tranquilos que cuando era adolescente, pero a la espera de que todo ha salido bien. Él naturaliza el riesgo. «Respeto siempre hay, pero miedo… todos sabemos a lo que nos atenemos».

Ya ha superado el ecuador del Campeonato de España, un compendio de cinco pruebas en circuitos de Pizarra (Málaga), Oviedo, Ourense, La Pesquera (Cuenca) y Golmayo (Soria). No ha conocido de momento nada como aquel circuito en Aguilar de Campoo. «Lo más agresivo que te puedas echar a la cara». Un terreno empapado que no agarraba y el dolor de dos costillas rotas por una caída unos días antes. ¿Por qué hacerlo? «Es algo que te has preparado durante dos años. No es por orgullo, sino por superación». Piedras, bajas muy pronunciadas, subidas igual de peligrosas y mucho público. «Los buenos consiguen dar cuatro o cinco vueltas en lo que tú das igual, al igual que otros 80». Profesionales como Dani Román o David Echevarría en un deporte con más tradición en el norte.

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Por allí pasea a sus patrocinadores segovianos, que le ayudan a costear unos gastos de competición al año que presupuesta en unos 6.000 euros entre la puesta a punto de la moto, viajes y alojamiento. Los lleva en un peto integral que cubre pecho, espalda, hombro y codo. La base de una pesada equipación con rodilleras, botas y casco. Hay veces que toca bajarse de la moto para sortear algún obstáculo que requiera empujar. Y las bajadas, con tiento. «No te voy a decir rezando, pero casi, hay que tener mucho cuidado. A los buenos les falta volar». No es su objetivo. Él es un vehículo para posicionar a las marcas segovianas en el mapa de un deporte en auge. Y, de paso, mantener vivo a aquel adolescente que cruzaba ríos.

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